miércoles, 7 de abril de 2010

El pordiosero del hotel La Plata

Muchos cienfuegueros patriotas querrían estirar la frontera occidental del territorio con tal de ganar la vieja capitanía matancera del partido Hanábana y poder decir que el niño José Julián Martí dejó sus huellas en nuestra tierra. Jinete a lomos del caballo engordado como si fuera puerco cebón, mientras disponía para la lidia el gallo fino, regalo de don Lucas de Sotolongo que ya valía más de dos onzas.
Ante tal imposible se conforman nuestros amantes de la épica independentista con el paso guerrero del general Antonio entre los cañaverales incinerados en la llanura circundante, y la marca de sus campamentos anteriores y posteriores al genial macheteo de Mal Tiempo: Potrerillo, Mangos de La Flora, La Amalia y El Indio.
La hazaña de la Invasión pronto prendió como semilla naciente en la fértil memoria popular hasta enhebrar los hilos de la historia con los de la leyenda, pero lo que muy pocos hijos de esta ciudad conocían a finales de 1936 era la estadía cienfueguera del hijo de Marcos y Mariana.
Razones habían para el desconocimiento, pero a fin de evitar que el olvido ganara terreno en los años por venir, la séptima mañana de aquel diciembre, cuadragésimo aniversario de la tragedia de San Pedro, la Asociación de Autores y Escritores Antonio Maceo, presidida por Bienvenido Espinosa Morejón, develó la tarja conmemorativa en el sitio que le dio cobijo al mayor general.
Por esa fecha era la fonda Joven China y en la actualidad una cuartería. Pero en noviembre de 1893 el mismo edificio agujereado hoy por los años y las penurias estaba identificado en el catastro de Cienfuegos como hotel La Plata, en la esquina noroeste formada por las calles de Casales y Argüelles.
En el último de sus cuartuchos interiores, el peor ventilado, el más maloliente y en un camastro pésimamente atendido encontró reposo durante algunas noches el cuerpo del héroe de Baraguá, quien hacía de maravillas su papel teatral de viejo mendicante.
Israel Díaz, un joven maestro integrante del grupo intelectual que generó la iniciativa, habló en el acto después que el veterano Antoñico Oviedo develara la pieza de mármol, a continuación bendecida por el obispo Martínez Dalmau.
La tarja había sido adosada a la fachada que da por Casales desde el día 5, y con anterioridad expuesta en las vidrieras de los establecimientos comerciales El Volcán y El Palo Gordo, en las calles de Castillo y San Fernando, respectivamente.
¿Qué hacía El Titán en Cienfuegos en noviembre del 93 y por qué actuaba de manera clandestina? El escritor crucense Raúl Aparicio lo explica en varias páginas de su libro Hombradía de Antonio Maceo.
Entre el 30 de enero y el 30 de agosto de 1890 está fechada su primera presencia en la Isla, luego del fracaso de la Guerra Grande y su posterior salida a Jamaica tras las jornadas amargas que sucedieron al Zanjón, pese al acto viril de los Mangos de Baraguá. Gobernaba el general Salamanca, quien le concedió pasaporte. De esa etapa se recuerda su alojamiento en el habanero hotel Inglaterra y los encuentros con los jóvenes patriotas de la acera del Louvre.
De la capital viajó por ferrocarril a Batabanó y en ese puerto embarcó a Santiago de Cuba, de donde finalmente sería expulsado a Nueva York. Aunque no existen documentos probatorios parece que en el cabotaje por la costa sur tocó en Cienfuegos y contactó aquí con Antoñico Argüelles, uno de los puntales en el proceso organizativo de la guerra necesaria en esta comarca.
Martí lo visitó en Costa Rica y pasaron juntos los siete primeros días de julio de 1893. A la partida del Delegado, Antonio concibe la idea de volver a Cuba, pero esta vez con los documentos de su cuñado Ramón Cabrales. El plan cuaja en la segunda decena de noviembre. En La Habana se esconde en el barrio de San Isidro y sostiene entrevistas con amistades cultivadas tres años antes.
Entre tanto el triángulo Lajas-Cruces-Ranchuelo resulta escenario del levantamiento separatista encabezado por Federico Zayas e Higinio Esquerra. Maceo conoce del hecho por los periódicos habaneros y duda si guarda relación con los planes concebidos junto a Martí en Costa Rica.
Con la policía española tras sus pasos abandona la capital con intenciones de llegar a Oriente, donde cabía la posibilidad de secundar el alzamiento villareño. Para despistar se dirige primero a Cárdenas y a pesar del acoso tiene tiempo de visitar el muelle del desembarco del general Narciso López, jefe de su padre en las fuerzas realistas que perdieron Venezuela ante la espada de Bolívar.
Por ferrocarril viene a Cienfuegos desde la norteña villa matancera, ayudado por los masones de la logia Perseverancia, y aquí, tras la máscara de viejo pordiosero recaba informaciones sobre el descalabro del alzamiento lajero, ajeno a los planes insurreccionales del Partido Revolucionario.
La versión más conocida de sus días cienfuegueros apunta al contacto establecido con Antoñico Argüelles, quien lo encontró en La Plata y al final logró sacarlo del puerto como pasajero de la goleta La Nueva Concha, desde la cual a la altura de Los Cayos (Jardines de la Reina) transbordó a otra embarcación con destino a Jamaica.
Difícil resulta zurcir las costuras de la historia cuando el tiempo diezma a los protagonistas. El 25 de septiembre de 1959 el periodista Roger de Guimerá Font recogió en las páginas de Liberación (antiguo El Comercio) el testimonio de Eduardo Prieto, un anciano negro electricista de profesión, quien se atribuyó el papel de cicerone de Maceo en la escapada por el muelle de Campos. Los detalles de la peripecia, incluido un encuentro fortuito con una pareja de la Guardia Civil, coinciden bastante con los de la versión Argüelles. Como dato novedoso el relato aporta que el líder del mambisado oriental antes de pernoctar en La Plata lo hizo Los Vaporcitos, otra fonda ubicada en Castillo casi a esquina a Bouyón, frente a una estación de vapores que hacían la ruta fluvial del Damují hasta Rodas.

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