Faltan hoy cuatro mil 013 días para que Cienfuegos cumpla 200 años. Parece demasiado tiempo, pero ya podríamos dedicar algunas neuronas a pensar en el Bicentenario.
Mientras llega ese cuarto lunes de abril de 2019 quiero refrescar algunos detalles que marcaron las Fiestas del Centenario, sobre todo las primeras piedras sembradas en tierras de La Majagua en aquellos días de primavera y recuento.
En total fueron seis los actos simbólicos de colocación de la piedra inicial de monumentos dedicados a perpetuar el recuerdo de patricios o artistas cienfuegueros realizados entre el 19 y el 23 de abril de 1919. Por lo general bajo los cimientos de cada futuro obelisco se enterraba un cofre que contenía los diarios de la fecha y un acta del acontecimiento.
El parque Martí se benefició con la procreación de los monumentos al gobernador Ramón María de Labra, en la esquina de San Fernando y Santa Isabel; el patriota Antonio Reguera, en Santa Isabel y San Carlos; y los poetas Clotilde del Carmen Rodríguez y Antonio Hurtado del Valle, Hija e Hijo del Damují, en los ángulos formados por la calle Bouyón con San Fernando y San Carlos, respectivamente.
Antonio Monasterio, compañero de tormentos de Reguera en cárceles españolas, sufragó la honra material al amigo muerto en Madrid y la Colonia Española la del íntegro gobernante de la villa nacido en cuna asturiana.
En el Prado que por entonces era Paseo de Méndez, como lo había sido de Vives o de la Independencia, fue puesta la primera piedra del obelisco a Ceferino “Nene” Méndez, el alcalde-obrero asesinado el 11 de abril de 1913. Cuenta la crónica de La Correspondencia que Pedro Modesto Hernández tomó una cuchara de albañil y vertió cemento sobre la caja de plomo con los documentos de la ocasión.
Desigual suerte corrió el Fundador de Fernandina de Jagua. Cierto que en la esquina formada por San Fernando y la calle que honra su nombre la Asociación de Mecánicos y Fundidores colocó un medallón de bronce con el busto en relieve del homenajeado y una plancha del mismo metal con la inscripción “A Don Luis De Clouet, fundador de Cienfuegos. 1819 -22 de abril- 1919”.
La simbólica fuente monumental que el Ayuntamiento acordó situar en el Prado en honor al propio Don Luis también tuvo su piedra inicial, pero a todas luces fue una roca estéril, porque aquello se quedó en proyecto. Desde entonces Cienfuegos está en deuda con quien le dio la vida.
Los maestros de obra fueron más allá del acto protocolar e inauguraron en la esquina del parque Villuendas de donde nace la Calzada de Dolores un sencillo monumento en forma de atril que sostiene un libro abierto. En la primera página se lee: 100 / Esta página de la historia recordará que el Gremio de Albañiles ofrendó su recuerdo a los fundadores de Cienfuegos en su primer Centenario./ 22 de abril de 1919. La segunda hoja de mármol muestra el herramental propio de quienes edificaron la ciudad en un siglo: compás, escuadra, cuchara y plomada.
La revista Bohemia, que ya despuntaba como referencia periodística en Iberoamérica dedicó su número semanal a la ciudad de la centuria y Enrique Díaz, “notable impresionador de películas” filmaba cada detalle de los actos para dejar el centenario en celuloide.
En Hipódromo hubo juegos de pelota entre las novenas Minerva y Juventud y otro que enfrentó al team matancero Bellamar con el local Federales de Heredia. En el Club de Cazadores las damitas de alta sociedad disputaron el Ladies Trapshooting Team y los caballeritos afinaron puntería en pos de la Copa Crabb. Nila Núñez Mesa y Eduardo Mazarredo fueron los más certeros. La Calzada de Reina fue escenario de carreras de caballos y el teatro Terry de un baile de gala y otro de disfraces.
Hubo misa de campaña en el propio sitio donde acamparon los fundadores y por cuestación popular fue refundida por los Hermanos Alduncin la campana histórica de la Catedral.
Pedro Modesto Hernández había presentado su primer proyecto de las Fiestas del Centenario el 15 de octubre de 1915 en páginas del Diario de la Marina.
Concluido el jolgorio su organizador principal agasajó a los chicos de la prensa con un banquete en el Hotel Unión la noche del 23 de abril. Amenizado por la Banda del estado Mayor del Ejército que ejecutó entre otras piezas Marchemos a Berlín, el ágape premió con el siguiente menú: Entremés Centenario: sopa crema Reina Cienfuegos Haut Sauternes. Principales: filete de pargo a la Jagua, pollo Mariland, asado de ternera y perdigot Prensa. Postre: pudín Permentier. Champagne Viuda Chicot. Plus: café y tabacos.
sábado, 26 de abril de 2008
Siembra de piedras en el Centenario
Etiquetas:
1919,
Centenario,
Cienfuegos,
Fernandina,
Fiestas,
historia,
Jagua,
monumentos
Entonces llegó De Clouet
Los 325 años transcurridos entre la ojeada que le echó Colón a la bahía y la mañana fundacional del 22 de abril de 1819 por lo general ocupan unas pocas páginas en las historias de Cienfuegos. Mejor suerte han tenido los estudios arqueológicos en su afán de recomponer el puzzle de la vida aborigen en la comarca de Jagua.
Pero la historia escrita del período 1494-1819 mantiene demasiadas deudas con el lector acucioso.
Hasta donde conozco la posible entrada del Genovés a la bahía, durante su periplo por la costa sur cubana y su consiguiente metedura de pata al pretender inscribir a la ínsula en Tierrafirme, permanece en el terreno de la hipótesis. Aunque las guías turísticas se empeñen en vender al navegante como ingrediente del coctel de atracciones de la Perla del Sur. El escribano Fernán Pérez de Lara, participante en aquella expedición de La Niña o Santa Clara, la Juana y la Cordero, no certificó en sus apuntes de viaje la estadía en Jagua.
Cuando Don Pedro Oliver y Bravo, primer historiador cienfueguero, da cuenta de Colón atravesando el ancho golfo de Jagua en dos días, es de imaginar que la singladura no se refiera al interior de la bahía por muy asmático que fuera el andar de sus otras tres carabelas.
Luego acontecieron sucesos más conocidos en materia de presencia occidental en nuestro ámbito, como la del bojeador Sebastián de Ocampo en 1508 y la del náufrago Alonso de Ojeda dos años más tarde. En 1511 Diego Velázquez concedió una encomienda en el realengo de Auras, sito a orillas del Arimao a fray Bartolomé de Las Casas y Don Pedro de Rentería. El propio Adelantado en 1512 y el conquistador Pánfilo de Narváez (1527), tristemente célebre por la matanza de indios en el caserío camagüeyano de Caonao, dejaron sus nombres en los escuetos apuntes de la protohistoria cienfueguera.
La minería nunca estuvo llamada a ser el fuerte de la economía de esta zona. Tal vez sea la única explicación plausible de que con un marco geográfico tan de lujo no aparezcamos al menos como la octava villa. Oliver y Bravo reseña fallidos intentos de explotaciones mineras en 1560.
Faltó la villa con su iglesia, plaza y cabildo como mandaba la ley hispana, pero pobladores hubo. Así lo atestiguó Alejando Olivier Oexmolin cuando en 1574 visitó el pequeño mar interior y dejó constancia de encontrar poblado sus contornos por varios corraleros. Para 1736 el realengo situado entre las haciendas San Mateo, Urubí y Gavilán y la costa de la bahía fue conferido por el gobierno de la vecina de Trinidad a Don Antonio Pérez Cotilla.
Cuando el ingeniero militar Joseph Tantete termina en 1745 el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua levanta además una paradoja: una fortaleza para defender una ciudad que nacerá 74 años más tarde. Don Juan Castilla y Cabeza de Vaca, nombrado como primer gobernador de la instalación militar sólo espera al siguiente año para fomentar el ingenio azucarero Nuestra Señora de la Candelaria en tierras del hato de Caunao.
El navío español San Antonio, también conocido como Arrogante, entró a la bahía en 1762 con tropas peninsulares que tenían la misión de socorrer a La Habana sitiada por los ingleses. De paso el capitán obsequió a Castilla con la campana del barco para que la colocara en su ingenio, donde a decir de Oliver aún podía escucharse su repique en 1846, cuando en la imprenta de Don Francisco Murtra vio la luz su Memoria Histórica, Geográfica y Estadística de Cienfuegos.
De 1796 data el paso por estas tierras de una comisión de ingenieros que levantó el plano de la bahía y designó a la península de la Majagua como sitio ideal para asentar una futura población.
Mientras los negros rebeldes fundaban en Haití la primera república al sur del río Grande, en 1804 el brigadier Honorato de Bouyón y su hijo Félix, alférez de navío, fueron comisionados para encontrar un punto en la bahía donde fomentar un astillero. De su estadía lo más anecdótico resultó la tala de la famosa caoba de la hacienda Cartagena. El tronco medía 10 y medio pies de diámetro y luego de aserrado uno de sus tablones fue enviado como presente al Duque de Valois, más tarde Luis Felipe I de Francia.
La existencia del ingenio Candelaria, propiedad entonces de Doña Antonia Guerrero y Hernández, natural de Jagua y esposa del habanero Don Agustín de Santa Cruz y Cabeza de Vaca, el muelle de los Castilla (en La Majagua) por donde exportaban sus azúcares, y la cercanía de los pueblos de Yaguaramas, San Fernando de Camarones y Cumanayagua con sus necesarias interconexiones prueban que en 1819 la comarca ribereña de Jagua estaba pidiendo a gritos que le fundaran una villa.
En eso llegó De Clouet.
Pero la historia escrita del período 1494-1819 mantiene demasiadas deudas con el lector acucioso.
Hasta donde conozco la posible entrada del Genovés a la bahía, durante su periplo por la costa sur cubana y su consiguiente metedura de pata al pretender inscribir a la ínsula en Tierrafirme, permanece en el terreno de la hipótesis. Aunque las guías turísticas se empeñen en vender al navegante como ingrediente del coctel de atracciones de la Perla del Sur. El escribano Fernán Pérez de Lara, participante en aquella expedición de La Niña o Santa Clara, la Juana y la Cordero, no certificó en sus apuntes de viaje la estadía en Jagua.
Cuando Don Pedro Oliver y Bravo, primer historiador cienfueguero, da cuenta de Colón atravesando el ancho golfo de Jagua en dos días, es de imaginar que la singladura no se refiera al interior de la bahía por muy asmático que fuera el andar de sus otras tres carabelas.
Luego acontecieron sucesos más conocidos en materia de presencia occidental en nuestro ámbito, como la del bojeador Sebastián de Ocampo en 1508 y la del náufrago Alonso de Ojeda dos años más tarde. En 1511 Diego Velázquez concedió una encomienda en el realengo de Auras, sito a orillas del Arimao a fray Bartolomé de Las Casas y Don Pedro de Rentería. El propio Adelantado en 1512 y el conquistador Pánfilo de Narváez (1527), tristemente célebre por la matanza de indios en el caserío camagüeyano de Caonao, dejaron sus nombres en los escuetos apuntes de la protohistoria cienfueguera.
La minería nunca estuvo llamada a ser el fuerte de la economía de esta zona. Tal vez sea la única explicación plausible de que con un marco geográfico tan de lujo no aparezcamos al menos como la octava villa. Oliver y Bravo reseña fallidos intentos de explotaciones mineras en 1560.
Faltó la villa con su iglesia, plaza y cabildo como mandaba la ley hispana, pero pobladores hubo. Así lo atestiguó Alejando Olivier Oexmolin cuando en 1574 visitó el pequeño mar interior y dejó constancia de encontrar poblado sus contornos por varios corraleros. Para 1736 el realengo situado entre las haciendas San Mateo, Urubí y Gavilán y la costa de la bahía fue conferido por el gobierno de la vecina de Trinidad a Don Antonio Pérez Cotilla.
Cuando el ingeniero militar Joseph Tantete termina en 1745 el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua levanta además una paradoja: una fortaleza para defender una ciudad que nacerá 74 años más tarde. Don Juan Castilla y Cabeza de Vaca, nombrado como primer gobernador de la instalación militar sólo espera al siguiente año para fomentar el ingenio azucarero Nuestra Señora de la Candelaria en tierras del hato de Caunao.
El navío español San Antonio, también conocido como Arrogante, entró a la bahía en 1762 con tropas peninsulares que tenían la misión de socorrer a La Habana sitiada por los ingleses. De paso el capitán obsequió a Castilla con la campana del barco para que la colocara en su ingenio, donde a decir de Oliver aún podía escucharse su repique en 1846, cuando en la imprenta de Don Francisco Murtra vio la luz su Memoria Histórica, Geográfica y Estadística de Cienfuegos.
De 1796 data el paso por estas tierras de una comisión de ingenieros que levantó el plano de la bahía y designó a la península de la Majagua como sitio ideal para asentar una futura población.
Mientras los negros rebeldes fundaban en Haití la primera república al sur del río Grande, en 1804 el brigadier Honorato de Bouyón y su hijo Félix, alférez de navío, fueron comisionados para encontrar un punto en la bahía donde fomentar un astillero. De su estadía lo más anecdótico resultó la tala de la famosa caoba de la hacienda Cartagena. El tronco medía 10 y medio pies de diámetro y luego de aserrado uno de sus tablones fue enviado como presente al Duque de Valois, más tarde Luis Felipe I de Francia.
La existencia del ingenio Candelaria, propiedad entonces de Doña Antonia Guerrero y Hernández, natural de Jagua y esposa del habanero Don Agustín de Santa Cruz y Cabeza de Vaca, el muelle de los Castilla (en La Majagua) por donde exportaban sus azúcares, y la cercanía de los pueblos de Yaguaramas, San Fernando de Camarones y Cumanayagua con sus necesarias interconexiones prueban que en 1819 la comarca ribereña de Jagua estaba pidiendo a gritos que le fundaran una villa.
En eso llegó De Clouet.
martes, 8 de abril de 2008
Naufragio en Punta del Diablo
A MEDIA TARDE DEL SÁBADO 5 DE MARZO de 1932 mientras los vientos de Cuaresma soplaban sobre la geografía de Cayo Guano, Pepín Riaño hizo señales para que se acercara a una embarcación que cruzaba por aquellas latitudes caribeñas.
El bote motor Feliciano regresaba al puerto de Cienfuegos con sus viveros cargados de buena pesca tras faenar más allá de la plataforma. Su patrón, el español Jaime Comas, enfiló hacia el islote marcado por la verticalidad del faro de Obras Públicas, desde cuyo pequeño muelle un hombre le hacía señas al destino.
A las cuatro en punto la embarcación de 28 pies de eslora y nueve de manga puso proa a la isla grande. A la carga de la escama pescada por el patrón, su hijo Antonio y el viejo lobo de mar Francisco Pertierra, se sumaron la señora Teresa López Armenteros y cinco de sus hijos, casi seis.
Desde la costa de seboruco José Riaño Fraile, natural de la Casablanca habanera y con la edad de Cristo, segundo torrero del faro por más señas, agitó varias veces la mano derecha, la clásica señal de las despedidas. Allí permaneció hasta que la silueta blanca y verde oscura del Feliciano se hizo un punto imaginario en el horizonte, infladas las velas por los aires cuaresmales que le batían de popa.
A sus 47 años, con tanto salitre impregnado en la curtida piel, Jaime Comas agradecía que Santos Jiménez, comerciante de pescado en Cienfuegos, hubiera puesto a sus órdenes aquella barca tan marinera estrenada en el invierno de 1927. Para cuando los vientos se hacían de rogar ahí estaba el motor Rigal de siete caballos de fuerza.
Hacia el atardecer, dejadas atrás más de la mitad de las 42 millas náuticas que separan la ínsula-fanal de la ciudad más próspera de la costa sur cubana, la navegación comenzó a resultar asmática para el Feliciano y su patrón a lamentar la hora en que aceptó embarcar a la familia del segundo farero de Cayo Guano.
Los vientos ya eran de brisote cuando la entrenada vista de los marinos divisó a las ocho de la noche el primer destello del faro de Villanueva, linterna que guía a los barcos a enfilar hacia el cañón de entrada a la bahía de Jagua. Navegmos a siete millas de la costa de Las Coloradas, marcó Comas el derrotero en la más marinera de sus neuronas. Un mal presagio vino a la mente del piloto español cuando comprobó que la ribera más cercana a la quilla del Feliciano era la Punta del Diablo.
El motor Rigal fue incapaz de poner a halar siquiera a uno de los siete caballos y las velas se hicieron un amasijo de telas ingobernables. El terror también tomó pasaje sobre la cubierta poblada de llantos infantiles, angustia materna y blasfemias de la marinería.
Un gran golpe de mar completó el inventario de la mala suerte. El Feliciano dio una vuelta de campana.
Los periódicos de Cienfuegos no tenían ediciones dominicales aquel penúltimo año de machadato. El lunes 7 los voceadores desperdigaron los cintillos de la muerte por toda la ciudad. “Tras de cinco días de no comer, la familia del torrero de Cayo Guano, pereció ahogada”, encabezó El Comercio a cinco columnas mientras atentaba contra el buen arte del titulaje. La Correspondencia exhibió con similar destaque un mejor desempeño de su titulista: “La Trágica Muerte de 7 personas frente a Punta del Diablo”. Agregaba en su bajante el diario de San Carlos, 129 que la familia del farero Riaño, acosada por el hambre, decidió venir a Cienfuegos en busca de alimentos.
El joven Comas y el viejo Pertierra lograron escapar a la encerrona y tras horas de romperse los pies entre seborucos y dientes de perro llevaron el aviso de la desgracia hasta el Castillo de Jagua, a media madrugada del domingo. De inmediato y de forma espontánea comenzó la operación solidaria de rescate de las víctimas del Feliciano, que se daría por finalizada el jueves sin poder encontrar los restos de Raúl y Felina Riaño López, criaturas de once y cinco años, respectivamente.
Los primeros cuerpos hallados por los socorristas fueron los de la madre de la prole, embarazada si nos atenemos a una versión periodística, y el pequeño Rigoberto, de siete años. Sucesivos hallazgos permitieron darle cristiana tumba a sus hermanos Georgina (12) y Rafael (9). Pepín Riaño sólo podría compartir su dolor con Alfredo (13), el primogénito, acogido en el hogar cienfueguero del señor Manuel Hernández, director de la Escuela Superior de Varones.
En próximas ediciones los diarios dieron otras versiones ajenas al hambre como causa del fatídico embarque de los Riaño.López a bordo del último viaje de Feliciano. Detalles horripilantes del estado en que fueron encontrados algunos de los cadáveres y de la participación en la búsqueda de decenas de pescadores, entre los cuales destacaban Lico Fonseca, su hermano Juan, el popular Melón y varios japoneses anónimos, abundaban en las crónicas del desastre, comparado por el reporter Alfredo Hernández D’Cerice en las páginas de La Correspondencia con los de la Juana Mercedes, El Ligero y el bote de los Peloteros. Pero esas serán historias para otra ocasión. Si no naufragaron también.
El bote motor Feliciano regresaba al puerto de Cienfuegos con sus viveros cargados de buena pesca tras faenar más allá de la plataforma. Su patrón, el español Jaime Comas, enfiló hacia el islote marcado por la verticalidad del faro de Obras Públicas, desde cuyo pequeño muelle un hombre le hacía señas al destino.
A las cuatro en punto la embarcación de 28 pies de eslora y nueve de manga puso proa a la isla grande. A la carga de la escama pescada por el patrón, su hijo Antonio y el viejo lobo de mar Francisco Pertierra, se sumaron la señora Teresa López Armenteros y cinco de sus hijos, casi seis.
Desde la costa de seboruco José Riaño Fraile, natural de la Casablanca habanera y con la edad de Cristo, segundo torrero del faro por más señas, agitó varias veces la mano derecha, la clásica señal de las despedidas. Allí permaneció hasta que la silueta blanca y verde oscura del Feliciano se hizo un punto imaginario en el horizonte, infladas las velas por los aires cuaresmales que le batían de popa.
A sus 47 años, con tanto salitre impregnado en la curtida piel, Jaime Comas agradecía que Santos Jiménez, comerciante de pescado en Cienfuegos, hubiera puesto a sus órdenes aquella barca tan marinera estrenada en el invierno de 1927. Para cuando los vientos se hacían de rogar ahí estaba el motor Rigal de siete caballos de fuerza.
Hacia el atardecer, dejadas atrás más de la mitad de las 42 millas náuticas que separan la ínsula-fanal de la ciudad más próspera de la costa sur cubana, la navegación comenzó a resultar asmática para el Feliciano y su patrón a lamentar la hora en que aceptó embarcar a la familia del segundo farero de Cayo Guano.
Los vientos ya eran de brisote cuando la entrenada vista de los marinos divisó a las ocho de la noche el primer destello del faro de Villanueva, linterna que guía a los barcos a enfilar hacia el cañón de entrada a la bahía de Jagua. Navegmos a siete millas de la costa de Las Coloradas, marcó Comas el derrotero en la más marinera de sus neuronas. Un mal presagio vino a la mente del piloto español cuando comprobó que la ribera más cercana a la quilla del Feliciano era la Punta del Diablo.
El motor Rigal fue incapaz de poner a halar siquiera a uno de los siete caballos y las velas se hicieron un amasijo de telas ingobernables. El terror también tomó pasaje sobre la cubierta poblada de llantos infantiles, angustia materna y blasfemias de la marinería.
Un gran golpe de mar completó el inventario de la mala suerte. El Feliciano dio una vuelta de campana.
Los periódicos de Cienfuegos no tenían ediciones dominicales aquel penúltimo año de machadato. El lunes 7 los voceadores desperdigaron los cintillos de la muerte por toda la ciudad. “Tras de cinco días de no comer, la familia del torrero de Cayo Guano, pereció ahogada”, encabezó El Comercio a cinco columnas mientras atentaba contra el buen arte del titulaje. La Correspondencia exhibió con similar destaque un mejor desempeño de su titulista: “La Trágica Muerte de 7 personas frente a Punta del Diablo”. Agregaba en su bajante el diario de San Carlos, 129 que la familia del farero Riaño, acosada por el hambre, decidió venir a Cienfuegos en busca de alimentos.
El joven Comas y el viejo Pertierra lograron escapar a la encerrona y tras horas de romperse los pies entre seborucos y dientes de perro llevaron el aviso de la desgracia hasta el Castillo de Jagua, a media madrugada del domingo. De inmediato y de forma espontánea comenzó la operación solidaria de rescate de las víctimas del Feliciano, que se daría por finalizada el jueves sin poder encontrar los restos de Raúl y Felina Riaño López, criaturas de once y cinco años, respectivamente.
Los primeros cuerpos hallados por los socorristas fueron los de la madre de la prole, embarazada si nos atenemos a una versión periodística, y el pequeño Rigoberto, de siete años. Sucesivos hallazgos permitieron darle cristiana tumba a sus hermanos Georgina (12) y Rafael (9). Pepín Riaño sólo podría compartir su dolor con Alfredo (13), el primogénito, acogido en el hogar cienfueguero del señor Manuel Hernández, director de la Escuela Superior de Varones.
En próximas ediciones los diarios dieron otras versiones ajenas al hambre como causa del fatídico embarque de los Riaño.López a bordo del último viaje de Feliciano. Detalles horripilantes del estado en que fueron encontrados algunos de los cadáveres y de la participación en la búsqueda de decenas de pescadores, entre los cuales destacaban Lico Fonseca, su hermano Juan, el popular Melón y varios japoneses anónimos, abundaban en las crónicas del desastre, comparado por el reporter Alfredo Hernández D’Cerice en las páginas de La Correspondencia con los de la Juana Mercedes, El Ligero y el bote de los Peloteros. Pero esas serán historias para otra ocasión. Si no naufragaron también.
Etiquetas:
catástrofe,
Cayo Guano,
Cienfuegos,
Cuba,
historia,
hundimientos,
naufragio,
navegación,
República
Suscribirse a:
Entradas (Atom)