Bucear en las aguas de la historia convierte a veces al que se empeña en tales tratos con el pasado en algo parecido a un sabueso policial. El suspense creado por el final abierto de la última columna no entraba en los cálculos de su concepción original y tampoco desea el cronista usurpar funciones detectivescas.
Como recordarán el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón fueron los encargados por la justicia para encontrar el culpable del asesinato de Isidoro Madrazo, presidente de la Compañía Arrendataria del central Parque Alto, ocurrido en la madrugada del 9 de abril de 1941, cuando un hombre bien emboscado para la ocasión le descerrajó un escopetazo en la cabeza.
Hecho poco usual aquel que tuvo por escenario la fábrica azucarera en la vecindad de Congojas, porque a un dueño de central no lo ultimaban todos los días, por muy violenta que fuera la sociedad republicana.
Entonces no es de extrañar que el crimen bajo la fronda de los laureles de Parque Alto compartiera cintillos de portada en los diarios cienfuegueros con los avatares bélicos que volvían a destruir Europa. Sólo La Correspondencia le dio cabida en primera plana en doce ediciones de abril y en nueve de mayo. Pero la mayoría de los notas insistieron en la novela que se tejía alrededor de la herencia del hacendado.
Fue en la edición del 29 de mayo cuando el diario publicó un ¡Última hora! que anunciaba el descubrimiento del asesino del millonario Madrazo, pero sin soltar prenda, porque evidentemente no la tenía. Al día siguiente el periódico de la familia Velis titula con la acusación del teniente Garateix a los líderes sindicales del central como autores del hecho de sangre. Tan convencido está del resultado de sus pesquisas que ofrece 100 pesos de su peculio a quien sea capaz de destruir las pruebas aportadas.
Sostuvo el investigador que tras un sorteo macabro realizado por la directiva gremial le tocó en suerte a José “Cheo” Rodríguez Goytisolo, un mecánico mestizo de 28 años, ejecutar al industrial. La prueba más comprometedora resultó la declaración de Evaristo Abreu, empleado del central, quien aseguró que desde su habitación en el barracón del ingenio escuchó la trama urdida en un local contiguo.
Mientras el acusado principal declaraba su inocencia a reporteros que lo entrevistaban en la cárcel de Cienfuegos apareció otro testigo incriminador. En presencia de los detectives, Reinaldo Rivalta describió a Cheo Goytisolo como buen tirador y gran cazador de venados en fincas aledañas al ingenio. Para colmo de males aseguró que el susodicho le había comentado estar esperando una noche oscura para “matar al Mayor”.
En vista de que no apareció el arma homicida el Gabinete Nacional de Identificación envió al perito Eutasio Moreno López, con más de 30 años de experiencia en asuntos de herrería, comisionado para investigar en la fragua de los hermanos Rodríguez Goytisolo. Tomó muestras de escoria de la forja para comprobar si se correspondía con el tipo de acero empleado en la fabricación de escopetas de caza, pues existía la sospecha de que el trabuco hubiera sido derretido.
El 7 de junio en Santa Clara el coronel Gómez Gómez, jefe militar de la provincia, tuvo una entrevista con los dirigentes de la Federación de Trabajadores de Las Villas y el Buró Azucarero, Jesús Menéndez, Indalecio Acosta y Evangelino Pérez. “Estoy convencido de que en el asesinato no han intervenido las organizaciones obreras de la provincia, cuya función es otra muy distinta a la de preparar atentados personales”, aseguró el líder castrense.
El teatro de las investigaciones alcanzó también a la provincia de Camagüey, donde María Rosales, concubina de Cheo, testimonió que el acusado portaba mucho dinero cuando la visitó a principios de mayo.
Como aquello del árbol caído a Rodríguez Goytisolo terminaron achacándole un robo a Santos González, dueño de la colonia Convento, y lo peor, el asesinato en 1933 del chino José Achí, protegido de los Fowler, los antiguos dueños del ingenio. El asiático que vivía en un fortín de tiempos de España fue estrangulado para despojarlo de una bolsa con monedas de oro, según la versión popular del suceso.
Luego de mediado junio, cuando circularon las anteriores noticias, el tema Madrazo reaparece el 17 de julio para anunciar el fin de las investigaciones. La nota no aportaba casi ningún elemento novedoso, salvo que libros y documentos ocupados en la sede del Sindicato, en Congojas, probaban el planeamiento del escopetazo fulminador.
En juicio correccional celebrado en Rodas el 24 de octubre del mismo año 41 el juez Pérez Brenguier absolvió a la directiva sindical, incluido Cheo Goytisolo, acusada de desacato a los agentes del orden durante movimientos reivindicativos de los obreros con motivo de divergencias habidas con Madrazo. Otros acusados fueron el congresista Jesús Menéndez, exonerado de concurrir a juicio en virtud de su inmunidad parlamentaria, y el político cienfueguero Rolando Meruelo. La defensa estuvo a cargo de un joven abogado que 18 años después sería presidente de la república revolucionada: Osvaldo Dorticós.
sábado, 24 de mayo de 2008
¿Quién mató a Madrazo?
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sábado, 17 de mayo de 2008
6 perdigonazos en Parque Alto
El homicida llevaba días esperando una noche tan oscura como esta madrugada sazonada por los olores dulzones de la molienda, cuando en el batey del ingenio sólo se escucha el ronroneo cansino de las máquinas. Y los pasos de la futura víctima, que está a menos de seis metros del cazador y a cinco de la escopeta apuntada con la habilidad de quien está acostumbrado a hacer diana en la testuz de un venado. El de la emboscada apretó el gatillo.
El cráneo de Don Isidoro Madrazo Torriente explotó como si fuera una güira seca y la masa encefálica chorreó sobre el cuerpo que ya era cadáver cuando cayó a tierra. Luego la autopsia contaría seis perdigones en la cavidad craneal del dueño del ingenio. Pablo Pereira, el administrador de la industria, decretó la suspensión de las labores tan pronto conoció la muerte del patrono.
La muerte del presidente de la Compañía Arrendataria del Central Parque Alto, S.A. sería primera plana en los diarios cienfuegueros del 9 de abril de 1941, miércoles de la Semana Santa para ser más preciso.
El coronel Abelardo Gómez Gómez, jefe militar de la provincia de Las Villas, y el licenciado Arturo López Madrazo, comandante inspector de la Policía Nacional se personaron en el cementerio de Rodas, lugar de la necropsia en las primeras horas de la mañana. El cuerpo de Madrazo que tenía su residencia oficial en la finca Platanical, en las cercanías de Jicotea, poblado del municipio villareño de Santo Domingo, fue sepultado al siguiente día en La Esperanza.
Los primeros detenidos como sospechosos de la encerrona homicida fueron Juan Castillo Ocampo, José Abreu Gómez y Emiliano Espinosa Pérez, todos obreros de la fábrica de azúcar. El último había tenido algún roce reciente con el dueño por cuestiones laborales.
Como investigadores principales del caso que sería radicado con el sumario 524 en la Sala de Gobierno de la Audiencia de Santa Clara, fueron nombrados el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix, designado por Gómez Gómez, y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón.
A los detenidos se sumó al segundo día el dueño de la colonia Convento, Pedro Bompío García. Los cuatro fueron sometidos a la prueba de los guantaletes de parafina, evidencias enviadas al Gabinete Nacional de Identificación, en al capital de la República.
Los primeros implicados quedaron en libertad, mientras Bompío era excluido de fianza. En esa zafra ardieron los cañaverales de su colonia y el dueño del ingenio se había negado a moler las cañas chamuscadas, hecho que provocó un duro enfrentamiento verbal entre los dos hombres.
El esclarecimiento del crimen demoraría hasta últimos de mayo y finalmente cubriría de gloria a los sabuesos Garateix y Paredes. Por lo menos la prensa cienfueguera los cubrió de halagos profesionales.
Pero en las 50 jornadas que mediaron entre el escopetazo madrugador tras los laureles a la entrada del central y la detención de los supuestos culpables hubo suficiente tiempo para tejer y destejer una historia digna de culebrón televisivo, de haber existido por entonces en la Isla la magia de la pequeña pantalla.
El nudo dramático del posible guión giraría en torno a la herencia del difunto, calculada en un principio y de manera extraoficial cercana a los 14 millones de pesos. Llamaba la atención la circunstancia de que el industrial cazado era soltero, no tenía hermanos y sus padres habían fallecido antes.
A sus tías maternas Isabel y Flora Torriente y Madrazo, viudas de Aguiar y Pumariega, respectivamente, y residentes en Cienfuegos, pronto le apareció una competidora: la niña Angela de las Nieves. Según, Anastasia Abreu, doméstica en la casa del dueño del central, la criatura nacida el 30 de noviembre del año anterior era fruto de sus relaciones carnales con el patrón, quien había elegido los padrinos de la bebita y la iba a reconocer como su hija a fines del propio mes de abril en Santa Clara.
El 15 de mayo se apareció en Cienfuegos la gringa Edith E. Sadiff con intención de reclamar la herencia de Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
e Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
El cráneo de Don Isidoro Madrazo Torriente explotó como si fuera una güira seca y la masa encefálica chorreó sobre el cuerpo que ya era cadáver cuando cayó a tierra. Luego la autopsia contaría seis perdigones en la cavidad craneal del dueño del ingenio. Pablo Pereira, el administrador de la industria, decretó la suspensión de las labores tan pronto conoció la muerte del patrono.
La muerte del presidente de la Compañía Arrendataria del Central Parque Alto, S.A. sería primera plana en los diarios cienfuegueros del 9 de abril de 1941, miércoles de la Semana Santa para ser más preciso.
El coronel Abelardo Gómez Gómez, jefe militar de la provincia de Las Villas, y el licenciado Arturo López Madrazo, comandante inspector de la Policía Nacional se personaron en el cementerio de Rodas, lugar de la necropsia en las primeras horas de la mañana. El cuerpo de Madrazo que tenía su residencia oficial en la finca Platanical, en las cercanías de Jicotea, poblado del municipio villareño de Santo Domingo, fue sepultado al siguiente día en La Esperanza.
Los primeros detenidos como sospechosos de la encerrona homicida fueron Juan Castillo Ocampo, José Abreu Gómez y Emiliano Espinosa Pérez, todos obreros de la fábrica de azúcar. El último había tenido algún roce reciente con el dueño por cuestiones laborales.
Como investigadores principales del caso que sería radicado con el sumario 524 en la Sala de Gobierno de la Audiencia de Santa Clara, fueron nombrados el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix, designado por Gómez Gómez, y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón.
A los detenidos se sumó al segundo día el dueño de la colonia Convento, Pedro Bompío García. Los cuatro fueron sometidos a la prueba de los guantaletes de parafina, evidencias enviadas al Gabinete Nacional de Identificación, en al capital de la República.
Los primeros implicados quedaron en libertad, mientras Bompío era excluido de fianza. En esa zafra ardieron los cañaverales de su colonia y el dueño del ingenio se había negado a moler las cañas chamuscadas, hecho que provocó un duro enfrentamiento verbal entre los dos hombres.
El esclarecimiento del crimen demoraría hasta últimos de mayo y finalmente cubriría de gloria a los sabuesos Garateix y Paredes. Por lo menos la prensa cienfueguera los cubrió de halagos profesionales.
Pero en las 50 jornadas que mediaron entre el escopetazo madrugador tras los laureles a la entrada del central y la detención de los supuestos culpables hubo suficiente tiempo para tejer y destejer una historia digna de culebrón televisivo, de haber existido por entonces en la Isla la magia de la pequeña pantalla.
El nudo dramático del posible guión giraría en torno a la herencia del difunto, calculada en un principio y de manera extraoficial cercana a los 14 millones de pesos. Llamaba la atención la circunstancia de que el industrial cazado era soltero, no tenía hermanos y sus padres habían fallecido antes.
A sus tías maternas Isabel y Flora Torriente y Madrazo, viudas de Aguiar y Pumariega, respectivamente, y residentes en Cienfuegos, pronto le apareció una competidora: la niña Angela de las Nieves. Según, Anastasia Abreu, doméstica en la casa del dueño del central, la criatura nacida el 30 de noviembre del año anterior era fruto de sus relaciones carnales con el patrón, quien había elegido los padrinos de la bebita y la iba a reconocer como su hija a fines del propio mes de abril en Santa Clara.
El 15 de mayo se apareció en Cienfuegos la gringa Edith E. Sadiff con intención de reclamar la herencia de Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
e Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
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jueves, 8 de mayo de 2008
Traición en Siguanea y martirio en Marsillán
El piquete español coloca al reo debajo de un árbol de poca fronda y demasiada tristeza, de los llamados jaimiquí. En la marisma de Marsillán había otro casi gemelo, a 50 metros del que sirve ahora de patíbulo a Leopoldo Díaz de Villegas y Díaz de Villegas, a las siete en punto de esta mañana del 4 de abril de 1871. La descarga cerrada de la fusilería española le arranca de cuajo las últimas sílabas al hurra con que los patriotas cubanos se despiden de la vida en similares circunstancias.
Tenía el muerto 20 años, seis meses y tres días de exacta edad. Era martes santo.
Leopoldito nació en cuna blanda. Sus padres, Don Juan y Doña Adelaida eran primos. Ella, nieta de Agustín de Santa Cruz, el hacendado que ya fabricaba azúcares en su ingenio Candelaria cuando De Clouet vino a fundar y aceptó las 300 caballerías del hato Caunao donadas por el primer benefactor de la villa en ciernes.
Juan Díaz de Villegas fue el alma visible del movimiento separatista en Cienfuegos y los cronistas de la época coinciden en catalogar al dueño de la hacienda Santa Isabel como el hombre más querido de la comarca.
El único varón de los Díaz de Villegas y sus hermanas, Antonia y Rosalía, crecieron escuchando la anécdota del día de julio de 1848 en que el padre situó las riendas de Macepa, su caballo favorito, en manos del conspirador Narciso López, quien tras épica cabalgata puso tierra por medio de la persecución española hasta que pudo embarcar por Cárdenas rumbo a Estados Unidos.
La fortuna familiar, si emular con las nacientes dinastías de sacarócratas y comerciantes de Cienfuegos, la villa emergente de la centuria mediada, bastaba para ciertos lujos, como el de enviar al heredero adolescente a estudiar en unos de los colegios politécnicos de más alcurnia en Alemania.
Hasta tierras teutonas llegó el clamor de la revolución cespediana gritada en La Demajagua y el joven Leopoldo orientó la brújula de la existencia hacia el punto cardinal donde flameaba la libertad.
Desembarcó en Cienfuegos cuando su padre ya había sido protagonista del alzamiento villareño de principios de febrero del 69, a la cabeza de los complotados de Cienfuegos, entre ellos los hermanos Fernández Cavada y Howard.
Sólo 16 días permaneció en el hogar el hijo de ya general mambí Juan Díaz de Villegas. “Quizá sea muy niño todavía, mi padre tal vez no me aceptará; pero el general tendrá que aceptarme como recluta”. Así pensaba Leopoldo la noche antes de marchar a los campos de Cuba Libre, cuando escribía la esquela de despedida a Doña Adelaida: “Mamá Adela, perdóname las lágrimas que mi partida te causarán, voy a donde debo estar, al lado de mi padre”.
-Sólo lo siento por tu madre, fue el único reproche del progenitor al abrazar al nuevo soldado de la independencia.
Principios de febrero de 1871. Las fuerzas de la División Cienfuegos, sin pertrechos para hacer la guerra en su territorio, acampan en el cuartel general de Las Playitas, muy próximo a donde brota el primer manantial del Hanabanilla, mientras esperan para marchar al Camagüey en procura de bastimentos bélicos.
El Chico Valladares, antiguo arrendatario y protegido de Don Juan, pide autorización del mando para ir a la búsqueda de insurrectos dispersos por el valle de la Siguanea. Asegura que en tres días estará de vuelta con los rezagados. Las 72 horas le sobraron para consumar la traición. Presentado en el fuerte español de Plato de Palo, asegura a los colonialistas la entrega del general cienfueguero.
En la vereda del Novillo sorprenden al hijo en lugar del padre. Se inicia el Vía Crucis del muchacho candidato a mártir. El 23 de marzo lo traen a la cárcel de Cienfuegos. Rabioso por la derrota de los Chapelgorris en Sancti Spíritus a manos del general Villamil, mambí gallego por más señas, el Conde de Valmaceda telegrafió a Cienfuegos para que pusieran a Leopoldo en capilla.
La madre y las hermanas residían por la fecha en Kingston. Tiempo después cuando, enfermo, el general Don Juan arriba a la capital jamaicana, Doña Adelaida pregunta mientras besa:
-¿Y Leopoldo? ¿Cómo es que te separaste de él, Juanillo?
-Leopoldo se quedó en Cuba: nadie lo separará de su tierra. ¡Dichoso él!
Pasarían tres años para que la madre conociera del destino del hijo bajo un árbol escaso de fronda y generoso en tristeza, mientras el sol se avergonzaba de encender la mañana del martes santo en Marsillán.
Tenía el muerto 20 años, seis meses y tres días de exacta edad. Era martes santo.
Leopoldito nació en cuna blanda. Sus padres, Don Juan y Doña Adelaida eran primos. Ella, nieta de Agustín de Santa Cruz, el hacendado que ya fabricaba azúcares en su ingenio Candelaria cuando De Clouet vino a fundar y aceptó las 300 caballerías del hato Caunao donadas por el primer benefactor de la villa en ciernes.
Juan Díaz de Villegas fue el alma visible del movimiento separatista en Cienfuegos y los cronistas de la época coinciden en catalogar al dueño de la hacienda Santa Isabel como el hombre más querido de la comarca.
El único varón de los Díaz de Villegas y sus hermanas, Antonia y Rosalía, crecieron escuchando la anécdota del día de julio de 1848 en que el padre situó las riendas de Macepa, su caballo favorito, en manos del conspirador Narciso López, quien tras épica cabalgata puso tierra por medio de la persecución española hasta que pudo embarcar por Cárdenas rumbo a Estados Unidos.
La fortuna familiar, si emular con las nacientes dinastías de sacarócratas y comerciantes de Cienfuegos, la villa emergente de la centuria mediada, bastaba para ciertos lujos, como el de enviar al heredero adolescente a estudiar en unos de los colegios politécnicos de más alcurnia en Alemania.
Hasta tierras teutonas llegó el clamor de la revolución cespediana gritada en La Demajagua y el joven Leopoldo orientó la brújula de la existencia hacia el punto cardinal donde flameaba la libertad.
Desembarcó en Cienfuegos cuando su padre ya había sido protagonista del alzamiento villareño de principios de febrero del 69, a la cabeza de los complotados de Cienfuegos, entre ellos los hermanos Fernández Cavada y Howard.
Sólo 16 días permaneció en el hogar el hijo de ya general mambí Juan Díaz de Villegas. “Quizá sea muy niño todavía, mi padre tal vez no me aceptará; pero el general tendrá que aceptarme como recluta”. Así pensaba Leopoldo la noche antes de marchar a los campos de Cuba Libre, cuando escribía la esquela de despedida a Doña Adelaida: “Mamá Adela, perdóname las lágrimas que mi partida te causarán, voy a donde debo estar, al lado de mi padre”.
-Sólo lo siento por tu madre, fue el único reproche del progenitor al abrazar al nuevo soldado de la independencia.
Principios de febrero de 1871. Las fuerzas de la División Cienfuegos, sin pertrechos para hacer la guerra en su territorio, acampan en el cuartel general de Las Playitas, muy próximo a donde brota el primer manantial del Hanabanilla, mientras esperan para marchar al Camagüey en procura de bastimentos bélicos.
El Chico Valladares, antiguo arrendatario y protegido de Don Juan, pide autorización del mando para ir a la búsqueda de insurrectos dispersos por el valle de la Siguanea. Asegura que en tres días estará de vuelta con los rezagados. Las 72 horas le sobraron para consumar la traición. Presentado en el fuerte español de Plato de Palo, asegura a los colonialistas la entrega del general cienfueguero.
En la vereda del Novillo sorprenden al hijo en lugar del padre. Se inicia el Vía Crucis del muchacho candidato a mártir. El 23 de marzo lo traen a la cárcel de Cienfuegos. Rabioso por la derrota de los Chapelgorris en Sancti Spíritus a manos del general Villamil, mambí gallego por más señas, el Conde de Valmaceda telegrafió a Cienfuegos para que pusieran a Leopoldo en capilla.
La madre y las hermanas residían por la fecha en Kingston. Tiempo después cuando, enfermo, el general Don Juan arriba a la capital jamaicana, Doña Adelaida pregunta mientras besa:
-¿Y Leopoldo? ¿Cómo es que te separaste de él, Juanillo?
-Leopoldo se quedó en Cuba: nadie lo separará de su tierra. ¡Dichoso él!
Pasarían tres años para que la madre conociera del destino del hijo bajo un árbol escaso de fronda y generoso en tristeza, mientras el sol se avergonzaba de encender la mañana del martes santo en Marsillán.
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