viernes, 7 de marzo de 2008

La última madrugada del Mambí

Tanta claridad adornaba la madrugada del jueves 13 de mayo de 1943 sobre las aguas atlánticas que bañan las costas del Oriente cubano que resultaba una invitación para poetas y enamorados insomnes.
Pero no eran aquellos tiempos de lirismo.
El primer torpedo del U-boot alemán hizo diana en el cuarto de máquinas de El Mambí y lo partió en dos mitades casi exactas. Por si no fuera suficiente aquel acto de cirugía metálica de la muerte, un segundo proyectil emergido de los dominios de Neptuno acertó la popa del pequeño buque-tanque cubano navegado por 31 marinos nacionales y cinco guardias estadounidenses.
La embarcación matriculada por la Cuban Destilling Co, empresa mielera asentada en Cienfuegos, que navegaba en lastre, voló en pedazos y fue tragada por las aguas en un santiamén. Junto con el amasijo de hierros se hundieron para siempre 24 cuerpos de hombres que dormían el cansancio de la jornada anterior o alimentaban las calderas del navío antes de convertirse en catafalco. Serían las tres de la madrugada, aunque las tragedias no requieren de tanta exactitud a la hora de registrarse en la historia.
Momentos antes el Unterseeboot nazi había torpedeado al mercante americano Linken Lykes y desperdigado por la atmósfera el cargamento de amoníaco que transportaba con destino a las obras de la industria niquelífera de Lengua de Pájaro, en el norte de la provincia de Oriente.
El par de barcos siniestrados, más otros dos con la bandera de las barras y las estrellas e igual cifra de cazasubmarinos cubanos navegaban en convoy por las aguas que tuvieron la primicia de ser surcadas por las tres carabelas más famosas de la historia.
Como el Linken Lykes tardó 46 minutos en hundirse sus 30 tripulantes lograron salvarse.
La prensa cienfueguera de la época situó las coordenadas de la muerte a diez millas de Puerto Padre y 27 de Nuevitas, rada a donde llegaron al amanecer los 11 hombres de El Mambí que lograron alcanzar las balsas salvavidas. Uno de los náufragos era el yanqui apellidado Sheper.
En el principal puerto de la provincia de Camagüey recibió cristiana sepultura el ayudante de máquinas José Fernández Rey, el único cadáver que devolvieron las aguas en la clara madrugada impropia para poetas trasnochados. Al sepelio del marino cienfueguero asistió Isabel Brenllas, que estrenó su viudez apenas a los cuatro meses de casada.
Peor sino, si cabe la cuantía, le tocó a Milagros Prats, que tres días más tarde tenía señalada la cita ante el altar con el timonel Antonio Fernández Rueda, uno de los cienfuegueros tragados por el Canal Viejo de Bahamas.
La muerte tocó por partida doble en una casa de San Fernando y Holguín para avisar que los hermanos Oscar y Armando Ferrer López, pañolero el uno y ayudante de cocina el otro, desde ya habitarían por siempre en el recuerdo.
Mientras la tragedia de El Mambí enlutaba Cienfuegos, principalmente la barriada de Reina, el tercer maquinista Bernardo García y el ayudante Mario Miranda agradecían al ángel de la guarda que los invitó a quedarse en La Habana, cuando el mercante regresó del puerto de Jacksonville. Por asuntos familiares ambos habían venido a la Perla del Sur con la encomienda de reintegrarse a la tripulación en otro puerto de la Isla. García contó que su camarote habitual quedaba justo sobre el sitio por donde el bisturí hitleriano diseccionó la armazón del vapor.
El Mambí tenía suficiente edad para la jubilación. De hecho había permanecido 12 años inactivo en los astilleros de Regla, pero ante la escasez de tonelaje impuesta por la Segunda Guerra la Cuban Destilling, que lo había comprado en la segunda década del siglo, lo arboló de nuevo en marzo de 1940.
Con 1975 toneladas de desplazamiento, sus bodegas podían cargar 475 mil galones, que casi siempre eran de mieles cubanas, materia prima esencial para la industria bélica estadounidense. Las carencias del transporte marítimo en aquella coyuntura lo habían revalorizado en medio millón de pesos. Ya en una oportunidad había logrado esquivar un torpedazo fascista.
El homenaje de Cienfuegos a las víctimas de El Mambí fue cuajado en bronce prieto por el artista Mateo Torriente Bécquer. La escultura Caracola con cuernos y estrella, imagen de la Nereida del Mar que con su trompeta alerta de nuevos peligros a la marinería de todos los tiempos, fue develada por el Ateneo de Cienfuegos en la rotonda de Punta Gorda como parte de las fiestas de la Noche del Camaronero, el domingo 26 de abril de 1959. Cuando la ciudad aún celebraba su cumpleaños 140.
Luego de ciertos desencuentros urbanísticos, la pieza recaló por último a finales de los 80 en el parque de Los Pinitos, desde donde su cuerno parece convocar a los hombres de la Tierra para que nunca más una madrugada de plenilunio sea el cadalso del lirismo en cualquier mar del planeta.

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