Lástima que la quinta La Palma sólo exista en unas centenarias fotos y quizá en la memoria de alguien muy pero muy viejo.
Porque de pervivir, aquel vergel al borde del camino hacia El Junco le daría tantos kilates a la Perla como la bahía, la fortaleza, el paseo más largo o los atardeceres que se pintan únicos más allá de las rojas tierras de Juraguá.
Aquel jardín botánico en miniatura fue obra de la pasión del cienfueguero Emilio Fernández Cavada y Houard, el hermano mayor de los generales mambises y mártires de la Independencia, Federico y Adolfo.
A diferencia de quienes también habitaron luego el vientre de doña Emilie Houard, Emilio dedicó sus existencia a los negocios, en lo fundamental azucareros, y compartió su amores entre su ciudad natal y Filadelfia, cuna de su progenitora.
Poco después que el santanderino de 36 años Isidoro Fernández Cavada y Díaz de la Campa la dejara viuda en Cienfuegos el 5 de mayo de 1838, la madre partió con los tres críos hacia Filadelfia. En la capital del estado de Pennsylvania volvería a casarse, con el banquero Samuel Dutton, y allí esperó por la muerte en 1904, a sus 98 años. Era la hija de Louis Houard y Margilly, un francés de Verdonet que en 1826 se desempeñó como el primer comisario de policía en la Colonia Fernandina de Jagua.
Ciudadanos estadounidenses en virtud del origen de Emilie Houard, Federico y Adolfo cruzaron armas del lado federal en la Guerra de Secesión del país norteño (1861-65), y en el período anterior a febrero del 69 cuando formaron parte del alzamiento con que los villareños secundaron a Céspedes, ocuparon cargos en el servicio consular de los Estados Unidos. El primero en Trinidad de Cuba, como se decía entonces, y el segundo en su villa natal.
Aunque Emilio no empuñó el machete libertador, la historia registra su generosidad económica en auxilio de las expediciones que venían a la Isla a pertrechar al ejército mambí.
Mientras, el primogénito de Isidoro Fernández Cavada formaba familia en 1857 con doña Inés Suárez del Villar, hija de una reputada familia cienfueguera. Por esa época adquirió los terrenos donde fomentaría la quinta La Palma. Y cuenta la crónica local que en 1862, a solicitud del gobernador Don José de la Pezuela, trajo los dos leones de mármol que hoy custodian la entrada del parque Martí, primeras esculturas en el mobiliario urbano de la villa de Cienfuegos.
A la muerte de su madre, Don Emilio, cuya luenga barba blanca le confería ya imagen de patriarca venerado, liquidó sus negocios en Filadelfia y se asentó definitivamente en Cienfuegos, donde terminaría sus días el primero de septiembre de 1914. Las notas necrológicas de los diarios perlasureños resaltaron su condición de miembro corresponsal de la Real Academia de Floricultura de Londres.
Su última década de existencia lo encontró dedicado al fomento y conservación de las especies de la flora y la fauna que atesoraba La Palma, labor en la que lo auxilió el cuarto de sus seis hijos, quien además llevaba su nombre.
En el año 2007, en ocasión del siglo y medio del casamiento de Don Emilio y Doña Inés, Fernando Fernández Cavada y París, conde de la Vega del Pozo, publicó un folleto profusamente ilustrado con fotos tomadas en 1907 al celebrarse las Bodas de Oro de sus bisabuelos.
La muestra gráfica recoge para siempre la existencia de aquel reino de la clorofila, que fiel a su nombre llegó a atesorar una colección de 225 especies de palmeras, una de las cuales de presunto origen en Madagascar recibió el nombre de Cabada (sic).
Una casona de dos niveles, con balcón de madera en el segundo y techumbre de tejas, era el núcleo de la quinta. Una planta sembrada dentro de un enorme macetero de hierro traído de Estados Unidos marcaba el inicio de la vía de acceso a la propiedad desde el camino viejo de El Junco.
La represa donde nadaban en democracia aristocráticos cisnes y criollos patos, más gansos y flamencos, parecía un paisaje clonado del mismísimo Paraíso. Tendidos sobre el estanque había varios puentecillos de madera, y aledaña al espejo de agua se levantaba la casa de baños, una piscina techada sobre al cual se derramaba una cascada. Kioscos, pérgolas y jaulas para animales exóticos complementaban la escenografía del oasis.
Aunque pasaba largas temporadas en la quinta, la residencia oficial de la familia era la casona de la calle San Fernando, número 156, donde desde hace varias décadas radica el restaurante La Verja. En ese lugar, donado a Louis Houard por el fundador De Clouet, Isidoro Fernández Cavada levantó el primer hogar de la familia. Allí, en la vivienda luego reformada por él, velaron el cuerpo de Don Emilio, quien según la prensa falleció en la casa veraniega que también tenía, en Punta Gorda.
Doña Inés sobrevivió a su esposo hasta 1926. A su muerte los hijos no lograron ponerse de acuerdo sobre el destino de La Palma. La opción de donarla a la Universidad de Pennsylvania, defendida por Emilio y Fernando, no logró prosperar. Finalmente fue repartida entre los cuatro herederos varones. Aquella partición testamentaria fue el principio del fin.
Durante sus años de esplendor la quinta hospedó entre otras celebridades al gobernador militar yanqui Leonard Word (1899-1902), a sus compatriotas el millonario John Jacob Astor, luego fallecido en la catástrofe del Titanic, y Ransom E. Olds, fundador de la Compañía Oldsmobile. También durmieron allí la actriz inglesa Dame Ellen Terry y Adelina Patti, considerada la mejor soprano del mundo.
El único vestigio de La Palma que permanece en pie es El Fuerte, edificación militar en forma de cilindro que preside una pequeña ondulación del terreno a la vera del camino hacia El Junco. Desde una de sus aspilleras quién sabe si el espíritu del patriarca de luenga barba aún otee las nieblas de la nostalgia.
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