martes, 24 de noviembre de 2009

Apertura del estadio Trinidad y Hermanos

Los terrenos del viejo Aida Park estaban como dejados de la mano de Dios y hacía rato el béisbol cienfueguero clamaba por una nueva instalación que prestigiara el pasatiempo nacional en la Perla del Sur.
Tal empeño encontró oídos receptivos en los empresarios deportivos Luis Oliver y Francisco Curbelo, quienes contando con el patrocinio de una marca cigarrera asentada en Ranchuelo estrenaron en los propios predios del AP el estadio beisbolero Trinidad y Hermanos, el domingo 11 de abril de 1937.
Florencio Morejón Vale figuró como proyectista y ejecutor de la instalación, cuya portada fue realizada por Miguel Lamoglia.
El alcalde Armando Aguilar tuvo a su cargo el lanzamiento de la primera bola, también en sentido literal si nos atenemos a la reseña de las planas deportivas, a la una y media de la tarde, previo al doble juego entre el team anfitrión de la casa comercial Estany y el capitalino Cubanaleco.
Unos tres mil fanáticos presenciaron la ceremonia inaugural, que se completó con la entrega a Amado Trinidad de un álbum firmado por cinco mil cienfuegueros como gesto de agradecimiento. El industrial ranchuelero se llevó también una ovación de cinco minutos a cargo del respetable.
En el primero de un doble header los eléctricos del Cubanaleco, dirigidos por el veterano Lopito, dejaron con las ganas a la fanaticada local tras vencer al Estany cinco carreras por dos. Destacó al bate el doctor Porfirio Espinosa, que en cinco viajes al plato conectó cuatro de los seis imparables de la visita.
El desquite del club armado por el señor Manolo Solarana y dirigido por Tito González cuajó en el partido del cierre, cuando la novena anfitriona contó con los servicios desde el box de un hurler casi desconocido en estos lares, a quien los cronistas mal identificaban como Ernesto Marrero, alias Laberinto.
Quien llegaría a ser una gloria del béisbol cubano pintó de blanco (5-0) a los visitantes, que vinieron a Cienfuegos con la misma formación que dentro de dos semanas iniciaría su participación en la Liga Nacional de la Unión Atlética Amateur (UAA). El sagüero permitió tres sencillos a la tanda rival: de Benitín Gómez en el sexto, del catcher Cabrera en el octavo y de Espinosa a la hora de recoger los bates.
Valga apuntar que para entonces el Estany contaba en su palmarés con el título de campeón de la provincia de Las Villas y estaba empeñado en lograr su admisión en el seno de la UAA. Conseguido tal propósito, y con el nombre de Cienfuegos y el liderazgo del Guajiro de Laberinto, conquistaría el campeonato de la Liga en el verano de 1941. Pero esa es otra historia.
Cubanaleco, club de la Compañía de Electricidad de La Habana, debutaría el 25 de abril ante el Atlético de Cuba en la apertura de la Liga. Con anterioridad se había presentado en Cienfuegos, pero en el reducido escenario del Colegio de los Maristas. Como gancho en la nómina de los “eléctricos” los diarios señalaban en los días previos a Juan Domínguez, champion pitcher del campeonato cubano.
Entre los detalles que adornaron la crónica de la jornada de apertura destacan las “carreritas” que debieron dar la víspera Oliver y Curbelo para lograr el permiso de la Comisión Nacional de Baseball. Gestiones que valieron la pena, pues nuestros gacetilleros no dudaron en afirmar que esta ciudad contaba ya con el mejor y más cómodo parque deportivo del Interior de la Isla.
Al parecer las pepillas de la época se volvieron loquitas por un jugador visitante, el olímpico José Luis García. El viento en contra aguó la fiesta del jonrón en el doble programa. El Trío de las Aes (los hermanos Fleitas, de Constancia, figuraban en al nómina del Estany. A falta de la Banda Municipal en vivo, el Himno de Bayamo se dejó oír desde los altavoces del carro de propaganda de la Trinidad y Hermanos. La primera bola fue lanzada a la usanza antigua, del box hacia el home plate, pues la “moderna” consistía en enviar la esférica desde el palco de honor al pitcher del home club. A falta de una caseta para llevar el score el anotador. Armando Lamela debió arreglárselas como pudo. Para próximos partidos se hacía necesario suprimir la música. El siguiente domingo aspiraban a contar ya con la pizarra anotadora, de cuyos servicios hubo que prescindir el primer día.
El cronista apodado All Around comentó desde la página séptima de La Correspondencia que la gente de la prensa trabajó bien en la fecha de apertura. “Solamente nos molestaron los fanáticos que personificando al famoso Juan Frenético gritaban a nuestras espaldas y anunciaban sus apuestas a viva voz”.
El domingo 18 los empresarios del Trinidad y Hermanos ofrecieron otro doble programa beisbolero. Esta vez presentó credenciales el Club Reina, formado en la barriada del propio nombre por Candelario González (El Emperador), un reconocido umpire en la pelota cienfueguera. Estrenaron uniformes y contaron con el préstamo de la batería Marrero-Fleitas, pero así y todo perdieron 3-0 y 4-1 frente al Teléfonos capitalino, asiduo competidor en la UAA.
Los resultados dejaron un mal sabor de boca entre el público perlasureño que exigía más paridad para los próximos enfrentamientos.
De tal manera el periodista Ricardo Peña de Armas logró un acuerdo con la Liga Nacional Amateur, el cual estipulaba cada fin de semana la presencia en los terrenos de Oliver y Curbelo del club que tuviera fecha vacante en su Campeonato. Pero eso si, para enfrentar exclusivamente a la Casa Estany.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Toma de posesión pasada por sangre en Sanidad

El doctor Juan Fermín Figueroa y Rivero esperaba de pie en la oficina de la Secretaría a que terminaran de redactar el acta de su toma de posesión de la Jefatura Local de Sanidad en Cienfuegos, cuando tronaron par de disparos en el propio salón y el médico cayó moribundo en brazos del reportero Eliso Cruces, quien tomaba nota de la fallida ceremonia.
A pesar del pequeño calibre del arma, un proyectil que penetró por la región labial superior y con orificio de salida en la parte posterior del cuello le causó una herida mortal por necesidad. Desde el lugar de los hechos, Paseo de Arango esquina a San Fernando, fue trasladado al hospital de Emergencias, pero llegó en estado comatoso a la mesa de operaciones y sus colegas nada pudieron hacer.
Figueroa, nacido en Santa Isabel de las Lajas 53 años antes, llevaba por lo menos 15 aspirando al cargo que ni siquiera tuvo tiempo de firmar aquella mañana del jueves 8 de marzo de 1934.
Una resolución del presidente de la República, coronel Carlos Mendieta Montefur, con fecha 2 de marzo había decretado la destitución del doctor Osvaldo Morales Patiño en el cargo de Jefe Local de Sanidad, a la vez que designaba para sustituirlo a quien sería asesinado en el intento de hacer válida la orden emanada en Palacio.
Al cesanteado, que administraba los asuntos sanitarios de la ciudad desde los convulsos días de finales de agosto del año anterior, los posteriores a la caída de Machado, le imputaban entre otras faltas la de haber cubierto la mayoría de los puestos de la entidad con sus amigos políticos.
Tras dos tentativas, durante martes y miércoles, de ocupar por medios pacíficos la oficina para la cual había sido nombrado, Juan Fermín se presentó en el edificio público la mañana del jueves, con el firme propósito de validar la disposición presidencial. Le acompañaban Gabriel Díaz Ojeda, mediador en la porfía por su condición de amigo del cesado y del sucesor, y el notario Gustavo Iglesias, encargado de legitimar por escrito la toma de posesión.
Ánimos desbocados signaban la jornada. Quienes perderían sus puestos con la asunción del nuevo funcionario estaban decididos a impedir a la cañona el cambio de administración. Entre el público que acordonaba el inmueble había quienes amenazaban penetrar en la Jefatura a viva fuerza. En tales circunstancias fue necesario llamar a la cercana Estación Naval de Cayo Loco, de donde confirmaron el pronto envío de 20 marinos.
Aunque en ausencia de Morales Patiño, que a la sazón permanecía en su domicilio de la calle Castillo, avanzaban de manera lenta los trámites legales. Juan Fermín dictó sendos telegramas para remitir al Presidente de la República, al Secretario de Sanidad y Beneficencia y al director de Sanidad. Pidió una larga distancia a La Habana con este último, doctor Félix Loriet. Aunque el letrado Iglesias aún afinaba los últimos detalles del acta probatoria, se apresuró en anunciar a su superior jerárquico que ya él era el Jefe de Sanidad en Cienfuegos.
El caldo de la cerrazón política fue sazonado con varias trompadas y bastantes improperios en el estrecho marco de la secretaría. Alguien gritó un viva a Mendieta y otro sentenció verbalmente al ex dictador Machado. En medio de la batahola Figueroa logró esquivar algún recto al mentón, pero no la bala de reducido calibre y grueso poder mortífero. Entre los testigos del homicidio estaba el quinceañero Gastón Figueroa, huérfano a partir de ese instante.
Como Juez de instrucción de la causa numerada 458 del año 1934, el doctor Marcelino Raggi se constituyó en el propio hospital de la calle Cuartel y Santa Cruz a fin de iniciar las diligencias y el capitán de la Marina Arsenio Arce ordenó la toma militar de la Jefatura de Sanidad.
La residencia del difunto, Arguelles número 185 altos, entre Prado y Gacel, hizo las veces de casa mortuoria. Resultó tan cuantioso el homenaje floral que fue necesario habilitar los portales vecinos de la Sociedad Minerva y la logia masónica Asilo de la Virtud para exponer las ofrendas.
Detenidos como sospechosos del asesinato que hizo recordar en la prensa local a los de Enrique Villuendas (1905) y Florencio Guerra (1917), fueron Abelardo Rodríguez del Rey y Milagros Pedraja Cano, ambos inspectores de la oficina en litigio, el empleado Carlos Cepero Díaz, el mecánico Wenceslao Tartabull, el albañil Miguel Villa y, por supuesto, el doctor Morales Patiño.
Villa quedó en libertad tras declarar y comprobarse su íntima amistad con el médico baleado. Los otros cinco, procesados con exclusión de fianza, aunque negaron los cargos, entre ellos el de planificar la muerte de Figueroa.
Tal como sucedía en ocasiones de similar cariz, con el pasar de los días el caso fue perdiendo vigencia en la prensa local hasta diluirse casi por completo.
Sabemos que el 6 de junio los acusados fueron trasladados a la cárcel provincial en Santa Clara. Para entonces ya sólo eran tres: Rodríguez del Rey, Pedraja y Cepero.
El 6 de octubre La Correspondencia publicó un suelto en última página intitulado “El asesinato del doctor Figueroa”. Daba cuenta de la absolución de los dos últimos por la Audiencia de Las Villas, “tras demostrar su absoluta inocencia”
Abelardo Rodríguez del Rey, a quien el policía Atilano Delgado había visto huir de la escena del crimen revólver en mano, ya no tenía compañeros de causa. En la celda santaclareña a lo mejor repasaba los acontecimientos del jueves 8 de marzo último. Entre ellos el momento de su arresto por el cabo de la Municipal Evaristo Nodal, mientras trataba de ocultarse en la peletería La Principal y él le imploraba: “No me mates que soy un revolucionario como tú”.

sábado, 7 de noviembre de 2009

La muerte tomó pasaje en San Lino

A eso de las cuatro de la tarde del viernes 26 de diciembre de 1919 Don Acisclo del Valle y Blanco tomó del brazo a su esposa, Amparo Suero, en el andén del ingenio San Lino y la ayudó a subir al tren que cubriría en unos minutos el trayecto hasta Rodas. En la villa del Lechuzo harían una conexión ferroviaria hasta Cienfuegos, que viviría aún la resaca gastronómica de la Navidad.
El asturiano tenía 54 años recién cumplidos en noviembre y era uno de los cuatro principales capitalistas de la comarca cienfueguera. Se había levantado bien temprano en su palacete de Punta Gorda, monumento al eclecticismo en la Isla y por la mañana estuvo en la notaría que asistía legalmente sus múltiples negocios para estampar su firma en una escritura.
La víspera había recibido la noticia del fallecimiento en Madrid de una cuñada de su cuñado Leopoldo Suero, encargado del manejo administrativo del San Lino, propiedad que hasta el año anterior había pertenecido a la compañía que formaba Valle con los señores Montalvo y Balbín.
Quiso Don Acisclo informar verbalmente de aquella pérdida y se hizo acompañar por Doña Amparo en lo que al propio tiempo podría significar un paseo navideño, época en que los cañaverales florecidos de güines semejaban campos nevados y los aguinaldos adornaban la campiña para delicia de las colmenas.
Cumplida la triste encomienda y compartido un almuerzo familiar en la casona del ingenio que sería demolido dos años más tarde, la pareja abordó un trencito de vía estrecha rumbo a la villa del Damují.
Y con ellos tomó pasaje la muerte, incapaz de distinguir fortunas o fortalezas físicas cuando quiere hacer bien su labor.
Un ataque de angina fulminó al industrial en medio del corto tramo ferroviario. Incrédula de la veracidad del desenlace, la mujer exigió con urgencia los servicios de un médico en la estación de Rodas. El doctor Ruiz llegó a tiempo para certificarle que su estado civil era viuda.
Hasta aquella tarde en que la muerte lo citó entre jardines naturales de flores de caña y campanillas melíferas, Acisclo del Valle había sido presidente efectivo y honorario del Cienfuegos Yatch Club, a la vez que compartía la segunda condición en la Colonia Española, el Club de Cazadores, el Asturiano y el de Exploradores.
Era además el principal ejecutivo de la Compañía Industrial S.A. y de la de Mieles y Combustibles de Cienfuegos. Vicepresidente del Club Rotario, vocal de la Cámara de Comercio y de la Cía de Seguros y Fianzas, amén de consejero del Centro de Propietarios Urbanos.
Parece ser que toda muerte de famoso se presta para incubar una leyenda. Lo mismo la de Michael Jackson que la de aquel asturiano hacedor de capitales en las riberas de la bahía de Jagua. La comidilla popular achacó el deceso del comerciante español a otra noticia ajena a la pérdida familiar que fue a comunicar en persona a casa de su cuñado. Decían que el hombre recién se había enterado de la brutal caída de los precios del azúcar que avizoraban la próxima crisis de las vacas flacas.
El cadáver llegó de noche a Cienfuegos, donde a muchos les asistió la misma incredulidad que Doña Amparo en los primeros momentos. Fue velado en la mansión que destacaba sobre la ancestral Punta de Tureira de los aborígenes de Jagua. De manera curiosa, la prensa local no resultó pródiga en detalles como solía serlo con las ceremonias luctuosas de la alta sociedad cienfueguera. El entierro tuvo lugar a las 24 horas del momento en que el magnate tomó el trencito de San Lino a Rodas sin percatarse de la presencia de una pasajera vestida de negro. El doctor Sotero Ortega despidió el duelo en el cementerio de Reina, donde el alma del potentado no iba a ser hueso viejo.
Una cuña al centro de la primera plana en la edición del 30 de agosto de 1922 del diario La Correspondencia daba cuenta de una nota publicada por un colega asturiano, que reportaba la llegada a Arriondas de la viuda de Don Acisclo del Valle conduciendo los restos mortales de su esposo, los cuales reposarían para siempre en el panteón familiar en el cementerio de su pueblo natal.
La búsqueda del documento que amparara el traslado de Amparo con las cenizas del conyugue hasta su destino final, resultó infructuosa para los investigadores cienfuegueros que hace unos años hurgaron en los archivos de la añosa necrópolis de Reina.

Reaparición

Luego de una etapa signada por problemas familiares y de salud quiero retomar la actualización lo más sistemática posible de este blog. Quiero agradecer a quienes se interesaron por el silencio comunicativo. !Por ustedes y por Cienfuegos!