El entierro del señor Vicente Goytizolo mereció un titular de cuatro columnas en primera plana de la edición del vespertino cienfueguero El Comercio, el viernes 15 de enero de 1915.
Versado en el arte, o en las mañas del titulaje, el reporter encabezó los catorce párrafos de la nota con sólo tres palabras: El Rey Congo.
¿A qué debía la notoriedad aquel difunto capaz de merecer tal destaque publicitario sin que su muerte fuera materia prima para la crónica roja?
Es que en el occiso se conjuntaban sus ciento diez años de edad, y las condiciones de veterano de la primera guerra independentista y líder religioso de la comunidad de origen africano.
La única fuente bibliográfica disponible para redactar esta postal en sepia del Cienfuegos que se aproximaba a su primer centenario es la referida nota de prensa. Cabría preguntarse si el nacimiento en 1805 del longevo ocurrió en una aldea de aquel continente convertido durante siglos en mina de fuerza de trabajo gratuita o si vino al mundo en esta isla, fruto de un útero esclavo.
El sepelio que tuvo lugar a las ocho de la mañana de aquel día en el Cementerio Municipal de Reina, único camposanto de la ciudad por esa época, partió del cabildo de la calle Hernán Cortés, entre Tacón y Cristina, donde el cuerpo del viejo roble derribado por el viento de los tantos años estuvo tendido en lujoso ataúd y entre profusos cirios.
Siendo esclavo de la dotación del ingenio Maguyara (sic) el mismo 10 de octubre de 1868, Goytizolo respondió al eco del campanazo libertario de Céspedes en su cachimbo La Demajagua. Consigo se llevó al monte a un grupo de negros del batey. Terminó con los grados de comandante aquella década guerrera, en la cual peleó a las órdenes del propio Padre de la Patria y el coronel Paulino Guerén.
En Cienfuegos, donde parece haber vivido durante toda la infancia de la República, le recordarían cubierto de collares y otros amuletos mientras andaba ceremonioso por sus calles, al tiempo que recibía reverencias de los suyos, cual si fuera una divinidad todopoderosa, contaba El Comercio.
Nunca estaba solo y a su paso seguidores y discípulos se disputaban el honor de escuchar en primera fila las prédicas del viejo lucumí. O el responso, si fuere necesario.
Era Goytizolo un hombre hogareño, casado por tres veces y padre de una docena de hijos. Todavía aunaba la fortaleza física con la mental y su verbo cargaba energía al hablar de cualquier tema.
Sus despojos fueron velados durante todo el día 14 al son del toque fúnebre de seis tambores arará y un cencerro. A rendirle honores llegaron delegaciones de los centros lucumíes de La Habana, Cárdenas, Matanzas, Trinidad, Sagua la Grande, Santa Clara y otros pueblos de la República.
Ante el féretro cubierto por la bandera cubana y rodeado de un jardín ocasional desfiló una muchedumbre. La mayoría serían sus fieles y la lista se completaría con curiosos. Como siempre ha sucedido en lances similares.
Como señal de duelo todos los altares de las sociedades de negros de nación vistieron de blanco y celebraron ceremonias por el eterno descanso del líder muerto en el combate de la vida.
En brazos fue llevado el sarcófago hasta Reina. Presidía el duelo el coronel Guerén, el mismo ex oficial mambí que diez años antes se había dignado a velar en su propia casa de San Carlos esquina a Gloria los restos del coronel Enrique Villuendas, el mártir del hotel La Suiza.
Muchas mujeres vestidas de absoluto blanco acompañaron al cortejo del cual participaban además un automóvil y varios coches repletos de ofrendas florales. También una caballería de los barrios rurales de Cienfuegos y la Banda Municipal magnificaron la despedida, a la cual tampoco faltaron los mismos curiosos de la víspera. O a lo mejor, más.
El Comercio cerró su nota de cuatro columnas en portada rogando por la paz eterna para el veterano, “el viejo negro que todos querían porque en vida sólo supo hacer el bien y jamás en sus prédicas y consejos ofendió a nadie”.
viernes, 29 de febrero de 2008
El Rey Congo
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domingo, 24 de febrero de 2008
Menéndez Peláez: Vuelo Camagüey-Sevilla
Salto atlántico en solitario
Sin más compañía que su entusiasmo, el aviador hispano-cubano Antonio Menéndez Peláez saltó sobre el Atlántico el lunes 10 de febrero de 1936 y cuando cuatro días más tarde aterrizó en el aeródromo Tablada, de Sevilla, inscribió su nombre como el del primer piloto iberoamericano en llegar España por aire.
El proyecto aéreo conocido como el Vuelo Camaguey-Sevilla comenzó en la capital llanera de Cuba el domingo 12 de enero y tuvo su clímax en el segmento que une sobre las olas a la ciudad brasileña de Natal y la gambiana de Bathurst (actual Banjul, capital de ese estado africano) luego de 15 horas de vuelo.
En principio el destino africano del trayecto planificado de siete mil 900 millas y 52 horas de vuelo, era la ciudad de Dakar, capital de Senegal, pero en aquellos tiempos la navegación aérea distaba de ser una ciencia exacta.
Con su hazaña Menéndez Peláez, nacido en la localidad asturiana de Santa Eulalia de Riveras en 1901, quiso rendir homenaje a sus compatriotas Barberán y Collar, héroes del aire que cubrieron la ruta Sevilla-Camaguey de un tirón de 39 horas en julio de 1933. El dúo de pilotos españoles desapareció a los pocos días mientras volaban el segmento La Habana-Ciudad de México.
Vencido el obstáculo acuático a lo largo de la menor distancia que separa Suramérica de África Menéndez enfiló la nariz del Lockbeed Vega rumbo a la capital andaluza a las ocho menos diez de la mañana del día 12 de febrero, pero una tormenta de arena en una extensa área del Occidente africano le obligó a tomar tierra en Cabo Juby, Río de Oro, a las cuatro de la tarde.
El avión de la Marina de Guerra Constitucional de Cuba y bautizado como Cuatro de Septiembre –fecha en 1933 de la primera asonada militar del entonces sargento taquígrafo Fulgencio Batista- tocó pista en Tablada a las cinco y 28 minutos (hora de Madrid) del día sanvalentinesco de 1936.
Había salvado las últimas mil 200 millas del periplo-homenaje en sólo siete horas, pero arribó casi asfixiado a causa del vendaval de arena que le azotó durante la segunda etapa intercontinental.
El aviador fue el héroe del día en un país que vivía las convulsiones políticas de la Segunda República, abocada a las elecciones parlamentarias del domingo 17 de febrero que darían el triunfo a la izquierda y abrirían el camino hacia la Guerra Civil.
Mientras en la ciudad del Betis se sucedían los ágapes al moderno Ícaro, el presidente cubano José A. Barnet firmaba el 15 de febrero el decreto de ascenso del piloto al grado de primer teniente del Cuerpo de Aviación y la concesión de las Órdenes al Mérito Militar y Naval, a ser impuestas en Palacio Presidencial al regreso del as.
Retrasado el vuelo Sevilla-Madrid a causa de condiciones climáticas por una parte y agitado ambiente político por la otra, el aeronauta aprovechaba el tiempo para cumplir con la agenda social propia de un famoso. El 18 de febrero fue agasajado en las bodegas de la casa Pedro Domecq, en Jerez de La Frontera, y al día siguiente visitó el monasterio de Huelva, sitio donde se detuvo el Almirante Cristóbal Colón en camino de otro salto trasatlántico, pero a la inversa y en carabela.
Menéndez que llevaba cartas autógrafas de Barnet para el presidente español Alcalá Zamora, llegó al fin al aeropuerto militar de Madrid a las 11 y 25 de la mañana del 21de febrero. Fue recibido allí por las primeras autoridades de la aviación nacional y trascendió la noticia de que el gobierno de España le concedía la Cruz Oficial de la Orden de la República.
De tal forma el piloto graduado en la academia Greal Airways, de Chicago, validaba sus palabras antes de lanzarse a la aventura: “Voy a hacer el viaje sin más compañía que mi entusiasmo y el afán de dejar bien colocado el pabellón cubano y el de las Fuerzas Armadas”.
El avión con nombre de madrugonazo militar estaba dotado de un motor Wasp de 523 caballos de fuerza y depósito para 450 galones de bencina. La velocidad crucero de 140 millas por hora era la más apropiada para realizar la empresa trasatlántica y la nave carecía de pontones para acuatizaje.
Las peripecias del vuelo en solitario comenzaron en la propia jornada inicial, cuando el proyectado aterrizaje en suelo venezolano en lugar de La Guaira (Maiquetía) sucedió, casi agotado el combustible y con muy visibilidad, en terrenos próximos a Puerto Cabello.
Tras realizar varios pases rasantes para espantar a las vacas que pastaban ajenas al acontecimiento, Menéndez realizó un aterrizaje de emergencia en un potrero cercano a Corentye, Guayana Inglesa, el 15 de enero. La necesidad de reparar la avería en el tanque de gasolina y aumentar la capacidad del depósito lo llevó a continuación a Port Spain, Trinidad, donde permaneció hasta el primero de febrero en esos menesteres, en los cuales contó con el auxilio del mecánico cubano teniente Gustavo Novo.
De la isla caribeña voló a la ciudad brasilera de Belem du Pará acompañado por Novo. El cinco de febrero llegó a Fortaleza, camino de Natal, de donde despegaría el 10 hacia los cielos de la gloria, mientras hacía currículum para la inmortalidad, que le estaría esperando en las riberas del río Cali en la mañana colombina del 29 de diciembre del año siguiente en medio del Vuelo Pro Faro de Colón.
Sin más compañía que su entusiasmo, el aviador hispano-cubano Antonio Menéndez Peláez saltó sobre el Atlántico el lunes 10 de febrero de 1936 y cuando cuatro días más tarde aterrizó en el aeródromo Tablada, de Sevilla, inscribió su nombre como el del primer piloto iberoamericano en llegar España por aire.
El proyecto aéreo conocido como el Vuelo Camaguey-Sevilla comenzó en la capital llanera de Cuba el domingo 12 de enero y tuvo su clímax en el segmento que une sobre las olas a la ciudad brasileña de Natal y la gambiana de Bathurst (actual Banjul, capital de ese estado africano) luego de 15 horas de vuelo.
En principio el destino africano del trayecto planificado de siete mil 900 millas y 52 horas de vuelo, era la ciudad de Dakar, capital de Senegal, pero en aquellos tiempos la navegación aérea distaba de ser una ciencia exacta.
Con su hazaña Menéndez Peláez, nacido en la localidad asturiana de Santa Eulalia de Riveras en 1901, quiso rendir homenaje a sus compatriotas Barberán y Collar, héroes del aire que cubrieron la ruta Sevilla-Camaguey de un tirón de 39 horas en julio de 1933. El dúo de pilotos españoles desapareció a los pocos días mientras volaban el segmento La Habana-Ciudad de México.
Vencido el obstáculo acuático a lo largo de la menor distancia que separa Suramérica de África Menéndez enfiló la nariz del Lockbeed Vega rumbo a la capital andaluza a las ocho menos diez de la mañana del día 12 de febrero, pero una tormenta de arena en una extensa área del Occidente africano le obligó a tomar tierra en Cabo Juby, Río de Oro, a las cuatro de la tarde.
El avión de la Marina de Guerra Constitucional de Cuba y bautizado como Cuatro de Septiembre –fecha en 1933 de la primera asonada militar del entonces sargento taquígrafo Fulgencio Batista- tocó pista en Tablada a las cinco y 28 minutos (hora de Madrid) del día sanvalentinesco de 1936.
Había salvado las últimas mil 200 millas del periplo-homenaje en sólo siete horas, pero arribó casi asfixiado a causa del vendaval de arena que le azotó durante la segunda etapa intercontinental.
El aviador fue el héroe del día en un país que vivía las convulsiones políticas de la Segunda República, abocada a las elecciones parlamentarias del domingo 17 de febrero que darían el triunfo a la izquierda y abrirían el camino hacia la Guerra Civil.
Mientras en la ciudad del Betis se sucedían los ágapes al moderno Ícaro, el presidente cubano José A. Barnet firmaba el 15 de febrero el decreto de ascenso del piloto al grado de primer teniente del Cuerpo de Aviación y la concesión de las Órdenes al Mérito Militar y Naval, a ser impuestas en Palacio Presidencial al regreso del as.
Retrasado el vuelo Sevilla-Madrid a causa de condiciones climáticas por una parte y agitado ambiente político por la otra, el aeronauta aprovechaba el tiempo para cumplir con la agenda social propia de un famoso. El 18 de febrero fue agasajado en las bodegas de la casa Pedro Domecq, en Jerez de La Frontera, y al día siguiente visitó el monasterio de Huelva, sitio donde se detuvo el Almirante Cristóbal Colón en camino de otro salto trasatlántico, pero a la inversa y en carabela.
Menéndez que llevaba cartas autógrafas de Barnet para el presidente español Alcalá Zamora, llegó al fin al aeropuerto militar de Madrid a las 11 y 25 de la mañana del 21de febrero. Fue recibido allí por las primeras autoridades de la aviación nacional y trascendió la noticia de que el gobierno de España le concedía la Cruz Oficial de la Orden de la República.
De tal forma el piloto graduado en la academia Greal Airways, de Chicago, validaba sus palabras antes de lanzarse a la aventura: “Voy a hacer el viaje sin más compañía que mi entusiasmo y el afán de dejar bien colocado el pabellón cubano y el de las Fuerzas Armadas”.
El avión con nombre de madrugonazo militar estaba dotado de un motor Wasp de 523 caballos de fuerza y depósito para 450 galones de bencina. La velocidad crucero de 140 millas por hora era la más apropiada para realizar la empresa trasatlántica y la nave carecía de pontones para acuatizaje.
Las peripecias del vuelo en solitario comenzaron en la propia jornada inicial, cuando el proyectado aterrizaje en suelo venezolano en lugar de La Guaira (Maiquetía) sucedió, casi agotado el combustible y con muy visibilidad, en terrenos próximos a Puerto Cabello.
Tras realizar varios pases rasantes para espantar a las vacas que pastaban ajenas al acontecimiento, Menéndez realizó un aterrizaje de emergencia en un potrero cercano a Corentye, Guayana Inglesa, el 15 de enero. La necesidad de reparar la avería en el tanque de gasolina y aumentar la capacidad del depósito lo llevó a continuación a Port Spain, Trinidad, donde permaneció hasta el primero de febrero en esos menesteres, en los cuales contó con el auxilio del mecánico cubano teniente Gustavo Novo.
De la isla caribeña voló a la ciudad brasilera de Belem du Pará acompañado por Novo. El cinco de febrero llegó a Fortaleza, camino de Natal, de donde despegaría el 10 hacia los cielos de la gloria, mientras hacía currículum para la inmortalidad, que le estaría esperando en las riberas del río Cali en la mañana colombina del 29 de diciembre del año siguiente en medio del Vuelo Pro Faro de Colón.
sábado, 23 de febrero de 2008
Una cruzada cienfueguera por la crónica
Por Michel Contreras
La crónica es el punto G del cuerpo periodístico. Es la tecla que hay que
saber pulsar para sacarle orgasmos a la prensa. Es ese "corazón central" -y
cito a Borges- que "está intocado por el tiempo, por la alegría, por las
adversidades".
Hace solo unos días, Cienfuegos volvió a ser la capital cubana de la
crónica. Y allá se fueron varios de los buenos cultores del género,
debatieron conceptos, desnudaron sus particulares métodos de creación,
censuraron tendencias y alabaron aciertos. En su edición segunda, el evento que recuerda al relegado Miguel Ángel de
la Torre -ilustre pluma cienfueguera de comienzos del siglo pasado-, denotó
su premura por alcanzar la madurez y establecerse como un espacio
imprescindible en el contexto periodístico insular.
Profesionales de diversas provincias advirtieron sobre el grave peligro
que corre la crónica, maltratada de modo cotidiano por dedos groseros y
corazones zafios. Como bien dijo alguien, se trata de "personas incapaces de
conocer sus límites, las cuales enfrentan el desafío de la crónica con
lamentable desparpajo. Se sientan ante la computadora, hacen volar palomas,
hablan del cielo azul, y creen que resolvieron el problema de la creación".
Por eso hay que aplaudir la iniciativa de la delegación sureña de la Unión
de Periodistas de Cuba, que desde el año anterior convoca a este encuentro
que pretende salvar a la crónica, y del que sale espiritualmente enriquecido
cada uno de sus participantes.
Tres magníficos libros se lanzaron en medio del certamen. Crónicas raras y
otras redundancias, del impecable camagüeyano Enrique Milanés; Homo sapiens,
que combina el humor de dos estrellas del DDT, Ares y JAPE; y Con Judy en un
cine de La Habana, del maestro Luis Sexto.
Reunidos durante par de días, ponentes y auditorio compartieron sin pelos
en la lengua, tocaron llagas dolorosas como la complacencia, el
adoctrinamiento burdo, el didactismo, la frase hecha y el desatino de
ciertos editores, y disfrutaron la conferencia de la Doctora Miriam
Rodríguez Betancourt, profesora titular de la facultad de Comunicación
Social de la universidad capitalina.
En los últimos compases del encuentro, José Alejandro Rodríguez, uno de
los "toros sagrados" de la prensa nacional, dejó claro que aquí, en un país
de excelsa tradición de cronistas -Martí, Carpentier, Secades, el propio
Miguel Ángel de la Torre...- no podemos dejar morir al que denominó como "el
más humano de los géneros".
Vínculo insuperable entre literatura y periodismo, auténtica poesía cuando
detrás de ella hay una voz auténtica, la crónica merecía, desde hace
bastante, una cruzada redentora.
Ahora mismo, Cienfuegos es el hospitalito de la criatura.
(Publicada el 5 de octubre de 2006 en el blog Patria y Humanidad, del periodista cubano Luis sexto)
La crónica es el punto G del cuerpo periodístico. Es la tecla que hay que
saber pulsar para sacarle orgasmos a la prensa. Es ese "corazón central" -y
cito a Borges- que "está intocado por el tiempo, por la alegría, por las
adversidades".
Hace solo unos días, Cienfuegos volvió a ser la capital cubana de la
crónica. Y allá se fueron varios de los buenos cultores del género,
debatieron conceptos, desnudaron sus particulares métodos de creación,
censuraron tendencias y alabaron aciertos. En su edición segunda, el evento que recuerda al relegado Miguel Ángel de
la Torre -ilustre pluma cienfueguera de comienzos del siglo pasado-, denotó
su premura por alcanzar la madurez y establecerse como un espacio
imprescindible en el contexto periodístico insular.
Profesionales de diversas provincias advirtieron sobre el grave peligro
que corre la crónica, maltratada de modo cotidiano por dedos groseros y
corazones zafios. Como bien dijo alguien, se trata de "personas incapaces de
conocer sus límites, las cuales enfrentan el desafío de la crónica con
lamentable desparpajo. Se sientan ante la computadora, hacen volar palomas,
hablan del cielo azul, y creen que resolvieron el problema de la creación".
Por eso hay que aplaudir la iniciativa de la delegación sureña de la Unión
de Periodistas de Cuba, que desde el año anterior convoca a este encuentro
que pretende salvar a la crónica, y del que sale espiritualmente enriquecido
cada uno de sus participantes.
Tres magníficos libros se lanzaron en medio del certamen. Crónicas raras y
otras redundancias, del impecable camagüeyano Enrique Milanés; Homo sapiens,
que combina el humor de dos estrellas del DDT, Ares y JAPE; y Con Judy en un
cine de La Habana, del maestro Luis Sexto.
Reunidos durante par de días, ponentes y auditorio compartieron sin pelos
en la lengua, tocaron llagas dolorosas como la complacencia, el
adoctrinamiento burdo, el didactismo, la frase hecha y el desatino de
ciertos editores, y disfrutaron la conferencia de la Doctora Miriam
Rodríguez Betancourt, profesora titular de la facultad de Comunicación
Social de la universidad capitalina.
En los últimos compases del encuentro, José Alejandro Rodríguez, uno de
los "toros sagrados" de la prensa nacional, dejó claro que aquí, en un país
de excelsa tradición de cronistas -Martí, Carpentier, Secades, el propio
Miguel Ángel de la Torre...- no podemos dejar morir al que denominó como "el
más humano de los géneros".
Vínculo insuperable entre literatura y periodismo, auténtica poesía cuando
detrás de ella hay una voz auténtica, la crónica merecía, desde hace
bastante, una cruzada redentora.
Ahora mismo, Cienfuegos es el hospitalito de la criatura.
(Publicada el 5 de octubre de 2006 en el blog Patria y Humanidad, del periodista cubano Luis sexto)
Alcalde de Quito destaca futura colaboración con ciudad cubana
Francisco G. Navarro
Cienfuegos, Cuba, 19 feb (PL) El acalde metropolitano de la ciudad de Quito, general en retiro Paco Moncayo, destacó hoy las posibilidades de colaboración con esta ciudad del centro-sur de la Isla en el tema patrimonial.
En declaraciones a Prensa Latina el también copresidente de la Organización Mundial de Alcaldes resaltó que la capital de Ecuador tiene una relación muy cercana con las ciudades declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Quito fue la primera urbe del mundo, junto a la polaca de Cracovia, en recibir tal distinción, en septiembre de 1978, recordó.
Esa fue la razón por la que el gobierno capitalino de la nación sudamericana decidió firmar este lunes un pacto de hermanamiento con Cienfuegos, 250 kilómetros al sudeste de La Habana, que ostenta similar reconocimiento mundial desde julio de 2005.
Un tema importante para ambas ciudades resulta la colaboración en el asunto del patrimonio, pues en Quito tenemos una vieja tradición y muchos especialistas en el campo de la recuperación patrimonial, insistió Moncayo.
En el área médica hemos recabado mucha información que será muy útil para el sistema de salud de Quito. En ese campo ustedes pueden mostrarle a cualquier parte del mundo enormes logros, abundó al relacionar sus primeros contactos con las autoridades locales.
Hermanamiento quiere decir mucho más que proyectos concretos, resulta una aproximación que abre al futuro otras oportunidades de aprendizaje conjunto, conceptualizó tras recordar la existencia de otro pacto similar con la ciudad de La Habana desde 1995.
Interrogado acerca de su principal obra de gobierno Paco Moncayo explicó que de sus siete años y medio de gestión le enorgullece sobremanera haber abatido la marginalidad en el área metropolitana.
Al respecto señaló que en la actualidad los servicios básicos: agua potable, alcantarillado, electricidad y vías, alcanzan a todos los barrios de la capital ecuatoriana.
Añadió entre esos logros el rescate de los espacios públicos del centro histórico con la reubicación de unos siete mil vendedores en 11 centros comerciales populares con todas las condiciones para ejercer su trabajo con dignidad.
Hace siete años llegaban a Quito 140 mil turistas por año y sólo de paso para ir las Islas Galápagos o la Amazonía, mientras ahora suman 490 mil, pero se quedan un promedio de tres noches en la capital. El turismo da mucho empleo y reparte bien los ingresos, concluyó Moncayo.
lma/fgn
PL-78
Cienfuegos, Cuba, 19 feb (PL) El acalde metropolitano de la ciudad de Quito, general en retiro Paco Moncayo, destacó hoy las posibilidades de colaboración con esta ciudad del centro-sur de la Isla en el tema patrimonial.
En declaraciones a Prensa Latina el también copresidente de la Organización Mundial de Alcaldes resaltó que la capital de Ecuador tiene una relación muy cercana con las ciudades declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Quito fue la primera urbe del mundo, junto a la polaca de Cracovia, en recibir tal distinción, en septiembre de 1978, recordó.
Esa fue la razón por la que el gobierno capitalino de la nación sudamericana decidió firmar este lunes un pacto de hermanamiento con Cienfuegos, 250 kilómetros al sudeste de La Habana, que ostenta similar reconocimiento mundial desde julio de 2005.
Un tema importante para ambas ciudades resulta la colaboración en el asunto del patrimonio, pues en Quito tenemos una vieja tradición y muchos especialistas en el campo de la recuperación patrimonial, insistió Moncayo.
En el área médica hemos recabado mucha información que será muy útil para el sistema de salud de Quito. En ese campo ustedes pueden mostrarle a cualquier parte del mundo enormes logros, abundó al relacionar sus primeros contactos con las autoridades locales.
Hermanamiento quiere decir mucho más que proyectos concretos, resulta una aproximación que abre al futuro otras oportunidades de aprendizaje conjunto, conceptualizó tras recordar la existencia de otro pacto similar con la ciudad de La Habana desde 1995.
Interrogado acerca de su principal obra de gobierno Paco Moncayo explicó que de sus siete años y medio de gestión le enorgullece sobremanera haber abatido la marginalidad en el área metropolitana.
Al respecto señaló que en la actualidad los servicios básicos: agua potable, alcantarillado, electricidad y vías, alcanzan a todos los barrios de la capital ecuatoriana.
Añadió entre esos logros el rescate de los espacios públicos del centro histórico con la reubicación de unos siete mil vendedores en 11 centros comerciales populares con todas las condiciones para ejercer su trabajo con dignidad.
Hace siete años llegaban a Quito 140 mil turistas por año y sólo de paso para ir las Islas Galápagos o la Amazonía, mientras ahora suman 490 mil, pero se quedan un promedio de tres noches en la capital. El turismo da mucho empleo y reparte bien los ingresos, concluyó Moncayo.
lma/fgn
PL-78
Hermanadas ciudad cubana de Cienfuegos y capital ecuatoriana
Cienfuegos, Cuba, 18 feb (PL) El pacto de hermanamiento entre esta ciudad del centro-sur de la Isla y Quito, capital de Ecuador, fue firmado hoy aquí por sus respectivos alcaldes, Alberto Posada y el general (r) Paco Moncayo.
Ambas urbes tienen en común el hecho de haber sido declaradas como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Quito y la polaca Cracovia fueron las dos primeras de la lista, en septiembre de 1978, mientras el centro histórico de Cienfuegos se sumó en julio de 2005.
El alcalde metropolitano de Quito expresó al finalizar el acto protocolar su confianza en que el pacto permita integrar los esfuerzos de dos comunidades vitales para emprender juntas proyectos de mutuo beneficio.
Comentó la satisfacción por sus visitas este lunes a la refinería de petróleo de la empresa mixta cubano venezolana PDV-CUPET,S.A. y la facultad de medicina de esta ciudad, 250 kilómetros al sudeste de La Habana.
A la primera la calificó como proyecto admirable y piedra angular del futuro polo petroquímico de Cienfuegos, del cual destacó la significación que tendrá para el desarrollo económico de la zona, del país y la de la cuenca caribeña.
En el centro de altos estudios de la salud experimentó la alegría de encontrarse con futuros médicos de su país y su ciudad, y luego señaló que proyectos de este tipo son los que traducen de manera efectiva las ansias de integración de los pueblos latinoamericanos.
Moncayo concluyó asegurando que “el acercamiento entre ciudades hermanas por su naturaleza cultural contribuye a construir el futuro de grandeza que vaticinaron los grandes de nuestras patrias”.
Alberto Posada, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Cienfuegos, indicó que la firma del documento resulta una muestra del valor que aún tienen la amistad y la solidaridad en el mundo contemporáneo.
pgh/fgn
PL-263
Ambas urbes tienen en común el hecho de haber sido declaradas como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Quito y la polaca Cracovia fueron las dos primeras de la lista, en septiembre de 1978, mientras el centro histórico de Cienfuegos se sumó en julio de 2005.
El alcalde metropolitano de Quito expresó al finalizar el acto protocolar su confianza en que el pacto permita integrar los esfuerzos de dos comunidades vitales para emprender juntas proyectos de mutuo beneficio.
Comentó la satisfacción por sus visitas este lunes a la refinería de petróleo de la empresa mixta cubano venezolana PDV-CUPET,S.A. y la facultad de medicina de esta ciudad, 250 kilómetros al sudeste de La Habana.
A la primera la calificó como proyecto admirable y piedra angular del futuro polo petroquímico de Cienfuegos, del cual destacó la significación que tendrá para el desarrollo económico de la zona, del país y la de la cuenca caribeña.
En el centro de altos estudios de la salud experimentó la alegría de encontrarse con futuros médicos de su país y su ciudad, y luego señaló que proyectos de este tipo son los que traducen de manera efectiva las ansias de integración de los pueblos latinoamericanos.
Moncayo concluyó asegurando que “el acercamiento entre ciudades hermanas por su naturaleza cultural contribuye a construir el futuro de grandeza que vaticinaron los grandes de nuestras patrias”.
Alberto Posada, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Cienfuegos, indicó que la firma del documento resulta una muestra del valor que aún tienen la amistad y la solidaridad en el mundo contemporáneo.
pgh/fgn
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La explosión de Mayo
El señor José Mayo comprobaba en su libro de cuentas la anotación de las dos cajas de clorato de potasa y otras dos de aceite de mirbano que esa misma mañana del primero de febrero de 1913 había enviado para Arriete, a consignación del mister Allen, el americano que explotaba las canteras aledañas al barrio de reciente creación ferroviaria. Antes de cerrar el cuaderno le echó un vistazo a la página anterior y se cercioró del registro de los 25 cuñetes de clorato que la víspera había sacado de la Aduana.
Mientras el dueño de la ferretería que hacía esquina en Santa Clara y Santa Isabel se afanaba con haberes y débitos las campanas de la Catedral ya habían marcado la una y media de la tarde de aquel sábado con que se estrenaba febrero, y en un rincón del pañol Tomás Pasos, El Chino para sus conocidos, sin reparar en su analfabetismo químico comenzaba a preparar la alquimia de la muerte.
En ese ínterin llegó a la ferretería don Eduardo Benet, secretario que era del Ayuntamiento. Estaba comprando pintura y lo atendía el propio dueño cuando observó un poco de humo que salía del interior del establecimiento, hecho que señaló a Mayo, quien llevándose las manos a la cabeza exclamó: ¡Estamos perdidos!
La explosión fue tan bárbara que en el Castillo de Jagua hubo decenas de oídos receptores. Aunque la atribuyeron a un barreno para ahondar las aguas del cercano Caletón de Don Bruno. En la ciudad, Radio Bemba la ubicó en primera instancia dentro de un buque surto en bahía y luego la relacionó con una bomba puesta en el Ayuntamiento, que el terrorismo no es invento reciente.
Como tocada por una fuerza divina y castigadora, en instantes lo que había sido la ferretería de Mayo fue un amasijo de escombros y una hoguera voraz al mismo tiempo. Entre las ruinas ardían algunos de los cuerpos de mujeres, niñas y hombres atrapados por el bélico contacto del clorato y el aceite malditos.
Una decena de muertos fue el peor saldo del delito de imprudencia temeraria por el cual el señor José Mayo Garrido debería responder luego ante la justicia de los hombres. Pero tal comparecencia demoraría porque el ferretero fue sacado inconciente de aquella sede provisional del Infierno.
La lista de difuntos la encabeza la señora Amparo Casanova de Mayo y las niñas Amparito y Balbina Mayo Casanova. La engrosan Trina Rojas, cocinera de los Mayo, el referido Chino Pasos y el adolescente Perfecto Núñez, dependientes ambos del negocio siniestrado; Francisco Urquiza, mensajero de la oficina del aledaño Cable Inglés; el comisionista Pedro Ruiz y sus esposa y el señor José Loyola, cobrador de Ruiz, en cuyo reloj de bolsillo Roskoff, de la habanera casa Cuervo y Sobrinos, las manecillas se detuvieron para siempre a falta de 20 minutos para las dos de la tarde del infausto sábado.
Los primeros reportes situaron en cerca de 80 los heridos, aunque finalmente la cifra adelgazara. Entre los reportados de graves figuraron los místeres Robert Edgar, H. Food, H. Brandley y A.C. Butt, jefe de oficina el primero y el resto empelados del Cable. El francés Daniel Mousanto completó la relación de extranjeros lesionados.
La prensa local sufrió la explosión en carne propia al ser destruida la imprenta del diario El Republicano. Igual suerte corrieron la oficina de comisiones del difunto Ruiz, la casa de la familia de Andrés Herreros, y la oficina de míster Albert Sasso, quien fue lanzado a la calle desde el asiento donde se encontraba sin sufrir daño alguno. A lo mejor con posteridad fue conocido como el hombre-goma. Pero no tengo el dato.
En la categoría de perjudicadas clasificaron las casas de Santa Clara 156, propiedad de la familia Meruelos y desocupada a la fecha, la del tenedor de libros Jaime Fernández, la de Nicolás Castaño y Padilla y la de Federico de Mazarredo, situada al lado del Cable. También la oficina de Eduardo Mazarredo, que debió ser apuntalada.
El acápite de Otros daños reflejó luego del macabro conteo la casa armadora de vapores de Odriazola y Cía, la fonda El Universo, oficina de Otero y Bacallao, almacenes de víveres de Sánchez, Vital y Cía y Santander, la botica del doctor Figueroa, al sede del Banco español-Banco nacional y el almacén de La Ceiba, donde la onda expansiva dobló una puerta de hierro.
La rápida actuación de los bomberos que conectaron sus mangueras a las cajas de agua del acueducto del Hanabanilla evitó que ardiera toda la manzana. A las cuatro de la tarde tenían el fuego localizado, como se decía entonces. Como uno más trabajó en la extinción del siniestro el señor Ceferino Méndez y Aguirre, un antiguo bombero a quien le quedaban poco más de dos meses en el sillón de Alcalde Municipal de Cienfuegos.
En las labores de salvamento destacaron el capitán de la Policía Pedro Olascoaga y el teniente Pineda, de la Guardia Rural. También el vigilante Gumersindo López, quien con ayuda del señor Félix Ballina sacó de la casa al señor Mayo y a una niña que milagrosamente no recibió lesión alguna, sin que la crónica epocal aclare si se trataba de otra hija del desgraciado matrimonio Mayo Casanova.
Quien si se salvó fue el pequeño Pepito Mayo que al momento de la fatídica manipulación del Chino Pasos jugaba a la pelota en Santa Clara y San Luis. Un poco de menos suerte le correspondió a Juan Simón, sobrecargo del vapor Antinógenes, herido por una piedra en la cabeza mientras aguardaba para hacer una gestión en el patio de la oficina de Odriazola y Cía. Y el secretario municipal, el señor Benet, a quien su velocidad de pensamiento y de piernas le salvó el pellejo. Ya compararía la pintura en otro sitio.
Rápido también anduvo el fotógrafo Emilio Sánchez, no en el resguardo del físico, sino con el dedo en el obturador. Sacó tres vistas del siniestro, las cuales a las cinco de la tarde ya estaban expuestas al público en la vidriera del estudio del señor Otero, en la calle de San Carlos.
La Correspondencia envió las instantáneas a sus grabadores, pero esas técnicas parece que andaban en pañales por aquellos tiempos, pues el vespertino de Cándido Díaz y Florencio Velis, no publicó las fotos –junto con las del entierro de las víctimas- hasta su edición del día siete.
El propio diario que andaba ya para cumplir sus 15 años colocó una pizarra al público en la cual actualizaba el número de víctimas. La oncena con carácter fatal fue reportada como indirecta. Marino Coimbra, un viejo conspirador de los tiempos de guerra del 95 que vivía en la propia manzana del estallido, murió a la medianoche. Su miocardio enfermo no resistió tan fuerte emoción.
Durante varias ediciones posteriores los periódicos dieron voz a especialistas en química y explosivos en su afán de poner a sus lectores en condiciones de discernir las causas del siniestro. La mayoría coincidió en señalar como mejunje mortal que formaban el clorato de potasio más el aceite de mirbano. Rack de rock (romperocas) le llaman los gringos a aquella especie de dinamita.
El suceso sería además caso del derecho internacional cuando a los pocos días el Ministro de Su Majestad Británica reclamara ante el Gobierno de La Habana por daños y perjuicios en la oficina del cable, propiedad de The Cuban Submarine Telegrafh Limited.
Mientras el dueño de la ferretería que hacía esquina en Santa Clara y Santa Isabel se afanaba con haberes y débitos las campanas de la Catedral ya habían marcado la una y media de la tarde de aquel sábado con que se estrenaba febrero, y en un rincón del pañol Tomás Pasos, El Chino para sus conocidos, sin reparar en su analfabetismo químico comenzaba a preparar la alquimia de la muerte.
En ese ínterin llegó a la ferretería don Eduardo Benet, secretario que era del Ayuntamiento. Estaba comprando pintura y lo atendía el propio dueño cuando observó un poco de humo que salía del interior del establecimiento, hecho que señaló a Mayo, quien llevándose las manos a la cabeza exclamó: ¡Estamos perdidos!
La explosión fue tan bárbara que en el Castillo de Jagua hubo decenas de oídos receptores. Aunque la atribuyeron a un barreno para ahondar las aguas del cercano Caletón de Don Bruno. En la ciudad, Radio Bemba la ubicó en primera instancia dentro de un buque surto en bahía y luego la relacionó con una bomba puesta en el Ayuntamiento, que el terrorismo no es invento reciente.
Como tocada por una fuerza divina y castigadora, en instantes lo que había sido la ferretería de Mayo fue un amasijo de escombros y una hoguera voraz al mismo tiempo. Entre las ruinas ardían algunos de los cuerpos de mujeres, niñas y hombres atrapados por el bélico contacto del clorato y el aceite malditos.
Una decena de muertos fue el peor saldo del delito de imprudencia temeraria por el cual el señor José Mayo Garrido debería responder luego ante la justicia de los hombres. Pero tal comparecencia demoraría porque el ferretero fue sacado inconciente de aquella sede provisional del Infierno.
La lista de difuntos la encabeza la señora Amparo Casanova de Mayo y las niñas Amparito y Balbina Mayo Casanova. La engrosan Trina Rojas, cocinera de los Mayo, el referido Chino Pasos y el adolescente Perfecto Núñez, dependientes ambos del negocio siniestrado; Francisco Urquiza, mensajero de la oficina del aledaño Cable Inglés; el comisionista Pedro Ruiz y sus esposa y el señor José Loyola, cobrador de Ruiz, en cuyo reloj de bolsillo Roskoff, de la habanera casa Cuervo y Sobrinos, las manecillas se detuvieron para siempre a falta de 20 minutos para las dos de la tarde del infausto sábado.
Los primeros reportes situaron en cerca de 80 los heridos, aunque finalmente la cifra adelgazara. Entre los reportados de graves figuraron los místeres Robert Edgar, H. Food, H. Brandley y A.C. Butt, jefe de oficina el primero y el resto empelados del Cable. El francés Daniel Mousanto completó la relación de extranjeros lesionados.
La prensa local sufrió la explosión en carne propia al ser destruida la imprenta del diario El Republicano. Igual suerte corrieron la oficina de comisiones del difunto Ruiz, la casa de la familia de Andrés Herreros, y la oficina de míster Albert Sasso, quien fue lanzado a la calle desde el asiento donde se encontraba sin sufrir daño alguno. A lo mejor con posteridad fue conocido como el hombre-goma. Pero no tengo el dato.
En la categoría de perjudicadas clasificaron las casas de Santa Clara 156, propiedad de la familia Meruelos y desocupada a la fecha, la del tenedor de libros Jaime Fernández, la de Nicolás Castaño y Padilla y la de Federico de Mazarredo, situada al lado del Cable. También la oficina de Eduardo Mazarredo, que debió ser apuntalada.
El acápite de Otros daños reflejó luego del macabro conteo la casa armadora de vapores de Odriazola y Cía, la fonda El Universo, oficina de Otero y Bacallao, almacenes de víveres de Sánchez, Vital y Cía y Santander, la botica del doctor Figueroa, al sede del Banco español-Banco nacional y el almacén de La Ceiba, donde la onda expansiva dobló una puerta de hierro.
La rápida actuación de los bomberos que conectaron sus mangueras a las cajas de agua del acueducto del Hanabanilla evitó que ardiera toda la manzana. A las cuatro de la tarde tenían el fuego localizado, como se decía entonces. Como uno más trabajó en la extinción del siniestro el señor Ceferino Méndez y Aguirre, un antiguo bombero a quien le quedaban poco más de dos meses en el sillón de Alcalde Municipal de Cienfuegos.
En las labores de salvamento destacaron el capitán de la Policía Pedro Olascoaga y el teniente Pineda, de la Guardia Rural. También el vigilante Gumersindo López, quien con ayuda del señor Félix Ballina sacó de la casa al señor Mayo y a una niña que milagrosamente no recibió lesión alguna, sin que la crónica epocal aclare si se trataba de otra hija del desgraciado matrimonio Mayo Casanova.
Quien si se salvó fue el pequeño Pepito Mayo que al momento de la fatídica manipulación del Chino Pasos jugaba a la pelota en Santa Clara y San Luis. Un poco de menos suerte le correspondió a Juan Simón, sobrecargo del vapor Antinógenes, herido por una piedra en la cabeza mientras aguardaba para hacer una gestión en el patio de la oficina de Odriazola y Cía. Y el secretario municipal, el señor Benet, a quien su velocidad de pensamiento y de piernas le salvó el pellejo. Ya compararía la pintura en otro sitio.
Rápido también anduvo el fotógrafo Emilio Sánchez, no en el resguardo del físico, sino con el dedo en el obturador. Sacó tres vistas del siniestro, las cuales a las cinco de la tarde ya estaban expuestas al público en la vidriera del estudio del señor Otero, en la calle de San Carlos.
La Correspondencia envió las instantáneas a sus grabadores, pero esas técnicas parece que andaban en pañales por aquellos tiempos, pues el vespertino de Cándido Díaz y Florencio Velis, no publicó las fotos –junto con las del entierro de las víctimas- hasta su edición del día siete.
El propio diario que andaba ya para cumplir sus 15 años colocó una pizarra al público en la cual actualizaba el número de víctimas. La oncena con carácter fatal fue reportada como indirecta. Marino Coimbra, un viejo conspirador de los tiempos de guerra del 95 que vivía en la propia manzana del estallido, murió a la medianoche. Su miocardio enfermo no resistió tan fuerte emoción.
Durante varias ediciones posteriores los periódicos dieron voz a especialistas en química y explosivos en su afán de poner a sus lectores en condiciones de discernir las causas del siniestro. La mayoría coincidió en señalar como mejunje mortal que formaban el clorato de potasio más el aceite de mirbano. Rack de rock (romperocas) le llaman los gringos a aquella especie de dinamita.
El suceso sería además caso del derecho internacional cuando a los pocos días el Ministro de Su Majestad Británica reclamara ante el Gobierno de La Habana por daños y perjuicios en la oficina del cable, propiedad de The Cuban Submarine Telegrafh Limited.
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Los restos del Fundador
Va para casi medio siglo que los huesos del Fundador de Cienfuegos esperan por su cristiana segunda sepultura.
La arqueta construida con madera de castaño que contiene los restos del Brigadier de Infantería Don Luis de Clouet y Piettre permanece en el almacén del Museo Provincial, institución que atesora la osamenta desde su fundación en noviembre de 1982.
El único testimonio biológico de la existencia del emprendedor que diera vida a la colonia Fernandina de Jagua, el 22 de abril de 1819, arribó a Cienfuegos a las diez en punto de la mañana del domingo 4 de agosto de 1958. La nave de Cubana de Aviación que los transportó desde La Habana aterrizó en el aeropuerto Jaime González con puntualidad germánica, pero antes el capitán José F. Mato sobrevoló la ciudad por espacio de cinco minutos, oportunidad para que el espíritu volante del precursor observara su mayor obra terrenal desde el límpido cielo de Jagua.
En la losa del aeródromo local las principales autoridades municipales y eclesiásticas cienfuegueras recibieron la arqueta funeraria enviada por el Ayuntamiento de la ciudad española de Córdoba, donde expirara el viejo De Cluet, a causa de una pleuresía, el 16 de junio de 1848.
La iniciativa de traer a su ciudad los restos del Fundador fue expuesta por Bienvenido Rumbaut, presidente del Ateneo de Cienfuegos, el 22 de abril de 1956 en ocasión de las celebraciones por el aniversario 137 del nacimiento de la colonia original.
Secundada por el alcalde de la ciudad, doctor Reinaldo Pino Varas, la idea de la institución cultural tomó cuerpo dos veranos más tarde, auxiliada por la coyuntura de un viaje de vacaciones a la Península del industrial cienfueguero Manuel González Díaz , quien presentó la solicitud del traslado de los huesos patrimoniales ante el alcalde cordobés, Antonio Cruz Conde y Conde.
El regidor principal de la ciudad andaluza autorizó la exhumación de los restos que José María Rey y Díaz, cronista de Córdoba y jefe del Archivo Municipal hizo constar que estaban enterrados en el nicho número 84 del cementerio de Nuestra Señora de La Salud. Así lo atestiguaba la partida de defunción que obraba en el archivo de la parroquia de san Francisco y san Eulogio, folio 187 vto del Libro IX de Defunciones, registrada el 16 de junio de 1848.
La reseña que del homenaje de Cienfuegos a las reliquias orgánicas realizaron tanto La Correspondencia como El Comercio precisa que la urna maderable ribeteada con herrajes dorados fue colocada sobre un armón militar y a los acordes de la pieza fúnebre El Ciprés, interpretada por la Banda Municipal, se inició el cortejo desde la pista del Jaime González.
En la esquina de Colón y Tacón comenzó el desfile público, que luego enrumbó por Prado y después tomó San Carlos para acceder al parque Martí. Una vez allí, en la Roseta del Ateneo, que marca el sitio exacto del acto fundacional, el poeta Florentino Morales, a la sazón vicepresidente del Ateneo, leyó los documentos oficiales expedidos por la alcaldía cordobesa.
A continuación el alcalde Pino Varas pronunció la alocución gubernativa por el acontecimiento. La custodia de los restos le pertenecería al Ateneo de Cienfuegos hasta que estuviera terminado el monumento funerario que por cuestación popular sería erigido en honor al Fundador.
Los actos concluyeron al filo del mediodía dominical con las exequias celebradas por el Obispo de Cienfuegos, monseñor Eduardo Martínez Dalmau, en la Catedral de la Purísima Concepción. La urna fue colocada ante el altar mayor en un túmulo rodeado de seis candelabros, obra artística realizada por la funeraria Pujol y dirigida en persona por su propietario, Juan Antonio Pujol.
En el templo permaneció la osamenta por unos días hasta que fue colocada en una bóveda del banco Trust Company of Cuba, sito en San Carlos, esquina a De Clouet.
Sobre la localización del futuro mausoleo existían varias propuestas, las principales lo situaban en el patio del Ayuntamiento o en áreas del parque Martí. El periodista Roberto González, jefe de redacción de El Comercio, abogó por colocarlo en Prado, entre Castillo y Colón.
Los planes del Ateneo apuntaban a realizar la ceremonia el 22 de abril del siguiente año cuando la ciudad cumpliera 140. Pero 112 días antes el país asistió a un cambio tan trascendental que los nuevos tiempos signaron otras prioridades.
Sin el concurso emprendedor de aquel militar nacido en Nueva Orleáns el 8 de febrero de 1766 Cienfuegos no sería Cienfuegos. Verdad más cierta que el sol. Ya va siendo hora de que la ciudad cumpla con el postrer homenaje que le debe a quien la procreó bajo la sombra de una majagua inmemorial, con el testimonio irrefutable de un acta, la sangre de un palomo y el vuelo de una paloma.
La arqueta construida con madera de castaño que contiene los restos del Brigadier de Infantería Don Luis de Clouet y Piettre permanece en el almacén del Museo Provincial, institución que atesora la osamenta desde su fundación en noviembre de 1982.
El único testimonio biológico de la existencia del emprendedor que diera vida a la colonia Fernandina de Jagua, el 22 de abril de 1819, arribó a Cienfuegos a las diez en punto de la mañana del domingo 4 de agosto de 1958. La nave de Cubana de Aviación que los transportó desde La Habana aterrizó en el aeropuerto Jaime González con puntualidad germánica, pero antes el capitán José F. Mato sobrevoló la ciudad por espacio de cinco minutos, oportunidad para que el espíritu volante del precursor observara su mayor obra terrenal desde el límpido cielo de Jagua.
En la losa del aeródromo local las principales autoridades municipales y eclesiásticas cienfuegueras recibieron la arqueta funeraria enviada por el Ayuntamiento de la ciudad española de Córdoba, donde expirara el viejo De Cluet, a causa de una pleuresía, el 16 de junio de 1848.
La iniciativa de traer a su ciudad los restos del Fundador fue expuesta por Bienvenido Rumbaut, presidente del Ateneo de Cienfuegos, el 22 de abril de 1956 en ocasión de las celebraciones por el aniversario 137 del nacimiento de la colonia original.
Secundada por el alcalde de la ciudad, doctor Reinaldo Pino Varas, la idea de la institución cultural tomó cuerpo dos veranos más tarde, auxiliada por la coyuntura de un viaje de vacaciones a la Península del industrial cienfueguero Manuel González Díaz , quien presentó la solicitud del traslado de los huesos patrimoniales ante el alcalde cordobés, Antonio Cruz Conde y Conde.
El regidor principal de la ciudad andaluza autorizó la exhumación de los restos que José María Rey y Díaz, cronista de Córdoba y jefe del Archivo Municipal hizo constar que estaban enterrados en el nicho número 84 del cementerio de Nuestra Señora de La Salud. Así lo atestiguaba la partida de defunción que obraba en el archivo de la parroquia de san Francisco y san Eulogio, folio 187 vto del Libro IX de Defunciones, registrada el 16 de junio de 1848.
La reseña que del homenaje de Cienfuegos a las reliquias orgánicas realizaron tanto La Correspondencia como El Comercio precisa que la urna maderable ribeteada con herrajes dorados fue colocada sobre un armón militar y a los acordes de la pieza fúnebre El Ciprés, interpretada por la Banda Municipal, se inició el cortejo desde la pista del Jaime González.
En la esquina de Colón y Tacón comenzó el desfile público, que luego enrumbó por Prado y después tomó San Carlos para acceder al parque Martí. Una vez allí, en la Roseta del Ateneo, que marca el sitio exacto del acto fundacional, el poeta Florentino Morales, a la sazón vicepresidente del Ateneo, leyó los documentos oficiales expedidos por la alcaldía cordobesa.
A continuación el alcalde Pino Varas pronunció la alocución gubernativa por el acontecimiento. La custodia de los restos le pertenecería al Ateneo de Cienfuegos hasta que estuviera terminado el monumento funerario que por cuestación popular sería erigido en honor al Fundador.
Los actos concluyeron al filo del mediodía dominical con las exequias celebradas por el Obispo de Cienfuegos, monseñor Eduardo Martínez Dalmau, en la Catedral de la Purísima Concepción. La urna fue colocada ante el altar mayor en un túmulo rodeado de seis candelabros, obra artística realizada por la funeraria Pujol y dirigida en persona por su propietario, Juan Antonio Pujol.
En el templo permaneció la osamenta por unos días hasta que fue colocada en una bóveda del banco Trust Company of Cuba, sito en San Carlos, esquina a De Clouet.
Sobre la localización del futuro mausoleo existían varias propuestas, las principales lo situaban en el patio del Ayuntamiento o en áreas del parque Martí. El periodista Roberto González, jefe de redacción de El Comercio, abogó por colocarlo en Prado, entre Castillo y Colón.
Los planes del Ateneo apuntaban a realizar la ceremonia el 22 de abril del siguiente año cuando la ciudad cumpliera 140. Pero 112 días antes el país asistió a un cambio tan trascendental que los nuevos tiempos signaron otras prioridades.
Sin el concurso emprendedor de aquel militar nacido en Nueva Orleáns el 8 de febrero de 1766 Cienfuegos no sería Cienfuegos. Verdad más cierta que el sol. Ya va siendo hora de que la ciudad cumpla con el postrer homenaje que le debe a quien la procreó bajo la sombra de una majagua inmemorial, con el testimonio irrefutable de un acta, la sangre de un palomo y el vuelo de una paloma.
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