lunes, 26 de abril de 2010

Tanto nadar y lo cogieron en pelotas

Tanto fue el cántaro de Polo Vélez a la fuente de la audacia que terminó haciéndose añicos el 27 de julio de 1937 en la finca La Mulata, propiedad del hacendado cienfueguero Lázaro Díaz de Tuesta, en el entonces barrio de Arango, por la vuelta actual de Ariza y Limones. El capitán Teodoro Fabián Martínez, jefe del escuadrón 7 de la Guardia Rural rellenó de gloria una página de su expediente militar, aunque los tiros que liquidaron al sucesor de Manuel García, en la monarquía absoluta de los campos de Cuba, fueron obra de la puntería de un teniente con nombre de trovador y un soldado con apelativo de recluta, Carlos Varela y José Dávila, respectivamente.
Al menos esa fue la narración que sobre la escaramuza final del bandolero cumanayagüense contó a sus ávidos lectores la prensa perlasureña de la época.
Pero esa es otra historia. Aunque en aquella balacera de La Mulata, más bien en la desbandada que prosiguió tuviera su génesis la siguiente.
Optimista como suele ser la prensa en todos los tiempos, uno de los diarios cienfuegueros dio por descontada la captura de El Mejicano, lugarteniente de Polo en sus incontables fechorías por los años de los años, y quien había cogido las de Villadiego al percatarse de la última trastada de la fortuna. Pero tampoco esta es la historia del segundo al mando de la banda.
Pasaron tres meses y La Correspondencia anunció en su edición del 2 de noviembre la captura en la provincia de Oriente de uno de los hombres de Polo. En el hospital holguinero de La Periquera convalecía de varias heridas un hombre, a quien las autoridades consideraban el último de los 21 integrantes de la cuadrilla descabezada en la hacienda de Díaz de Tuesta.
Si no cantaba El Manisero, la justicia le aguardaba, balanza en mano y venda en los ojos, para que respondiera por 25 causas pendientes.
La tarea de identificarlo fue un verdadero lío para los “CSI” de la ciudad de los parques. De manera que la Jefatura del Tercer Distrito con sede a la sombra de la Loma de la Cruz solicitó la presencia de un experto procedente de la zona natural de operaciones de la gavilla veleziana.
Y para allá mandaron desde Santa Isabel de las Lajas al teniente Ramón L. Gárate Flofat, quien reconoció al reo hospitalizado como Alfredo Castellón Lozano. Pero el tipo era un artista del camuflaje identificativo, que respondía lo mismo por Alfredo Simplicio o Rogelio Lázaro, además de los clásicos alias de los tipos fuera de la ley: Agero o Cao. Lo que sí quedó en firme fue la filiación del forajido: hijo de Germán y Ana, ex estudiante y natural del rincón querido del Benny, aunque prefiriera el ritmo de los cañones de los Colts y los Winchesters al de los tambores makuta y el tres.
En el archivo de las causas pendientes figuraban, entre otras, las muertes del cabo Morales y un policía de La Juanita; en Cruces, asalto y robo de la tenería y agresión a un ministro prebisteriano; lesiones a un campesino en Ciego Montero y atraco a un dueño de finca en Cartagena.
Castellón llamó junto a su cama hospitalaria al capitán Guerrero, viejo “conocido” de Las Villas, y le confirmó su identificación. Abundó en detalles. A saber: la residencia de sus padres en la calle cienfueguera de Castillo, entre Holguín y Delicias, un hermano trabajaba en la notaría del doctor Grau y una tía de apellido Benítez trabajaba de maestra pública en Santa Clara. Al parecer la disfunción familiar no fue la causa que lo llevó por el mal camino de los pistoleros.
Narró sus peripecias posteriores a la pelea con las fuerzas de Teodoro Fabián. Dos meses más tarde, el 29 de septiembre, sostuvo fuego con la patrulla del teniente Castellanos en la finca Cantarranas, barrio de Cartagena. Entonces los remanentes de la banda, El Mejicano y La Fija, entre ellos, decidieron poner tierra por medio. A mediados de octubre, en guagua llegaron hasta Holguín, llevando consigo en el portaequipajes del propio transporte un rifle calibre 44, un crack y gran provisión de proyectiles.
Por los periódicos del norte oriental conocieron del intenso patrullaje militar en la zona a causa del asesinato de Machaquito. Castellón quiso volver sobre sus pasos, a la región central donde se sentía como pez en el río. Pero El Mejicano conocía una colonia cerca de Contramaestre en la cual contaba con paisanos. Ubicados en la zona hasta llegaron a participar de algunas lidias de gallos y entre tanto, planeaban el asalto al pagador del central próximo al pueblo y luego el crimen del comerciante Alfonso Fernández.
Mientras el palo iba y venía tuvieron ocho encuentros con los amarillos. Acorralado por la persecución de los rurales y más solitario que El Llanero, Castellón llegó hasta un paraje de Cauto Cristo, junto a la ribera del Amazonas cubano. Como las aguas de octubre habían desbordado el mayor cauce fluvial de la Isla, debió esperar un poco. Para despistar a los rastreadores hizo un bulto con sus ropas y las arrojó a la corriente brava. Entonces atravesó la riada a nado y llegó con el mismo traje de Adán a casa de Horacio Gómez, en la otra orilla.
Allí lo estaba esperando la Rural. Al parecer ofreció resistencia, porque lo cogieron en cueros, pero herido.

miércoles, 7 de abril de 2010

El pordiosero del hotel La Plata

Muchos cienfuegueros patriotas querrían estirar la frontera occidental del territorio con tal de ganar la vieja capitanía matancera del partido Hanábana y poder decir que el niño José Julián Martí dejó sus huellas en nuestra tierra. Jinete a lomos del caballo engordado como si fuera puerco cebón, mientras disponía para la lidia el gallo fino, regalo de don Lucas de Sotolongo que ya valía más de dos onzas.
Ante tal imposible se conforman nuestros amantes de la épica independentista con el paso guerrero del general Antonio entre los cañaverales incinerados en la llanura circundante, y la marca de sus campamentos anteriores y posteriores al genial macheteo de Mal Tiempo: Potrerillo, Mangos de La Flora, La Amalia y El Indio.
La hazaña de la Invasión pronto prendió como semilla naciente en la fértil memoria popular hasta enhebrar los hilos de la historia con los de la leyenda, pero lo que muy pocos hijos de esta ciudad conocían a finales de 1936 era la estadía cienfueguera del hijo de Marcos y Mariana.
Razones habían para el desconocimiento, pero a fin de evitar que el olvido ganara terreno en los años por venir, la séptima mañana de aquel diciembre, cuadragésimo aniversario de la tragedia de San Pedro, la Asociación de Autores y Escritores Antonio Maceo, presidida por Bienvenido Espinosa Morejón, develó la tarja conmemorativa en el sitio que le dio cobijo al mayor general.
Por esa fecha era la fonda Joven China y en la actualidad una cuartería. Pero en noviembre de 1893 el mismo edificio agujereado hoy por los años y las penurias estaba identificado en el catastro de Cienfuegos como hotel La Plata, en la esquina noroeste formada por las calles de Casales y Argüelles.
En el último de sus cuartuchos interiores, el peor ventilado, el más maloliente y en un camastro pésimamente atendido encontró reposo durante algunas noches el cuerpo del héroe de Baraguá, quien hacía de maravillas su papel teatral de viejo mendicante.
Israel Díaz, un joven maestro integrante del grupo intelectual que generó la iniciativa, habló en el acto después que el veterano Antoñico Oviedo develara la pieza de mármol, a continuación bendecida por el obispo Martínez Dalmau.
La tarja había sido adosada a la fachada que da por Casales desde el día 5, y con anterioridad expuesta en las vidrieras de los establecimientos comerciales El Volcán y El Palo Gordo, en las calles de Castillo y San Fernando, respectivamente.
¿Qué hacía El Titán en Cienfuegos en noviembre del 93 y por qué actuaba de manera clandestina? El escritor crucense Raúl Aparicio lo explica en varias páginas de su libro Hombradía de Antonio Maceo.
Entre el 30 de enero y el 30 de agosto de 1890 está fechada su primera presencia en la Isla, luego del fracaso de la Guerra Grande y su posterior salida a Jamaica tras las jornadas amargas que sucedieron al Zanjón, pese al acto viril de los Mangos de Baraguá. Gobernaba el general Salamanca, quien le concedió pasaporte. De esa etapa se recuerda su alojamiento en el habanero hotel Inglaterra y los encuentros con los jóvenes patriotas de la acera del Louvre.
De la capital viajó por ferrocarril a Batabanó y en ese puerto embarcó a Santiago de Cuba, de donde finalmente sería expulsado a Nueva York. Aunque no existen documentos probatorios parece que en el cabotaje por la costa sur tocó en Cienfuegos y contactó aquí con Antoñico Argüelles, uno de los puntales en el proceso organizativo de la guerra necesaria en esta comarca.
Martí lo visitó en Costa Rica y pasaron juntos los siete primeros días de julio de 1893. A la partida del Delegado, Antonio concibe la idea de volver a Cuba, pero esta vez con los documentos de su cuñado Ramón Cabrales. El plan cuaja en la segunda decena de noviembre. En La Habana se esconde en el barrio de San Isidro y sostiene entrevistas con amistades cultivadas tres años antes.
Entre tanto el triángulo Lajas-Cruces-Ranchuelo resulta escenario del levantamiento separatista encabezado por Federico Zayas e Higinio Esquerra. Maceo conoce del hecho por los periódicos habaneros y duda si guarda relación con los planes concebidos junto a Martí en Costa Rica.
Con la policía española tras sus pasos abandona la capital con intenciones de llegar a Oriente, donde cabía la posibilidad de secundar el alzamiento villareño. Para despistar se dirige primero a Cárdenas y a pesar del acoso tiene tiempo de visitar el muelle del desembarco del general Narciso López, jefe de su padre en las fuerzas realistas que perdieron Venezuela ante la espada de Bolívar.
Por ferrocarril viene a Cienfuegos desde la norteña villa matancera, ayudado por los masones de la logia Perseverancia, y aquí, tras la máscara de viejo pordiosero recaba informaciones sobre el descalabro del alzamiento lajero, ajeno a los planes insurreccionales del Partido Revolucionario.
La versión más conocida de sus días cienfuegueros apunta al contacto establecido con Antoñico Argüelles, quien lo encontró en La Plata y al final logró sacarlo del puerto como pasajero de la goleta La Nueva Concha, desde la cual a la altura de Los Cayos (Jardines de la Reina) transbordó a otra embarcación con destino a Jamaica.
Difícil resulta zurcir las costuras de la historia cuando el tiempo diezma a los protagonistas. El 25 de septiembre de 1959 el periodista Roger de Guimerá Font recogió en las páginas de Liberación (antiguo El Comercio) el testimonio de Eduardo Prieto, un anciano negro electricista de profesión, quien se atribuyó el papel de cicerone de Maceo en la escapada por el muelle de Campos. Los detalles de la peripecia, incluido un encuentro fortuito con una pareja de la Guardia Civil, coinciden bastante con los de la versión Argüelles. Como dato novedoso el relato aporta que el líder del mambisado oriental antes de pernoctar en La Plata lo hizo Los Vaporcitos, otra fonda ubicada en Castillo casi a esquina a Bouyón, frente a una estación de vapores que hacían la ruta fluvial del Damují hasta Rodas.