El doctor Juan Fermín Figueroa y Rivero esperaba de pie en la oficina de la Secretaría a que terminaran de redactar el acta de su toma de posesión de la Jefatura Local de Sanidad en Cienfuegos, cuando tronaron par de disparos en el propio salón y el médico cayó moribundo en brazos del reportero Eliso Cruces, quien tomaba nota de la fallida ceremonia.
A pesar del pequeño calibre del arma, un proyectil que penetró por la región labial superior y con orificio de salida en la parte posterior del cuello le causó una herida mortal por necesidad. Desde el lugar de los hechos, Paseo de Arango esquina a San Fernando, fue trasladado al hospital de Emergencias, pero llegó en estado comatoso a la mesa de operaciones y sus colegas nada pudieron hacer.
Figueroa, nacido en Santa Isabel de las Lajas 53 años antes, llevaba por lo menos 15 aspirando al cargo que ni siquiera tuvo tiempo de firmar aquella mañana del jueves 8 de marzo de 1934.
Una resolución del presidente de la República, coronel Carlos Mendieta Montefur, con fecha 2 de marzo había decretado la destitución del doctor Osvaldo Morales Patiño en el cargo de Jefe Local de Sanidad, a la vez que designaba para sustituirlo a quien sería asesinado en el intento de hacer válida la orden emanada en Palacio.
Al cesanteado, que administraba los asuntos sanitarios de la ciudad desde los convulsos días de finales de agosto del año anterior, los posteriores a la caída de Machado, le imputaban entre otras faltas la de haber cubierto la mayoría de los puestos de la entidad con sus amigos políticos.
Tras dos tentativas, durante martes y miércoles, de ocupar por medios pacíficos la oficina para la cual había sido nombrado, Juan Fermín se presentó en el edificio público la mañana del jueves, con el firme propósito de validar la disposición presidencial. Le acompañaban Gabriel Díaz Ojeda, mediador en la porfía por su condición de amigo del cesado y del sucesor, y el notario Gustavo Iglesias, encargado de legitimar por escrito la toma de posesión.
Ánimos desbocados signaban la jornada. Quienes perderían sus puestos con la asunción del nuevo funcionario estaban decididos a impedir a la cañona el cambio de administración. Entre el público que acordonaba el inmueble había quienes amenazaban penetrar en la Jefatura a viva fuerza. En tales circunstancias fue necesario llamar a la cercana Estación Naval de Cayo Loco, de donde confirmaron el pronto envío de 20 marinos.
Aunque en ausencia de Morales Patiño, que a la sazón permanecía en su domicilio de la calle Castillo, avanzaban de manera lenta los trámites legales. Juan Fermín dictó sendos telegramas para remitir al Presidente de la República, al Secretario de Sanidad y Beneficencia y al director de Sanidad. Pidió una larga distancia a La Habana con este último, doctor Félix Loriet. Aunque el letrado Iglesias aún afinaba los últimos detalles del acta probatoria, se apresuró en anunciar a su superior jerárquico que ya él era el Jefe de Sanidad en Cienfuegos.
El caldo de la cerrazón política fue sazonado con varias trompadas y bastantes improperios en el estrecho marco de la secretaría. Alguien gritó un viva a Mendieta y otro sentenció verbalmente al ex dictador Machado. En medio de la batahola Figueroa logró esquivar algún recto al mentón, pero no la bala de reducido calibre y grueso poder mortífero. Entre los testigos del homicidio estaba el quinceañero Gastón Figueroa, huérfano a partir de ese instante.
Como Juez de instrucción de la causa numerada 458 del año 1934, el doctor Marcelino Raggi se constituyó en el propio hospital de la calle Cuartel y Santa Cruz a fin de iniciar las diligencias y el capitán de la Marina Arsenio Arce ordenó la toma militar de la Jefatura de Sanidad.
La residencia del difunto, Arguelles número 185 altos, entre Prado y Gacel, hizo las veces de casa mortuoria. Resultó tan cuantioso el homenaje floral que fue necesario habilitar los portales vecinos de la Sociedad Minerva y la logia masónica Asilo de la Virtud para exponer las ofrendas.
Detenidos como sospechosos del asesinato que hizo recordar en la prensa local a los de Enrique Villuendas (1905) y Florencio Guerra (1917), fueron Abelardo Rodríguez del Rey y Milagros Pedraja Cano, ambos inspectores de la oficina en litigio, el empleado Carlos Cepero Díaz, el mecánico Wenceslao Tartabull, el albañil Miguel Villa y, por supuesto, el doctor Morales Patiño.
Villa quedó en libertad tras declarar y comprobarse su íntima amistad con el médico baleado. Los otros cinco, procesados con exclusión de fianza, aunque negaron los cargos, entre ellos el de planificar la muerte de Figueroa.
Tal como sucedía en ocasiones de similar cariz, con el pasar de los días el caso fue perdiendo vigencia en la prensa local hasta diluirse casi por completo.
Sabemos que el 6 de junio los acusados fueron trasladados a la cárcel provincial en Santa Clara. Para entonces ya sólo eran tres: Rodríguez del Rey, Pedraja y Cepero.
El 6 de octubre La Correspondencia publicó un suelto en última página intitulado “El asesinato del doctor Figueroa”. Daba cuenta de la absolución de los dos últimos por la Audiencia de Las Villas, “tras demostrar su absoluta inocencia”
Abelardo Rodríguez del Rey, a quien el policía Atilano Delgado había visto huir de la escena del crimen revólver en mano, ya no tenía compañeros de causa. En la celda santaclareña a lo mejor repasaba los acontecimientos del jueves 8 de marzo último. Entre ellos el momento de su arresto por el cabo de la Municipal Evaristo Nodal, mientras trataba de ocultarse en la peletería La Principal y él le imploraba: “No me mates que soy un revolucionario como tú”.
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