domingo, 13 de diciembre de 2009

Las horas cienfuegueras de Gabriela Mistral

Si el dramaturgo español Jacinto Benavente llegó a Cienfuegos en el mismo año de su Premio Nobel de Literatura, 1922, la poetisa chilena Gabriela Mistral dejó sus huellas en esta ciudad casi tres lustros antes de que en su persona Latinoamérica accediera por primera vez a la fastuosa ceremonia de Estocolmo.
El año de 1931 estaba casi en su Ecuador cuando la autora de Sonetos de la muerte y Desolación, dejó alelado el auditorio de maestros y liceístas que repletaba el cine Luisa con su conferencia “La lengua de Martí”.
Un cronista local reconocería al día siguiente -30 de junio- los valores de aquella disertación que, de estar de moda entonces la palabreja, si podía calificarse de magistral, como tantas de nuestros días, meras charlas cargadas de didactismo o propias para neófitos entusiastas.
En la tribuna cedida por el Ateneo de Cienfuegos el verbo de la escritora que prefería ser reconocida como maestra rural dibujó el Martí más humano posible. Como si la bajara de su pedestal en la antigua Plaza Mayor. Y todo el tiempo como si le hablara a un grupo de sus primeros alumnos en la Escuela de la Compañía Baja en La Serena, cuando apenas era una quinceañera y aún respondía por el extenso nombre de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata.
De verdaderamente original calificó el estilo literario del padre del Ismaelillo, oportunos y justificados los neologismos, pulcra la sintaxis, limpio y puro el léxico abrillantado por el fondo expresivo y portentoso de sus ideas.
“No estuve en su fiesta, pero a través de las lecturas me compenetré con su palabra de oro de 48 kilates, que no tenía las iras de los tribunos fogosos y deslumbrantes a fuerza de elevar el tono, sino la frase persuasiva del evangelista, del guiador de multitudes… Martí convencía, no epataba. Atraía con su verbo sin igual, no lanzaba al espacio pirotecnias artificiales”, reseñó la gracia de aquel orfebre del vocablo en castellano.
Acerca del hombre político que ganaría grados de Apóstol, apuntó que como tal “hacía su guerra diferente a todo el mundo. Su guerra era casi paradójica. Recurrió a ella por una necesidad extrema, pero lejos de predicar la barbarie en la tragedia del exterminio, guiaba a las masas a levantar una montaña de esfuerzos para hacer comprender al opresor que ellos tenían el derecho y había que hacerles justicia”.
“En fin, dijo de Martí lo que sinceramente nunca oímos nunca que alguien dijera”, reconoció la reseña periodística.
Tras cenar con un grupo de pedagogas perlasureñas en el roof del hotel San Carlos, donde se hospedaba, las obsequió con otra conferencia privada hasta la medianoche. El tema fue el autodidactismo. Temprano en la mañana del siguiente día tomó el tren a La Habana.
Pasarían siete años y medio para que la Mistral adornara de nuevo otra sociedad cienfueguera con las galas de su palabra, de lento acento andino. Esta vez le correspondió el honor al Lyceum Femenino, que la noche del 12 de diciembre de 1938 le abrió las puertas de su sede social, inaugurada el 13 de mayo de 1933 en la esquina de Prado y Santa Clara.
Homenaje a Gabriela Mistral, la más grande mujer de América, estimulaba el programa del acto en el cual la poetisa aludió a su propia creación literaria. El festejo incluyó a la Banda Municipal en la interpretación de los himnos nacionales de Cuba y Chile y jovencitas cienfuegueras que cantaron y declamaron los versos de quien conjugó en su inmortal seudónimo los nombres de sus paradigmas poéticos, el italiano Grabiele D’Annunzio y el francés Frédéric Mistral.
“Linda paciencia la de ustedes al escucharme por tan largo rato (hora y media) sin cansarme. Pasen todos buenas noches y reciban mis gracias más cariñosas”, se despidió del auditorio feminista. Un día después enrumbó hacia la “silente y vetusta Trinidad”, al decir del más cotizado cronista social del momento.
Pero antes, en el preámbulo de la cena, Zoila Rosa López de Rumbaut logró entrevistarla para La Correspondencia. Por aquellas declaraciones publicadas seis días más tarde sabemos de la religiosidad de la maestra-escritora: “Cristiana y casi católica, pero sin odios a las demás formas de creencias, con tal de que sean sinceras y ayuden a la purificación del mundo”. También de género favorito y escuela poética: “Tal vez la poesía de niños, luego la folclórica. Los clásicos y por contraste lo popular. Leo con interés lo que hacen los mozos”.
Sobre sistemas más útiles en materia escolar optó por el de Drecoly, “pero tenemos que crear ¡por fin! una escuela latinoamericana”. Su filiación política entretejía algunas ideas de la izquierda con otras tradicionalistas y a su gusto un gobierno ideal debía sustentarse sobre la base de los Gremios Medievales Reformados.
Cuando las primeras planas de los diarios cienfuegueros del 10 de enero de 1957 mencionaron a la Premio Nobel de 1945 fue para referirse al hecho de la pérdida irreparable que acaban de sufrir las letras latinoamericanas. Esa madrugada, a las 4:17 para un diario, 28 minutos más tarde según el otro, las fuerzas malignas del cáncer detuvieron para siempre el corazón de la lírica chilena en el hospital de Hempstead, Long Island, Nueva York.

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