lunes, 17 de marzo de 2008
El mecenazgo de Don Nicolás Acea
El 10 de enero de 1897 en Cienfuegos Don Nicolás Salvador Acea y de los Ríos dictó ante notario su última voluntad. En diciembre había cumplido 67 años y sus bienes eran calculados alrededor del millón de pesos oro.
Si la fortuna económica le había sonreído con sobrada generosidad, la vida familiar transitó hacia la antípoda de la suerte. Hacer el bien a la ciudad donde habían habitado de manera desproporcionada sus alegrías y sus dolores fue la forma que escogió para irse de este mundo en absoluta paz.
A Doña Francisca Tostes García, su segunda esposa desde 1881, declaró como única y universal heredera de sus caudales. Los pulmones de Tomás Lorenzo, su único hijo apenas resistieron hasta el 25 de agosto de 1884, apenas 15 días después de cumplir los 17 años de haber nacido en cuna de oro en París.
Ni el aire puro de las montañas de California pudo salvar al rico heredero, cuyos huesos fueron a acompañar a los de su madre, la joven Teresita Terry Dorticós en el cementerio Greenwood, de Brooklin, Nueva York. La hija de Don Tomás Terry Adams, el hombre más rico de la isla, había transitado el mismo camino de la muerte que su retoño.
En principio Don Nicolás decidió permanecer cerca de los despojos de sus seres queridos en la metrópolis que con el tiempo sería la Gran Manzana. Doña Panchita logró convencerlo para regresar a Cienfuegos, donde lo primero que hizo fue devolver a Terry Adams el ingenio Esperanza, regalo del abuelo millonario al nieto nacido en la Ciudad Luz.
A la inmensa fortuna cuajada entre las masas y los tachos de su ingenio azucarero Dos Hermanos, Acea sumaba la cultura de un hombre que dominaba el inglés, el francés y el italiano. Su padre, el médico gallego Antonio Acea y Pérez, lo envió muy joven a la Universidad de París para que también se doctorara en la ciencia de Esculapio. Pero el hijo prefirió regresar a la orilla izquierda del Damují y ponerse al frente de los negocios familiares.
Naturales de la localidad gallega de Santa Marta de Ortigueira, los Acea, Don Antonio y su hermano el abogado Nicolás Jacinto, llegaron a Cienfuegos procedentes de la localidad habanera de Nueva Paz al poco de que De Clouet fundara la Fernandina. En las feraces tierras aledañas a la principal corriente fluvial de la comarca cienfueguera fomentaron los cafetales Dos Hermanos y Manuelita, luego reconvertidos en ingenios a tono con la coyuntura económica de la Isla.
En el plano político quien luego pasara a la historia como el Benefactor de Cienfuegos militó en el bando del reformismo, desde cuya posición llegó a ejercer cargos de notoriedad en el Consistorio de Cienfuegos. Pero en los preámbulos de la Guerra de Independencia, cuando en sus trajines organizativos Martí envió a la pujante ciudad del centro-sur de la Isla a su emisario Agapito Loza, Don Nicolás fue espléndido con la caja de caudales del Partido Revolucionario Cubano. Después de iniciada la contienda y mediante su amigo Antoñico Oviedo traspasaría con regularidad fondos al Club Revolucionario Panchito Gómez Toro.
Su labor filantrópica a favor de las familias reconcentradas por el tristemente célebre Valeriano Weyler lo encumbró en el aprecio de sus conciudadanos. Y cuando la escuadra estadounidense bloqueó el puerto de Cienfuegos, en el verano de 1898, el rico hacendado organizó un depósito de bastimentos en Dos Hermanos a fin de paliar las privaciones de la población sometida a la contingencia bélica.
Por esa época Nicolás Acea presidía ya la Junta Patriótica local, destacada en el auxilio de la Brigada de Cienfuegos del Ejército Libertador en los últimos meses de 1898 y primeros del año siguiente; pues esa fuerza mambisa permaneció acantonada a las afueras ciudad hasta que los restos del ejército español en Cuba, al mando del general Adolfo Jiménez Castellanos, abandonaron la Isla a bordo del vapor Cataluña por el Muelle Real la mañana del 6 de febrero de 1899.
El General en Jefe Máximo Gómez entró a Cienfuegos, por la lamentablemente derruida estación ferroviaria del Paseo de Arango, doce días más tarde de la definitiva evacuación hispana. El insigne dominicano se alojó en la vivienda de Acea, San Carlos esquina a Santa Isabel.
Sobre el terreno que ocuparon aquella vivienda y el Liceo de Cienfuegos, también propiedad de Don Nicolás, se erigió tres décadas más tarde el edifico que compartieron los Colegios Santo Tomás (1929) y San Lorenzo (1932), para niñas y niños, respectivamente, edificados con 300 mil pesos oro legados por el Benefactor a esos efectos. También legó a la ciudad el hospicio para ancianos que llevaría su nombre y donde en al actualidad funciona el hospital pediátrico Paquito González Cueto.
El cementerio Tomás Acea, inaugurado en noviembre de 1926 también fue fruto de la fortuna de Don Nicolás. Pero esa es otra historia.
La mañana del 4 de julio de 1944 Cienfuegos saldó su deuda con la memoria de su Mecenas, muerto en su casa el 7 de enero de 1904, al develar en el parque Martí el busto de mármol esculpido en los talleres de la Escuela Técnica Industrial de La Habana por el joven cienfueguero Mateo Torriente Bécquer, eminente alumno de la Academia San Alejandro.
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