lunes, 26 de abril de 2010

Tanto nadar y lo cogieron en pelotas

Tanto fue el cántaro de Polo Vélez a la fuente de la audacia que terminó haciéndose añicos el 27 de julio de 1937 en la finca La Mulata, propiedad del hacendado cienfueguero Lázaro Díaz de Tuesta, en el entonces barrio de Arango, por la vuelta actual de Ariza y Limones. El capitán Teodoro Fabián Martínez, jefe del escuadrón 7 de la Guardia Rural rellenó de gloria una página de su expediente militar, aunque los tiros que liquidaron al sucesor de Manuel García, en la monarquía absoluta de los campos de Cuba, fueron obra de la puntería de un teniente con nombre de trovador y un soldado con apelativo de recluta, Carlos Varela y José Dávila, respectivamente.
Al menos esa fue la narración que sobre la escaramuza final del bandolero cumanayagüense contó a sus ávidos lectores la prensa perlasureña de la época.
Pero esa es otra historia. Aunque en aquella balacera de La Mulata, más bien en la desbandada que prosiguió tuviera su génesis la siguiente.
Optimista como suele ser la prensa en todos los tiempos, uno de los diarios cienfuegueros dio por descontada la captura de El Mejicano, lugarteniente de Polo en sus incontables fechorías por los años de los años, y quien había cogido las de Villadiego al percatarse de la última trastada de la fortuna. Pero tampoco esta es la historia del segundo al mando de la banda.
Pasaron tres meses y La Correspondencia anunció en su edición del 2 de noviembre la captura en la provincia de Oriente de uno de los hombres de Polo. En el hospital holguinero de La Periquera convalecía de varias heridas un hombre, a quien las autoridades consideraban el último de los 21 integrantes de la cuadrilla descabezada en la hacienda de Díaz de Tuesta.
Si no cantaba El Manisero, la justicia le aguardaba, balanza en mano y venda en los ojos, para que respondiera por 25 causas pendientes.
La tarea de identificarlo fue un verdadero lío para los “CSI” de la ciudad de los parques. De manera que la Jefatura del Tercer Distrito con sede a la sombra de la Loma de la Cruz solicitó la presencia de un experto procedente de la zona natural de operaciones de la gavilla veleziana.
Y para allá mandaron desde Santa Isabel de las Lajas al teniente Ramón L. Gárate Flofat, quien reconoció al reo hospitalizado como Alfredo Castellón Lozano. Pero el tipo era un artista del camuflaje identificativo, que respondía lo mismo por Alfredo Simplicio o Rogelio Lázaro, además de los clásicos alias de los tipos fuera de la ley: Agero o Cao. Lo que sí quedó en firme fue la filiación del forajido: hijo de Germán y Ana, ex estudiante y natural del rincón querido del Benny, aunque prefiriera el ritmo de los cañones de los Colts y los Winchesters al de los tambores makuta y el tres.
En el archivo de las causas pendientes figuraban, entre otras, las muertes del cabo Morales y un policía de La Juanita; en Cruces, asalto y robo de la tenería y agresión a un ministro prebisteriano; lesiones a un campesino en Ciego Montero y atraco a un dueño de finca en Cartagena.
Castellón llamó junto a su cama hospitalaria al capitán Guerrero, viejo “conocido” de Las Villas, y le confirmó su identificación. Abundó en detalles. A saber: la residencia de sus padres en la calle cienfueguera de Castillo, entre Holguín y Delicias, un hermano trabajaba en la notaría del doctor Grau y una tía de apellido Benítez trabajaba de maestra pública en Santa Clara. Al parecer la disfunción familiar no fue la causa que lo llevó por el mal camino de los pistoleros.
Narró sus peripecias posteriores a la pelea con las fuerzas de Teodoro Fabián. Dos meses más tarde, el 29 de septiembre, sostuvo fuego con la patrulla del teniente Castellanos en la finca Cantarranas, barrio de Cartagena. Entonces los remanentes de la banda, El Mejicano y La Fija, entre ellos, decidieron poner tierra por medio. A mediados de octubre, en guagua llegaron hasta Holguín, llevando consigo en el portaequipajes del propio transporte un rifle calibre 44, un crack y gran provisión de proyectiles.
Por los periódicos del norte oriental conocieron del intenso patrullaje militar en la zona a causa del asesinato de Machaquito. Castellón quiso volver sobre sus pasos, a la región central donde se sentía como pez en el río. Pero El Mejicano conocía una colonia cerca de Contramaestre en la cual contaba con paisanos. Ubicados en la zona hasta llegaron a participar de algunas lidias de gallos y entre tanto, planeaban el asalto al pagador del central próximo al pueblo y luego el crimen del comerciante Alfonso Fernández.
Mientras el palo iba y venía tuvieron ocho encuentros con los amarillos. Acorralado por la persecución de los rurales y más solitario que El Llanero, Castellón llegó hasta un paraje de Cauto Cristo, junto a la ribera del Amazonas cubano. Como las aguas de octubre habían desbordado el mayor cauce fluvial de la Isla, debió esperar un poco. Para despistar a los rastreadores hizo un bulto con sus ropas y las arrojó a la corriente brava. Entonces atravesó la riada a nado y llegó con el mismo traje de Adán a casa de Horacio Gómez, en la otra orilla.
Allí lo estaba esperando la Rural. Al parecer ofreció resistencia, porque lo cogieron en cueros, pero herido.

miércoles, 7 de abril de 2010

El pordiosero del hotel La Plata

Muchos cienfuegueros patriotas querrían estirar la frontera occidental del territorio con tal de ganar la vieja capitanía matancera del partido Hanábana y poder decir que el niño José Julián Martí dejó sus huellas en nuestra tierra. Jinete a lomos del caballo engordado como si fuera puerco cebón, mientras disponía para la lidia el gallo fino, regalo de don Lucas de Sotolongo que ya valía más de dos onzas.
Ante tal imposible se conforman nuestros amantes de la épica independentista con el paso guerrero del general Antonio entre los cañaverales incinerados en la llanura circundante, y la marca de sus campamentos anteriores y posteriores al genial macheteo de Mal Tiempo: Potrerillo, Mangos de La Flora, La Amalia y El Indio.
La hazaña de la Invasión pronto prendió como semilla naciente en la fértil memoria popular hasta enhebrar los hilos de la historia con los de la leyenda, pero lo que muy pocos hijos de esta ciudad conocían a finales de 1936 era la estadía cienfueguera del hijo de Marcos y Mariana.
Razones habían para el desconocimiento, pero a fin de evitar que el olvido ganara terreno en los años por venir, la séptima mañana de aquel diciembre, cuadragésimo aniversario de la tragedia de San Pedro, la Asociación de Autores y Escritores Antonio Maceo, presidida por Bienvenido Espinosa Morejón, develó la tarja conmemorativa en el sitio que le dio cobijo al mayor general.
Por esa fecha era la fonda Joven China y en la actualidad una cuartería. Pero en noviembre de 1893 el mismo edificio agujereado hoy por los años y las penurias estaba identificado en el catastro de Cienfuegos como hotel La Plata, en la esquina noroeste formada por las calles de Casales y Argüelles.
En el último de sus cuartuchos interiores, el peor ventilado, el más maloliente y en un camastro pésimamente atendido encontró reposo durante algunas noches el cuerpo del héroe de Baraguá, quien hacía de maravillas su papel teatral de viejo mendicante.
Israel Díaz, un joven maestro integrante del grupo intelectual que generó la iniciativa, habló en el acto después que el veterano Antoñico Oviedo develara la pieza de mármol, a continuación bendecida por el obispo Martínez Dalmau.
La tarja había sido adosada a la fachada que da por Casales desde el día 5, y con anterioridad expuesta en las vidrieras de los establecimientos comerciales El Volcán y El Palo Gordo, en las calles de Castillo y San Fernando, respectivamente.
¿Qué hacía El Titán en Cienfuegos en noviembre del 93 y por qué actuaba de manera clandestina? El escritor crucense Raúl Aparicio lo explica en varias páginas de su libro Hombradía de Antonio Maceo.
Entre el 30 de enero y el 30 de agosto de 1890 está fechada su primera presencia en la Isla, luego del fracaso de la Guerra Grande y su posterior salida a Jamaica tras las jornadas amargas que sucedieron al Zanjón, pese al acto viril de los Mangos de Baraguá. Gobernaba el general Salamanca, quien le concedió pasaporte. De esa etapa se recuerda su alojamiento en el habanero hotel Inglaterra y los encuentros con los jóvenes patriotas de la acera del Louvre.
De la capital viajó por ferrocarril a Batabanó y en ese puerto embarcó a Santiago de Cuba, de donde finalmente sería expulsado a Nueva York. Aunque no existen documentos probatorios parece que en el cabotaje por la costa sur tocó en Cienfuegos y contactó aquí con Antoñico Argüelles, uno de los puntales en el proceso organizativo de la guerra necesaria en esta comarca.
Martí lo visitó en Costa Rica y pasaron juntos los siete primeros días de julio de 1893. A la partida del Delegado, Antonio concibe la idea de volver a Cuba, pero esta vez con los documentos de su cuñado Ramón Cabrales. El plan cuaja en la segunda decena de noviembre. En La Habana se esconde en el barrio de San Isidro y sostiene entrevistas con amistades cultivadas tres años antes.
Entre tanto el triángulo Lajas-Cruces-Ranchuelo resulta escenario del levantamiento separatista encabezado por Federico Zayas e Higinio Esquerra. Maceo conoce del hecho por los periódicos habaneros y duda si guarda relación con los planes concebidos junto a Martí en Costa Rica.
Con la policía española tras sus pasos abandona la capital con intenciones de llegar a Oriente, donde cabía la posibilidad de secundar el alzamiento villareño. Para despistar se dirige primero a Cárdenas y a pesar del acoso tiene tiempo de visitar el muelle del desembarco del general Narciso López, jefe de su padre en las fuerzas realistas que perdieron Venezuela ante la espada de Bolívar.
Por ferrocarril viene a Cienfuegos desde la norteña villa matancera, ayudado por los masones de la logia Perseverancia, y aquí, tras la máscara de viejo pordiosero recaba informaciones sobre el descalabro del alzamiento lajero, ajeno a los planes insurreccionales del Partido Revolucionario.
La versión más conocida de sus días cienfuegueros apunta al contacto establecido con Antoñico Argüelles, quien lo encontró en La Plata y al final logró sacarlo del puerto como pasajero de la goleta La Nueva Concha, desde la cual a la altura de Los Cayos (Jardines de la Reina) transbordó a otra embarcación con destino a Jamaica.
Difícil resulta zurcir las costuras de la historia cuando el tiempo diezma a los protagonistas. El 25 de septiembre de 1959 el periodista Roger de Guimerá Font recogió en las páginas de Liberación (antiguo El Comercio) el testimonio de Eduardo Prieto, un anciano negro electricista de profesión, quien se atribuyó el papel de cicerone de Maceo en la escapada por el muelle de Campos. Los detalles de la peripecia, incluido un encuentro fortuito con una pareja de la Guardia Civil, coinciden bastante con los de la versión Argüelles. Como dato novedoso el relato aporta que el líder del mambisado oriental antes de pernoctar en La Plata lo hizo Los Vaporcitos, otra fonda ubicada en Castillo casi a esquina a Bouyón, frente a una estación de vapores que hacían la ruta fluvial del Damují hasta Rodas.

domingo, 7 de marzo de 2010

La visita de Machado a Cienfuegos

Liberales y conservadores aparentaban ser un solo cuerpo político, y no los enconados antagonistas de antaño. En la Cuba de finales de 1927 aquella alianza de intereses conocida como cooperativismo aupaba las intenciones de Gerardo Machado de estirar su período en la presidencia de la República hasta 1935, por lo menos.
En ese contexto ocurrió entre bombos y platillos, el domingo 18 de diciembre, la visita a Cienfuegos del mandatario, a quien sus adversarios llamaban con sorna el Mocho de Camajuaní.
Con un programa resumido en la consigna “Agua, caminos y escuelas" y el lema “a pie” que intentaba denotar la base popular de su candidatura al frente del Partido Liberal, el general de insulso expediente militar en la Guerra del 95, derrotó en las elecciones presidenciales de noviembre de 1924 a su colega de galones Mario García Menocal, el conocido Mayoral de Chaparra, que fue a las urnas en representación del Partido Conservador en busca de su tercer período en Palacio.
Llevaba Machado año y medio en el poder y ya cargaba unos cuantos asesinatos políticos sobre su conciencia, entre ellos el líder de la Hermandad Ferroviaria en Cienfuegos, Baldomero Duménigo, pero al hombre fuerte de la Isla lo alentaba sobremanera el capricho de los caudillos. La soberbia y vanidad que le asistían necesitaban del elogio aunque fuera mentira.
Cuenta el historiador Julio Le Riverand que el mismo día de su llegada a la mansión ejecutiva, el 20 de mayo de 1925, su exegeta Jesús María Barraqué (designado Secretario de Justicia del propio gobierno) publicó en el diario habanero El Mundo que tanto Máximo Gómez como Tomás Estrada Palma le habían pronosticado que Gerardo Machado y Morales sería presidente de Cuba.
La estadía de dos jornadas en la Perla del Sur formó parte de una campaña a favor de la prórroga de poderes y la reforma constitucional que le sirviera de apoyatura legal a sus propósitos. A fines de la semana anterior la caravana presidencial recorrió la próspera ciudad camagüeyana de Morón y luego Santa Clara.
A las cinco de la mañana de aquel domingo partió de la Estación Central de La Habana el convoy formado por la locomotora 402, dos vagones de primera clase y los coches-salones Zaza, Trinidad, Nuevitas, Habana, Tínima, Ciego de Ávila y Yosemite.
En este último con nombre de paisaje gringo viajaba el presidente, a quien acompañaba en la gira una comitiva formada por el vicepresidente Carlos La Rosa, secretarios de estado (ministros), senadores, representantes, gobernadores provinciales, jefes militares y periodistas, en número cercano al centenar.
Con marcado interés de desinformar, los organizadores del recibimiento señalaron indistintamente a la Calzada de Dolores y la estación ferroviaria de la calle Gloria como puntos de desembarque. Sin embargo Machado puso pie en tierra en Castillo y Santa Isabel y por esta calle salvó en la máquina oficial de la Alcaldía las cuatro cuadras que lo separaban del Ayuntamiento.
Frente a la casa municipal de gobierno los anfitriones situaron un arco de triunfo, desde cuya plataforma de madera de tea levantada a 90 centímetros de altura, el homenajeado presenció a continuación un desfile cercano a las dos horas y media de duración.
El periódico La Correspondencia dedicó casi una página entera a detallar la revista organizada por el alcalde conservador de Cienfuegos, Pedro Antonio Aragonés, en honor del presidente liberal de la nación.
La parada que enfiló por la calle San Fernando, de Prado hacia el parque Martí, incluyó 22 cuadros, el último integrado por los cinco mil jinetes de las caballerías llegadas desde todos los pueblos vecinos. El arco estaba rematado por la inscripción: “Al mejor presidente de Cuba”.
Para alojamiento del presidente sus anfitriones eligieron el Cienfuegos Yatch Club, donde el lunes 19 el Grupo de Lobos de Mar le ofreció un almuerzo y las 11 de la noche del propio día hubo un baile de etiqueta para despedirlo.
Otros momentos del programa fueron la sesión vespertina-dominical del Rotary Club, en la cual las clases vivas cienfuegueras aprovecharon para extenderle un pliego de demandas, entre ellas obras de saneamiento, mejoras de las calles y el acueducto, planta de clorificación, construcción de la carretera a La Sierra y reparación de la vía a Manicaragua, a partir del puente de Lagunillas. También el dragado del puerto y su declaración como zona libre, así como tres centros educacionales: Escuela Normal de Maestros, Escuela Central (primaria) y una Técnica Industrial.
Para dorarle la píldora los rotarios lo agasajaron con un champagne de honor en el Roof Garden del flamante hotel San Carlos.
LA SEGUNDA JORNADA, LUNES 19
“La Cuban Telephone Company cede galantemente un micrófono que se instalará en el Terry para el mitin del 19. Los discursos pronunciados allí serán pues oídos por todas las estaciones radiográficas de la Isla”.
El suelto anterior apareció en la edición de La Correspondencia del sábado 17 de diciembre de 1927, víspera de la llegada del presidente Gerardo Machado a Cienfuegos. La reunión política de marras en el coliseo de San Carlos y San Luis conjugaba la esencia del viaje de dos días del huésped de Palacio a la ciudad. Por entonces la radio era el último grito de la moda en términos de comunicación social y la compani gringa aprovechaba aquel filón, mediático diríamos hoy.
Pro reforma constitucional, tal fue la divisa de la asamblea vespertina efectuada bajo la sombra de los frescos de Camilo Salaya que cobijan el lunetario del teatro símbolo de la Perla del Sur. Por la tribuna desfilaron liberales, conservadores y populares o si lo prefiere machadistas, menocalistas y zayistas, en perfecta concordia. A juzgar por sus discursos pareciera que la Isla era el edén político de la Tierra.
Antes, a las ocho de la mañana del propio lunes, el Ayuntamiento aprovechó la ocasión para realizar un acto solemne en el cual Machado recibió el título de Muy Ilustre Hijo Adoptivo de Cienfuegos. El mismo pergamino, solo que sin el Muy, le fue conferido a Antonio González Mora, director del diario habanero El Mundo.
Del discurso del principal homenajeado en la Casa del Pueblo sería bueno rescatar algunos párrafos ante los cuales los comentarios huelgan.
“Todo lo que ha pedido Cienfuegos lo concederé porque ya estaba en mi mente.
La patria está por encima de todo y no murió Martí, Maceo y tantos mártires de la libertad para que después vinieran los presidentes de la República a ser unos menguados y a medrar con ella.
El Congreso aprobó una ley concediéndome dos años más en el poder. El mismo Congreso puede votar otra si lo cree conveniente a los intereses de la nación para que renuncie a esos dos años. Si en cambio les convienen dos años más para que el presidente continúe haciendo una política nacionalista, estoy dispuesto a ir con los partidos políticos, con el país todo; pero si por el contrario no ocurre así, entonces el presidente de la República, una vez concluido su período de cuatro años volverá a su casa con la satisfacción del deber cumplido”.
Palabras que no tienen desperdicio. Caudillismo y demagogia al por mayor y dándose la mano Por si hiciera falta un dato para reforzar la idea triunfante del cooperativismo en ciernes, dijo que en el tren presidencial vino a Cienfuegos todo el espectro político de la nación.
Y agregó que: No sólo tenía el reconocimiento de las repúblicas latinoamericanas, sino que comenzaba a llegar de Europa: Mussolini, el rey de España –Alfonso XII-, el dictador hispano Primo de Rivera. En fin, dime quien te alaba y te diré quien eres. El discurso fue premiado con una ovación y gritos de ¡Viva el presidente modelo!
Intensa resultó la jornada del lunes para el mandatario proselitista. Se levantó temprano como buen guajiro, pero en el confort del Yatch Club. El potentado cienfueguero Laureano Falla Gutiérrez le llevó a conocer las instalaciones del sanatorio de la Colonia Española a las siete y media, y 30 minutos más tarde ya estaba listo para recibir el agasajo en el Ayuntamiento. Tuvo tiempo además para inaugurar el arco de triunfo en su honor que se estaba levantando en la avenida Pedro Antonio Aragonés –Malecón-. Obra para la cual el político perlasureño doctor Santiago Rey desembolsó la generosa suma de cuatro mil pesos.
Con el título honorario fresquecito en sus manos, más bien en las de algún edecán, visitó el cuartel de bomberos, al doblar, en la calle de San Luis. A las 11 y media estrenó las obras de dragado del puerto. A bordo de la draga barrenadora oprimió un botón eléctrico que provocó la explosión de las primeras barrenas en el lecho marino.
Al atardecer el alcalde Aragonés y la primera dama municipal, María Martínez de la Maza, le obsequiaron con una recepción en su palacete. A las ocho de la noche acudió al convite de la Sociedad Minerva, que agrupaba a cienfuegueros negros y mulatos.
Para cumplir su programa de unas 36 horas en la ciudad sólo restaba retornar al Yatch y hacer las maletas. Es un decir. Y participar del baile de gala, regalo de la higth society cienfueguera. Con los últimos acordes de la orquesta se fue directo a la cama del coche Yosemite. A las nueve y 20 de la mañana del martes ya estaba en Palacio.
Seguramente orgulloso de la última batalla librada a favor del cooperativismo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Reseña de Día de fieles en diario cubano Juventud Rebelde

http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2010-02-23/en-la-orbita-del-neopolicial-cubano/

lunes, 1 de febrero de 2010

Doña Francisca y la muerte

Doña Francisca sabía lo poco que le quedaba en este convento y decidió poner sus bienes en orden. Por eso el notario y los tres testigos acudieron con puntualidad de té inglés a la cita con la propietaria, prevista para las once en punto de la mañana del 17 de abril de 1912 en la casa de la calle que entonces llevaba el nombre de su difunto marido, aunque siempre será San Carlos, esquina a Santa Isabel.
El licenciado José Fernández Pellón, abogado y notario público del Distrito de Cienfuegos, una vez comprobado el trámite formal de la mayoría de edad y la residencia en el vecindario, además de ostentar la capacidad legal prevista en los artículos 681 y 682 de Código Civil, aceptó como testigos instrumentales del acto testamentario por comenzar a los señores Gabriel Cardona y Forgas, José Villapol y Fernández y Manuel Leal Catalá, este último reconocido en la villa como el médico de los pobres. Aunque al parecer tampoco desdeñaba a los pudientes.
La testadora Francisca Tostes García, nacida 78 años antes en La Orotava, isla canaria de Tenerife, hija legítima de Don Lorenzo y Doña Josefa, vecina de la casa en la cual tenía lugar el otorgamiento, fue reconocida por los testigos en capacidad suficiente para realizar el acto legal porque “su inteligencia es clara, su memoria despejada y su habla expedita”.
Desde que su esposo, Don Nicolás Salvador Acea de los Ríos, falleciera el 7 de enero de 1904 en aquella misma casa señorial (sobre cuyo suelo en 1927 se erigiría una parte de los colegios San Lorenzo y Santo Tomás), la canaria figuraba como la heredera universal de una de las más cuantiosas fortunas fraguadas en Cienfuegos durante al segunda mitad del siglo XIX.
El texto íntegro del documento notarial, que nueve años más tarde vería la luz pública en la prensa de la ciudad, sirve para conocer mejor a la acaudalada anciana que tras invocar el Santo Nombre de Dios otorgó testamento de viva voz, aunque al final no pudiera firmarlo de propia mano.
En 1881 había contraído matrimonio con don Nicolás, por entonces viudo de Teresa Terry y Dorticós. Tomás Lorenzo, el único hijo de su marido, falleció tres años más tarde, a los 17 de edad, y la nueva pareja no pudo lograr descendencia. Tampoco tenía la otorgante otros familiares cercanos por vínculos de sangre.
Como albaceas de sus bienes materiales nombró a sus amigos de entera confianza los abogados cienfuegueros Cipriano Arenas y Felipe Silva y Gil y el comerciante alemán avencidado en Cienfuegos Frederic Hunicke.
Llama la atención la forma meticulosa en que Panchita Tostes dispuso los actos relacionados con su deceso. A los fiduciarios encargó todo lo referido al funeral y el entierro, a efectuarse sin pompa y con la modestia propia de los actos que habían regido su vida. Tras prohibir el embalsamamiento o cualquiera forma similar de conservación precisó que era su deseo volver a la madre tierra, de donde había salido. Como sepultura provisional eligió la arboleda del central Dos Hermanos, junto a la orilla izquierda del río Damují. Una vez transcurrido el tiempo exigido por las disposiciones sanitarias los restos debían ser trasladados al cementerio de Grenwood, Brooklyn, Nueva York, lugar donde yacían eternamente Teresa Terry, Tomás Lorenzo y Nicolás Acea.
En cuanto al mencionado ingenio azucarero fue tajante en su determinación: “Cuando llegue la oportunidad de traspasarlo, prohíbo terminantemente que lo vendan ni arrienden a los dueños del (vecino) central Manuelita”.
Como núcleo del acto testamentario figura el futuro empleo de los fondos financieros de que dispondrían los albaceas tras el cumplimiento de las deudas contraídas por Acea con los señores Lawrence Turner and Co., de Nueva York. Ese monto económico debía dedicarse en su totalidad a la ampliación del monumento funerario familiar en la misma necrópolis de Greenwood. Para que allí residieran por siempre los espíritus de todos los muertos de la familia, incluidos sus extintos suegros Don Antonio Acea y Doña María Regla de los Ríos, así como el cuñado Antonio, enterrados por esa fecha en el cementerio de Reina.
A Victoria Valdespino, Faustina Acea, Clotilde Acea y Sofía Cosma, antiguas sirvientas de la familia, los custodios de la fortuna debían comprar una modesta vivienda a cada una, con la condición de no venderlas y conservarlas como un recuerdo de la otorgante. En recompensa por sus servicios y en cumplimiento de una promesa hecha al extinto marido.
Una cláusula del testamento prohibía cualquier tipo de intervención judicial en su ejecución. Al dictarla Francisca Tostes no alcanzó a imaginar los litigios que aquella herencia originaría durante los próximos 15 años.
La testadora no pudo firmar el texto definitivo leído en alta voz por el licenciado Pellón. Una lesión en el brazo derecho le impedía estampar la rúbrica, derecho que consignó en su médico, Leal Catalá.
Treinta y siete días después la muerte tocó a la puerta de la mansión esquinera de San Carlos y Santa Isabel. Para entonces Doña Panchita tenía sus cuentas claras.
Con Dios y con los hombres.

miércoles, 27 de enero de 2010

Muchacha con piel de magnolia seca (Los días cienfuegueros de Federico García Lorca)

Cuentan que dos poetas remaban un barquichuelo frente al Cienfuegos Nautic Club un atardecer de primavera de 1930, cuando ante la fugaz aparición de una mulata escultural el dejo andaluz de uno de los bogadores cinceló en verso libre la aparición de aquella Afrodita tropical.
Esa linda muchacha tiene la piel de magnolia seca. Federico García Lorca le disparó la metáfora a quemarropa a su par cienfueguero, Pedro López Dorticós, sin reparar que acababa de escribir sobre las mansas aguas de la bahía el testimonio más lírico, y memorable a pesar de la intimidad, de sus dos visitas a la ciudad.
Porque sin haberlo anunciado en un verso antológico, sin sugerir siquiera “iré a Cienfuegos en un coche de aguas verdiazules”, el poeta gitano la incluyó en la geografía de sus amores cubanos, en un mapa donde a saber están marcadas La Habana, Pinar del Río, Viñales, la loma de Los Jazmines, Varadero, el valle yumurino, Caibarién y por supuesto, Santiago.
El hecho de que su condiscípulo Francisco Campos Aravaca fuera a la sazón el cónsul español en la Perla del Sur y los empeños de López Dorticós, vicepresidente de la filial de la Institución Hispano Cubana de Cultura y cabeza del Ateneo, cruzaron los destinos de Cienfuegos y el hijo predilecto de Fuente Vaqueros en dos fechas registradas con tinta indeleble en los anales de la cultura local: 8 de abril y 5 de junio de 1930.
Quien se empeñe en destrozar el misterio de la poesía habrá traducido ya coche de aguas negras en locomotora activada por carbón de piedra, el medio de transporte por excelencia de una isla entonces azucarera y siempre estrecha. De manera que el romanceador de Granada llegó hasta aquí en carruaje similar al de la travesía rematada en la capital de Oriente.
Aunque para ser fiel al culto del detalle sea preciso apuntar que el primer desembarco lorquiano no tuvo lugar en la estación ferroviaria de la calle Gloria, sino en la de Palmira. Hasta el andén del cercano pueblo fue a recibirlo una comisión integrada entre otros por sus anfitriones López Dorticós y Paquito el cónsul, quienes se adelantaron por minutos a otros bienvenidores y lo trajeron en auto hasta el puerto de Jagua.
Como lo hacía en cada etapa de su gira cubana Federico vino aquí a dictar conferencias. La del 8 de abril tuvo por sede el Casino Español y como auditorio a un selecto público de aquella sociedad, más la Hispano Cubana, el Ateneo y el Liceo.
Para la del 5 de junio, cumpleaños 32 del bardo, el Ateneo democratizó la cultura al ofrecer acceso gratuito al teatro Luisa, escenario de la disertación sobre “La mecánica de la poesía”. Resulta curioso que ese tema figuró en los anuncios de los diarios para la primera presentación, pero entonces Lorca prefirió exaltar la obra poética de su inmortal compatriota Luis de Góngora.
La nueva lírica en castellano, la vanguardista de la Generación del 27 de la cual era Federico su voz más alta, protagonizó un encontronazo en los predios de la crítica literaria municipal con los defensores a ultranza de la expresión poética acunada en el Siglo de Oro español.
En las amarillentas y apolilladas páginas culturales de la época aún parecen cruzar lanzas Rafael Pérez Morales, eximio dibujante a la vez, y el poeta, periodista y obrero gráfico canario Saturnino Tejera.
Del primero son estas loas a la vez que crónica: “Otra vez aterrizó Lorca entre nosotros. Su trimotor poderoso conmovió la quietud provinciana, levantando un torbellino de hojas en fuga y polvo amarillo. (…) Equipaje: una maleta con una Biblia y una cruz. Y sin sombrero, porque se lo tiró al paisaje más bello del camino. Durante la breve escala se ha reído –con su risa deliciosamente afónica- de los amigos de Marta cuando tomaba champagne junto a la bañadera. (…) En su raid por Cuba se ha saturado de palmeras y de azul. El son oriental le ha emborrachado de ritmos. La mulata criolla le ha hecho zozobrar en un oleaje de curvas”.
Mientras Saturnino, quien firmaba como Tinerfe su columna Pequeños comentarios, “publicaba una nota discordante con el entusiasmado ambiente pueblerino, un artículo de tono abiertamente discrepante”.
La brevedad de las estadías cienfuegueras no le impidieron conocer sus hitos sociales y paisajísticos: el Sanatorio de la Colonia Española, el Castillo de Jagua, el Yatch Club y el roof garden del hotel San Carlos, azotea de la ciudad y escenario de una cena de despedida.
Leyenda al fin, Federico puede aparecérsele todavía a cualquier cienfueguero hecho a las nostalgias y cultor de la mejor poesía escrita en castellano. Quien tenga ojos para ver los queridos espectros del pasado a lo mejor lo avista en el salón principal del Yatch, mientras le saca al piano unos aires andaluces y una nana folclórica, o sentado en la pasarela sobre las aguas, con un tablero encima de las piernas, mientras dibuja y escribe.
Florentino Morales, quien me ahorró varias horas de investigación para alzar esta columna, comentó hace 34 años en la santaclareña revista Signos el pesar que le atormentaba por la pérdida de algunas fichas con poemas de Federico publicados en la prensa local y luego ausentes en sus Obras Completas editadas por la Casa Aguilar.
Existía para Floren la posibilidad de que aquellas rimas escurridizas hubieran sido escritas en la pasarela del CYC. La bahía de telón de fondo, las alas de una gaviota dibujando la sorpresa, y una muchacha con piel de magnolias secas disfrazada de musa.

domingo, 17 de enero de 2010

Un western cienfueguero: la cacería del Congo Suárez

El teniente Gervasio López Cano le arrebató el fusil Winchester a unos de sus soldados, afinó la puntería y el hombre acorralado contra una estiba de polines cayó fulminado. El último proyectil de la balacera iniciada cinco minutos antes le había partido el corazón. Aunque ya para entonces su cuerpo era una piltrafa humana.
Fue la escena final de la película del Oeste cuyo rodaje los cienfuegueros pudieron presenciar en vivo cerca de las cuatro de la tarde del 1 de febrero de 1927, con la salvedad de que el libreto no tuvo un ápice de ficción.
Ocurrió por donde la calle Santa Cruz, tras cruzar Arango rumbo a la bahía, deja de serlo para convertirse en callejón. En la actualidad tal espacio se conoce como La Carbonera.
Por allí estaban los almacenes de madera de Castaño y cerca un muellecito que Fermín López García había elegido como Plan B para intentar una escapada, otra más, en caso de fallar el atraco de aquel martes infausto.
El nombre del muerto no decía mucho al público de la época, pero cuando Radio Bemba corrió la noticia y los detalles de la cacería comenzaron a engordar el suceso, la ciudad entera conoció el final del bandido apodado Congo Suárez. Aunque a él le gustaba más que el mote adquirido en la infancia, el de El Rey de Las Villas, ganado a punta de revólveres.
Desde hacía varios meses la Guardia Rural de Cienfuegos seguía la pista del Congo, tras tener conocimiento de una incursión del temerario en la ciudad, a mediados del año anterior. Parece que en ese interín el hombre logró salir de la Isla y luego de una breve estancia en Cayo Hueso retornó al territorio central para darle continuidad a su saga de bandolero
La operación que culminó con la captura de su cadáver debió ocurrir un día antes, el 31 de enero, pero finalmente el salteador no se presentó en el sitio escogido para dar el golpe, la consulta del médico cirujano Manuel E. Altuna y Frías, en la calle de San Fernando, entre Gacel y Prado, acera norte.
Emboscadas en la barca de la finca San Mateo y otros parajes del territorio a cargo del Puesto de Guaos, en las proximidades del recién estrenado cementerio Tomás Acea y en la quincallería La Complaciente, en la misma cuadra citada en el párrafo anterior, estaban dispuestas por la Rural, a todas luces puesta en aviso por alguien a quien le convendría sacar del juego al guajiro fuera de la ley.
Quien si estaba ajeno al curso de los acontecimientos en marcha era el galeno de origen trinitario y cercano a las seis décadas de vida. Diversas fuentes apuntarían después que el propósito del Congo al presentarse en su gabinete casi al final de la jornada de labor, cuatro menos cuarto de la tarde, era secuestrar al doctor Altuna y luego exigir un rescate de diez mil pesos.
Otras versiones indicarían que aquejado de una enfermedad venérea, el forajido asistía en busca de tratamiento.
Su olfato para el peligro, bien entrenado desde que debutara en las lides del bandidismo, a instancias de políticos que necesitaban de tipos bragados como él, le falló esta vez. Lejos estuvo de identificar El Congo al chauffeur que mecaniqueaba un fotingo Ford en las cercanías de la residencia de Altuna con el oficial dispuesto a darle caza.
En cuanto el bandolero, tocado con sombrero de pajilla y tras la frágil máscara de unas gafas de carey, cayó en la celada, comenzó el primer fotograma del western. López Cano casi acompañó el “alza las manos” con un disparo que impactó al Congo, quien cayó al piso, herido en una pierna. Pero al instante se levantó e inició una huida por azoteas y tejados que le llevó, atravesando la manzana, a bajar por la calle Gacel cerca de San Carlos, donde un poste del tendido eléctrico le sirvió para anclar en tierra. En la sala de espera de la consulta quedaron las huellas de ocho impactos de bala, dos sillas rotas y una pareja de pacientes aterrorizada.
Tomó por San Carlos con un puñal a la cintura y un revólver en cada mano, como si fuera la encarnación extrafílmica de Tom Mix y encañonó a Indalecio Reyes, primer fotinguero de alquiler que se le puso a tiro:
Como si fueran piezas de ajedrez jugando a vida y muerte sobre el damero de la ciudad vieja, el prófugo y sus rastreadores también motorizados desandaron a continuación De Clouet, Santa Elena, Velasco y Santa Cruz hasta arribar al Paseo de Arango, donde el fugitivo echó pie en tierra y buscó la escapatoria por vía marítima.
Entre las pertenencias ocupadas al cuerpo baleado del Rey de Las Villas sólo había cuatro proyectiles. Quien sabe si el último la tenía reservado para él. La posibilidad queda en el terreno de la hipótesis literaria para bien de la leyenda. Pero el Winchester que López Cano le arrebató al soldado Emiliano Albelo disparó primero y con absoluta puntería.
A la diez de la noche cuatro pequeños cirios ofrecían la única señal de piedad humana ante el cadáver ensangrentado y pálido, tendido sobre una parihuela en la sala de autopsias del cementerio de Reina. Los periódicos contaron al menos 500 personas que desfilaron por el lugar, aunque sólo dos mujeres velaron el alma en pena del Congo Suárez durante toda la jornada nocturna.
Varias fotos del cadáver fueron exhibidas a manera de trofeo por los escaparates comerciales de la ciudad. La autopsia hablaría en su lenguaje de escalpelo: además del corazón partido a la mitad, al malo de la película le habían destrozado un riñón y un pulmón. En total, media docena de heridas. Cuatro de calibre 38, una de 45 y la conclusiva del Winchester.