Doña Francisca sabía lo poco que le quedaba en este convento y decidió poner sus bienes en orden. Por eso el notario y los tres testigos acudieron con puntualidad de té inglés a la cita con la propietaria, prevista para las once en punto de la mañana del 17 de abril de 1912 en la casa de la calle que entonces llevaba el nombre de su difunto marido, aunque siempre será San Carlos, esquina a Santa Isabel.
El licenciado José Fernández Pellón, abogado y notario público del Distrito de Cienfuegos, una vez comprobado el trámite formal de la mayoría de edad y la residencia en el vecindario, además de ostentar la capacidad legal prevista en los artículos 681 y 682 de Código Civil, aceptó como testigos instrumentales del acto testamentario por comenzar a los señores Gabriel Cardona y Forgas, José Villapol y Fernández y Manuel Leal Catalá, este último reconocido en la villa como el médico de los pobres. Aunque al parecer tampoco desdeñaba a los pudientes.
La testadora Francisca Tostes García, nacida 78 años antes en La Orotava, isla canaria de Tenerife, hija legítima de Don Lorenzo y Doña Josefa, vecina de la casa en la cual tenía lugar el otorgamiento, fue reconocida por los testigos en capacidad suficiente para realizar el acto legal porque “su inteligencia es clara, su memoria despejada y su habla expedita”.
Desde que su esposo, Don Nicolás Salvador Acea de los Ríos, falleciera el 7 de enero de 1904 en aquella misma casa señorial (sobre cuyo suelo en 1927 se erigiría una parte de los colegios San Lorenzo y Santo Tomás), la canaria figuraba como la heredera universal de una de las más cuantiosas fortunas fraguadas en Cienfuegos durante al segunda mitad del siglo XIX.
El texto íntegro del documento notarial, que nueve años más tarde vería la luz pública en la prensa de la ciudad, sirve para conocer mejor a la acaudalada anciana que tras invocar el Santo Nombre de Dios otorgó testamento de viva voz, aunque al final no pudiera firmarlo de propia mano.
En 1881 había contraído matrimonio con don Nicolás, por entonces viudo de Teresa Terry y Dorticós. Tomás Lorenzo, el único hijo de su marido, falleció tres años más tarde, a los 17 de edad, y la nueva pareja no pudo lograr descendencia. Tampoco tenía la otorgante otros familiares cercanos por vínculos de sangre.
Como albaceas de sus bienes materiales nombró a sus amigos de entera confianza los abogados cienfuegueros Cipriano Arenas y Felipe Silva y Gil y el comerciante alemán avencidado en Cienfuegos Frederic Hunicke.
Llama la atención la forma meticulosa en que Panchita Tostes dispuso los actos relacionados con su deceso. A los fiduciarios encargó todo lo referido al funeral y el entierro, a efectuarse sin pompa y con la modestia propia de los actos que habían regido su vida. Tras prohibir el embalsamamiento o cualquiera forma similar de conservación precisó que era su deseo volver a la madre tierra, de donde había salido. Como sepultura provisional eligió la arboleda del central Dos Hermanos, junto a la orilla izquierda del río Damují. Una vez transcurrido el tiempo exigido por las disposiciones sanitarias los restos debían ser trasladados al cementerio de Grenwood, Brooklyn, Nueva York, lugar donde yacían eternamente Teresa Terry, Tomás Lorenzo y Nicolás Acea.
En cuanto al mencionado ingenio azucarero fue tajante en su determinación: “Cuando llegue la oportunidad de traspasarlo, prohíbo terminantemente que lo vendan ni arrienden a los dueños del (vecino) central Manuelita”.
Como núcleo del acto testamentario figura el futuro empleo de los fondos financieros de que dispondrían los albaceas tras el cumplimiento de las deudas contraídas por Acea con los señores Lawrence Turner and Co., de Nueva York. Ese monto económico debía dedicarse en su totalidad a la ampliación del monumento funerario familiar en la misma necrópolis de Greenwood. Para que allí residieran por siempre los espíritus de todos los muertos de la familia, incluidos sus extintos suegros Don Antonio Acea y Doña María Regla de los Ríos, así como el cuñado Antonio, enterrados por esa fecha en el cementerio de Reina.
A Victoria Valdespino, Faustina Acea, Clotilde Acea y Sofía Cosma, antiguas sirvientas de la familia, los custodios de la fortuna debían comprar una modesta vivienda a cada una, con la condición de no venderlas y conservarlas como un recuerdo de la otorgante. En recompensa por sus servicios y en cumplimiento de una promesa hecha al extinto marido.
Una cláusula del testamento prohibía cualquier tipo de intervención judicial en su ejecución. Al dictarla Francisca Tostes no alcanzó a imaginar los litigios que aquella herencia originaría durante los próximos 15 años.
La testadora no pudo firmar el texto definitivo leído en alta voz por el licenciado Pellón. Una lesión en el brazo derecho le impedía estampar la rúbrica, derecho que consignó en su médico, Leal Catalá.
Treinta y siete días después la muerte tocó a la puerta de la mansión esquinera de San Carlos y Santa Isabel. Para entonces Doña Panchita tenía sus cuentas claras.
Con Dios y con los hombres.
lunes, 1 de febrero de 2010
Doña Francisca y la muerte
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1 comentario:
Sr. de Navarro,
Yo soy nieta de uno de los sobrevivientes del "Mambi", soy la hija más pequeña de Olga Dominguez Suarez, la hija mayor de Sebastian Dominquez Urdanivia, Timonel y sobreviviente del naufragio.
Mi señora madre mantiene muy vivos los recuerdos le lo sucedido y de la descripcion de los hechos narrados por su padre.
Favor de comunicarse conmigo, mi correo electronico es tuchiqui@msn.com.
Saludos,
Rosie
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