lunes, 22 de septiembre de 2008

¿Una escuela en La Suiza?

Cuando el martes 22 de septiembre de 1905 en la habitación número uno del hotel La Suiza fue ultimado el coronel independentista Enrique Villuendas, uno de los líderes con más capital político en las filas del Partido Liberal, la gobernación provincial de Las Villas era ejercida por el General José Miguel Gómez, caudillo de la propia formación partidaria y candidato presidenciable a las luego fallidas elecciones del 19 de marzo siguiente.
Villuendas, el más joven de los constitucionalistas de 1901, estaba por cumplir 31 años y en la Guerra del 95 peleó a las órdenes de José Miguel, por lo que más allá de la militancia política los unía la familiaridad forjada en la manigua.
Una de las últimas comunicaciones de puño y letra del joven mártir del liberalismo, escrita la víspera de su muerte sobre dos cuartillas litografiadas con el membrete del hotel de la calle San Carlos 103, tuvo como destinatario al general espirituano identificado por su posterior desempeño en funciones de estadista (1909-1913) como El Tiburón.
Parece ser que ya instalado en el primer sillón de la República Gómez sintió la necesidad de realizar un acto en memoria del antiguo subordinado y más tarde compañero de afanes políticos. Y no encontró mejor fórmula de cuajar el homenaje que convertir el sitio del martirio en una escuela pública. Así lo contó La Correspondencia en primera plana de su edición del 9 de febrero de 1911.
Para ello el mandatario comisionó al coronel mambí Paulino Guerén a negociar la compra del edificio donde se alojaba la hospedería. Guerén fue quien rescató de La Suiza el cadáver ensangrentado de Villuendas y le dio cristiano velatorio en su hogar de San Carlos esquina a Gloria, donde una tarja recuerda aún aquel gesto de nobleza. Y quien al amanecer del siguiente día lo sepultó en el cementerio de Reina, luego de costear los gastos fúnebres con su propia billetera.
A fin de cumplir la encomienda presidencial llegó el veterano hasta el ingenio Dos Hermanos, donde trasladó la oferta a la dueña del inmueble, la isleña Doña Francisca Tostes y García, viuda y heredera universal de los bienes de Don Nicolás Acea y de los Ríos, El Benefactor de Cienfuegos.
La respuesta de Panchita Tostes a la primera autoridad nacional fue una carta entregada en manos propias al portador de la solicitud. Esta columna reproduce los párrafos de la misiva que en su momento trascendieron al público mediante la referida portada de La Correspondencia, el matutino que se editaba a escasos 100 metros del hotel convertido en lugar de peregrinación del liberalismo criollo.
“Yo conocía personalmente al coronel Guerén antes de recibir su carta y la estimaba como bueno y servicial amigo. Así que ahora que veo que usted hace tan alta distinción de él, es doblemente acreedor a mi particular aprecio. Y siendo así, no he tenido duda alguna en ser con él lo más franca que me ha sido posible, al tratarse de la compra de la casa que ocupa el hotel La Suiza, donde desgraciadamente se desarrolló aquel luctuoso drama en que perdió la vida el bien llorado Enrique Villuendas.
El propósito de usted es muy plausible y soy la primera en encomiarlo en todo lo que vale y lamento esta vez no corresponder a su petición. El coronel Guerén le comunicará los motivos poderosos que tengo para no deshacerme de esa casa. En ella me casé y allí fui muy feliz y me ligan a ella lazos de afecto que son para mí inquebrantables. Esa casa fue para mí un regalo de bodas y están asociados a ella recuerdos y promesas tan sagrados, tal vez como sus recuerdos y memorias del pobre Enrique Villuendas. Y siendo usted mi amigo supongo que no querría que yo que estoy ya casi en el ocaso de mi vida, rompa con promesas íntimas y sagradas y con recuerdos que sólo son ya los únicos alicientes que me fortifican en mi voluntaria y apartada soledad.
Perdone, distinguido amigo, que le haya llevado a un terreno tan íntimo para negarle la solicitud de compra de una propiedad, pero como el comprador han sido tan delicado, que para hacer proposiciones de compra de una propiedad que no estaba en venta, invoca también sentimientos de naturaleza íntima a ese terreno he tenido que ir yo también. Así es, mi distinguido amigo, que si usted aprecia en algo la amistad que desinteresadamente le he profesado siempre, le ruego que mientras viva no insista en la compra de esa propiedad y espero que, pesando en todo su valor las razones expuestas, perdonará Ud. mi negativa y seguirá dispensándome su valiosa amistad”.
Cuando el autor de esta columna investigó los sucesos del martes sangriento de La Suiza en alguna de las fuentes consultadas salió a relucir el nombre de Don Nicanor Sánchez como el dueño del hospedaje. Y que la fundación databa de 1899.
En todo caso Sánchez sería arrendatario de la construcción de dos plantas por la cual Doña Francisca Tostes sentía tal veneración. Su matrimonio con Acea de los Ríos, viudo de Doña Teresa Terry Dorticós, fue registrado el 19 de junio de 1881, dato que prueba la antigüedad de la propiedad en el inventario de los bienes de El Benefactor.
A los pocos meses de su delicada negativa a El Tiburón, el 24 de mayo de 1912, a los 77 años falleció la hija de La Orotava (Tenerife) y por lo visto La Suiza siguió siendo hotel mucho tiempo más hasta convertirse en la ciudadela que hoy conocemos.
Como tampoco dejó descendientes, su fortuna administrada por los albaceas Cipriano Arenas, Felipe Silva e Isidoro O’Bourke, daría origen a un sonado litigio en los tribunales. Pero, esa será otra historia, por ahora cubierta con el manto sepia del tiempo ido.

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