miércoles, 1 de octubre de 2008

Detroit ponía luces a Cienfuegos

El hombre se nombraba Justo Montalvo, pero todos los que le conocían en el perímetro urbano desde Paseo de Arango a calle Gloria y de las marismas de Marsillán al Panteón de Gil le apelaban con cariño Detroit.
A pesar del mote que lo relacionaba con la Ciudad-Motor aquel experto mecánico electricista podría ser uno más entre los habitantes de la urbe provinciana que en 1911 se vanagloriaba de ser la segunda de Cuba. Eso, si cada anochecer no subiera a la cúspide del recién inaugurado teatro Luisa, donde manipulaba un potente reflector allí instalado y paseara su haz de luces sobre toda la población.
Aquel resplandor fosforescente indicaba que eran las siete de la noche, e invitaba a apresurarse a quien quisiera presenciar el espectáculo de la jornada en la sala teatral que el español Isaac de Puga había edificado, de conjunto con los hermanos Julián y Carlos Rafael Sanz, en la intersección de la calle Santa Clara con el Paseo de Vives.
Los tres empresarios habían constituido la sociedad ante el doctor Antonio J. Font y George, notario de Cienfuegos, el día 17 de enero de 1911 y el primero de septiembre del propio año abrían al público las puertas del nuevo coliseo con una función de la Compañía de Operetas Vienesas de la actriz mexicana Esperanza Iris.
Para ubicar su negocio cultural compraron los solares marcados con los números 1147 y 1148 en el plano moderno de la ciudad, que se correspondían con los 617 y 618 antiguos.
La construcción del inmueble, a cargo del maestro de obras Miguel Calzadilla y bajo la dirección del ingeniero Pablo Ros y del Campo demoró siete meses y 17 días exactos. Los inversionistas no quedaron del todo conformes, porque lo que hoy llamaríamos plan estipulaba levantar el edificio en seis meses exactos.
Atraso debido a una cuestión de planos, pues en medio de la obra se percataron que la compañía a cargo del suministro eléctrico a la ciudad no podría satisfacer la demanda propia del servicio de espectáculos, y en ese caso la empresa de Sanz y Puga debía producir su propio fluido.
Pero en el área de dos mil varas planas que sumaban los dos solares no había espacio suficiente para ubicar el teatro y la planta eléctrica, razón por la cual los inversores debieron comprar dos casas contiguas por la calle Santa Clara e incorporar sus terrenos al proyecto.
Allí se instaló un equipo que abasteció por varios años a todo el edificio y cuya operación estuvo a cargo del popular Detroit.
Mientras albañiles y operarios avanzaban en los trabajos del teatro, los periódicos de Cienfuegos divulgaron las bases de un plebiscito popular a fin de escoger el nombre para identificar a la nueva plaza cultural de la Perla del Sur.
Por abrumadora mayoría se impuso el de la actriz cienfueguera Luisa Martínez Casado (1860-1925), quien casi desde adolescente había paseado el nombre de Cienfuegos y de Cuba por los más rutilantes escenarios de Europa y América. La artista era además desde 1891 la esposa del empresario Puga, natural de Burgos.
La primera noche de septiembre de 1911 fue la fiesta de estreno del coliseo que en lo adelante significaría competencia para el señorial Tomás Terry. El gobernador provincial de Las Villas, don Manuel Villalón y Verdaguer, hizo el discurso de apertura luego que la Banda Municipal bajo la batuta del maestro Agustín Sánchez Planas pusiera de pie al respetable con las notas del Himno de Perucho.
A continuación la propia orquesta de la ciudad interpretó la obertura 1812 y Souvenir, de Richard Wagner, y Ecos, del Metropolitan Opera House.
Al levantarse el telón de boca realizado por el pintor Luis Ferro apareció en escena la Luisa que fue recibida por una tempestad de aplausos. La actriz declamó unos versos de su poema intitulado “A Cienfuegos.
La compañía de la diva mexicana Esperanza Iris que actuaría a teatro lleno durante 11 noches consecutivas subió a las relucientes tablas a La viuda alegre, opereta del austriaco Franz Lehar, pieza en la cual asumió la piel de Ana de Glavari. El crítico San Duarsedo elogió entre los decorados de la primera función el del parisino restaurant Maxim’s.
Para los tres días siguientes el telón de anuncios, propiedad de Luis Gaos Berea, proponía El Conde de Luxemburgo, La Princesa del Dollar y Aire de primavera, con papeles estelares a cargo de Josefina Peral, el barítono Palmer y la bailarina italiana Amelia Costa, respectivamente.
El escenario del Luisa no se quedaría detrás del Terry en cuanto a celebridades acogidas. Por allí desfilaron durante sus primeros años Graciela Paretto, Lucrecia Boris, Ana Pavlova, Hipólito Lázaro, Titta Rufo, Amelita Galli, Tina Poli Randaccio, Enrique Borrás, la Compañía de Dramas Policíacos Caral, la de Raúl del Monte y por supuesto el sin par cienfueguero Arquímedes Pous.

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