martes, 30 de diciembre de 2008
Primer tren a La Gloria
El primero de junio de 1913 fue en Cienfuegos uno de esos domingos en que hay tiempo de hacer cualquier cosa, menos aburrirse. Tan así que el estreno de la estación ferroviaria de la calle Gloria coincidió con una exhibición aérea de Domingo Rosillo, uno de los tres ases pioneros de la aviación cubana.
Pocos minutos después de la siete de la mañana entró en agujas el primer tren procedente de la capital de la república, en el cual arribó a la nueva estación ferroviaria de la ciudad una comisión de los Ferrocarriles Unidos de La Habana y Almacenes de Regla, Co. Lmted. Para la ocasión vinieron a la Perla del Sur Mr. Walter, primer auxiliar de administración, y Mr. Hasley, superintendente de Tráfico. Roberto M. Orr, administrador general de la Compañía se excusó, pues pronto debía viajar a Inglaterra.
Al recibimiento del convoy inaugural asistieron las principales autoridades cienfuegueras: el alcalde Juan Florencio Guerra; el presidente del Ayuntamiento, Pedro Sorá; y el jefe de la Policía, José Don.
El tren con destino a Sagua la Grande, que combinaba con el de Santa Clara, ese día dejó de salir de la estación de Arango y San Fernando para inscribirse en la historia como el primero con origen en Gloria y Santa Cruz.
Su partida a las ocho de la mañana quedaría registrada también en las crónicas de la ciudad por un sino fatal. En uno de sus coches tomo pasaje Domingo Campos, el ex policía municipal que la noche del 11 de abril del propio año había matado al alcalde de Cienfuegos, Ceferino “Nene” Méndez, en la esquina de Argüelles y Bouyón. La Policía de la ciudad lo entregó en el andén a la Guardia Rural, encargada de conducirlo a Santa Clara, donde debía comparecer ante la Audiencia Provincial.
Como sucedía siempre en tales circunstancias el hotel Unión sirvió el banquete de agasajo del Alcalde a la comisión de los Unidos, en el cual también hubo cubiertos para empleados de la Cuban Central, otra compañía ferroviaria, de capital inglés.
Si la mañana fue el tiempo de los trenes, la tarde dominical estuvo reservada a la aviación, el último grito de la moda en materia de locomoción. Domingo Rosillo, el protagonista de la primera travesía aérea sobre el Estrecho de la Florida, deleitó a los cienfuegueros con par de vuelos desde la improvisada pista del beisbolero Hipódromo. El primero, de circunvalación, duró seis minutos y medio, y el segundo fue una prueba de altura que se alargó cuatro minutos más. Por la noche el émulo de Ícaro también tuvo su banquete en el propio hotel de De Clouet y San Fernando.
El acto oficial de inauguración de la terminal ferroviaria ocurrió esa noche, amenizado por la Banda Municipal y con una asistencia calculada en cuatro mil personas. “No se cabía en la estación, no obstante estar tan lejos del centro de la ciudad”, escribía un reporter de El Comercio.
“La Comisión de los Ferrocarriles Unidos estuvo muy obsequiosa”, narraría La Correspondencia al dar cuenta del reparto a manos llenas de champagne y tabacos.
Tras la celebración partía, con exactitud inglesa, a las diez en punto, el primer tren con destino a La Habana.
Esa misma noche salía desde la capitalina Estación Central, inaugurada a finales del año anterior, el primer tren oficial de pasajeros de la nueva ruta a Cienfuegos. Míster Orr también fue generoso con el champagne del brindis de apertura.
Julio Andrade compró el boletín marcado con el número cero y A. Deswuile, el uno. El cuatro correspondió a Federico Laredo Bru, el abogado villareño que por entonces había echado raíces en Cienfuegos y luego sería presidente de la República. La locomotora marcada con el número 459 llevaba a Francisco Soler de maquinista y Ramón Bravo de conductor. Completaban el convoy el coche dormitorio Yumurí –en la cola-, un vagón de primera, dos de tercera y uno de equipaje.
Noventa y cinco años después de su inauguración, la Estación de la calle Gloria sigue siendo el punto de referencia del ferrocarril en Cienfuegos. Sobre todo tras la lamentable demolición de la llamada terminal de cargas de la calle Arango, otra herida insanable en la piel de la ciudad Patrimonio de la Humanidad.
La instalación edificada por los Unidos en terrenos comprados a Rafael Pérez Morales por seis mil dólares fue la sexta en la historia ferroviaria de Cienfuegos, iniciada el 21 de octubre de 1851 con la apertura del primer tramo de paralelas que comenzaba a enlazar la antigua Fernandina con la comarca azucarera al nordeste de la población.
Nota: El autor agradece la colaboración de Manuel Díaz Ceballos, historiador cienfueguero del ferrocarril. El tema merece que esta columna regrese en el futuro a su atención.
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viernes, 31 de octubre de 2008
LA CORRESPONDENCIA: Templo del periodismo cienfueguero
31 de Octubre (1898-2008) Aniversario 110 del peridódico La Correspondencia
El embrión de La Correspondencia debió ser fecundado en el café El Centro Mercantil, un establecimiento en la esquina de De Clouet con Santa Clara que se daba el lujo de tener un falso techo de cristal. Y del cual hoy superviven a duras penas el letrero identificativo empotrado en la pared y algunos fantasmas acosados por el humo.
Discurría el año 1898 por su segunda mitad y a Cienfuegos la guerra casi terminada le reservaba una página especial. Sabiéndose en minoría el brigadier Bates, jefe de las tropas interventoras gringas, solicitó a al general español Jiménez de Castellanos que mantuviera el patrullaje de la ciudad. El Ejercito Libertador acampaba en los alrededores, a la espera de que saliera el último soldado colonialista de la Isla. La evacuación no se consumaría hasta el 5 de febrero siguiente, cuando el vapor Cataluña zarpó de Jagua llevando a bordo la imagen de la derrota definitiva de España en América.
En torno a una mesa de la cafetería propiedad de José Velis solían reunirse su hermano Florencio y el asturiano Cándido Díaz, dos mozalbetes de 19 años. Es de suponer cual sería el tema central de aquellos diálogos, pues el lunes 31 de octubre editaron el primer número del periódico en un local de la calle De Clouet, número 32, en los altos de Las Cienfuegueras.
Defender los intereses del elemento español que permanecería en la ciudad tras el cambio de poderes fue la razón que animó a los fundadores de la empresa editorial, a quienes se sumó también Francisco Diego Madrazo, un santanderino con inclinaciones hacia las letras, pero más hombre de negocios que de redacciones.
La última mañana de aquel octubre cuajado de incertidumbres políticas, a falta de 41 días para que Washington y Madrid negociaran sin La Habana en París el armisticio de paz, el joven Tomás Salazar voceó en los alrededores del Parque Central la edición número Uno del nuevo diario cienfueguero.
Con cuatro planas confeccionadas a mano y anuncios contratados a la buena fe de industriales y comerciantes locales, inició su andadura aquel órgano de prensa que en los 65 años posteriores sería referencia obligada del periodismo cubano, sobre todo del realizado fuera de la capital.
Obdulio García, quien fuera una pluma de referencia en el matutino cienfueguero que se consideraba el Vice decano de la prensa cubana, caracterizaría en ocasión de las Bodas de Plata las circunstancias del nacimiento de La Correspondencia. “Don Cándido, un español hidalgo, y Don Florencio, un cubano patriota, concibieron la idea de fundar un diario para propender con alteza de miras a estrechar los lazos entre ambas comunidades, inspiradas en los principios del idioma, la religión y la familia.
En el editorial de esa propia conmemoración La Correspondencia se dedicaría una mirada retrospectiva de medio siglo: “El programa del periódico era a la par que sencillo, de un contenido moral superior en aquellas circunstancias: defender los valores cubanos, sin olvidar, sin perder de vista, sin dejar de tener en cuenta (….) el origen de nuestro pueblo: el hecho de que poseíamos un idioma o un pretérito que no podíamos desarraigar o destruir, cargados por los odios o las violencias”.
Por esa misma cuerda andaba el pensamiento de Martí cuando preparó y desató la guerra indispensable.
En la práctica de la cotidianidad el matutino fundado por Díaz y Velis terminó siendo un defensor de los intereses de la ciudad de Cienfuegos por encima de cualquier bandería política, como proclamaba en su machón.
Desde La Habana, donde fijó su residencia a partir de 1907, Don Cándido seguiría llevando las riendas del periódico, mientras Velis administraba el negocio y ejercía la jefatura de redacción. Tras la muerte del fundador, el 11 de julio de 1924 en París, quien le había acompañado desde los diálogos precursores del Centro Mercantil ocupó la dirección.
En el cargo estuvo Don Florencio hasta los días de la caída de Machado en agosto de 1933, cuando cansado de tanta brega profesional y política, decidió retirarse, manteniendo el nombramiento de Presidente de la empresa editora. Eduardo Torres Morales, cronista de ley, lo sucedió hasta mediados del año siguiente, cuando pasó el testigo a Julio, el primogénito de los Velis, y a quien el gremio local consideraba a mediados del siglo pasado como “el periodista más completo que ha dado Cienfuegos”.
El 18 de diciembre de 1941 falleció en La Habana de manera repentina Florencio Velis Mojena, mientras desempeñaba un cargo de confianza al lado del ex presidente Laredo Bru, por entonces ministro de Justicia.
Julio Velis renunció a la dirección de La Correspondencia a finales de 1950 para encabezar la del diario capitalino Últimas Noticias. Su hermano Pedro, que desde hacía 20 años llevaba la administración, accedió a la jefatura, hasta que lo sorprendió la muerte en septiembre del 52.
Nick Machado, antiguo cronista deportivo del matutino, sería su director hasta el primero de enero de 1959. La fecha que cambió el decursar del país también modificó el machón de La Correspondencia, donde a partir del 26 del propio mes figuró el nombre de Helio Ruiz Madrigal en funciones de director.
Aquel cienfueguero dedicado a negocios inmobiliarios y que llevaba varios años en el apartado gerencial de la empresa, ejercía aún la dirección de La Correspondencia cuando dejó de editarse en 1964.
Por sus páginas habían aparecido las firmas de lo más granado de la intelectualidad cienfueguera y cubana a lo largo de trece lustros. Dígase Miguel Ángel de la Torre, Ruy de Lugo Viña, Andrés Alcalá-Galiano, los Prohías. Juana Josefa Acosta (la Condesita de Nevers), la cronista de viajes Eva Canel, el doctor Loreto Serapión, el poeta Hilarión Cabrisas, el novelista Enrique Labrador Ruiz, el humanista y comunista Juan Marinello, León Ichaso, el escritor y diplomático Francisco Cañellas, el erudito Luis González Costi, y otros que extenderían el listado hasta los límites de lo periodísticamente racional.
Y en la parte de la colección que sobrevive a la inclemencia del tiempo y sus aliados, perviven también los alientos creadores de Ana Pavlova, Enrique Carusso, Margarita Xirgu, Arquímedes Pous, Federico García Lorca, Pedro López Dorticós, Florentino Morales, Conrado Marrero, Jaime González y Antonio Menéndez Peláez.
En las letras que nacieron del plomo hirviente vive el alma de esta ciudad. La misma que en las navidades de 1922 fue escogida por Don Jacinto Benavente, aún con el Nobel a cuestas, para iniciar su gira cubana. Sus razones tendría el genial dramaturgo.
Tanta historia contada, tanta cultura sedimentada en blanco y negro, merece el homenaje de la memoria agradecida.
El embrión de La Correspondencia debió ser fecundado en el café El Centro Mercantil, un establecimiento en la esquina de De Clouet con Santa Clara que se daba el lujo de tener un falso techo de cristal. Y del cual hoy superviven a duras penas el letrero identificativo empotrado en la pared y algunos fantasmas acosados por el humo.
Discurría el año 1898 por su segunda mitad y a Cienfuegos la guerra casi terminada le reservaba una página especial. Sabiéndose en minoría el brigadier Bates, jefe de las tropas interventoras gringas, solicitó a al general español Jiménez de Castellanos que mantuviera el patrullaje de la ciudad. El Ejercito Libertador acampaba en los alrededores, a la espera de que saliera el último soldado colonialista de la Isla. La evacuación no se consumaría hasta el 5 de febrero siguiente, cuando el vapor Cataluña zarpó de Jagua llevando a bordo la imagen de la derrota definitiva de España en América.
En torno a una mesa de la cafetería propiedad de José Velis solían reunirse su hermano Florencio y el asturiano Cándido Díaz, dos mozalbetes de 19 años. Es de suponer cual sería el tema central de aquellos diálogos, pues el lunes 31 de octubre editaron el primer número del periódico en un local de la calle De Clouet, número 32, en los altos de Las Cienfuegueras.
Defender los intereses del elemento español que permanecería en la ciudad tras el cambio de poderes fue la razón que animó a los fundadores de la empresa editorial, a quienes se sumó también Francisco Diego Madrazo, un santanderino con inclinaciones hacia las letras, pero más hombre de negocios que de redacciones.
La última mañana de aquel octubre cuajado de incertidumbres políticas, a falta de 41 días para que Washington y Madrid negociaran sin La Habana en París el armisticio de paz, el joven Tomás Salazar voceó en los alrededores del Parque Central la edición número Uno del nuevo diario cienfueguero.
Con cuatro planas confeccionadas a mano y anuncios contratados a la buena fe de industriales y comerciantes locales, inició su andadura aquel órgano de prensa que en los 65 años posteriores sería referencia obligada del periodismo cubano, sobre todo del realizado fuera de la capital.
Obdulio García, quien fuera una pluma de referencia en el matutino cienfueguero que se consideraba el Vice decano de la prensa cubana, caracterizaría en ocasión de las Bodas de Plata las circunstancias del nacimiento de La Correspondencia. “Don Cándido, un español hidalgo, y Don Florencio, un cubano patriota, concibieron la idea de fundar un diario para propender con alteza de miras a estrechar los lazos entre ambas comunidades, inspiradas en los principios del idioma, la religión y la familia.
En el editorial de esa propia conmemoración La Correspondencia se dedicaría una mirada retrospectiva de medio siglo: “El programa del periódico era a la par que sencillo, de un contenido moral superior en aquellas circunstancias: defender los valores cubanos, sin olvidar, sin perder de vista, sin dejar de tener en cuenta (….) el origen de nuestro pueblo: el hecho de que poseíamos un idioma o un pretérito que no podíamos desarraigar o destruir, cargados por los odios o las violencias”.
Por esa misma cuerda andaba el pensamiento de Martí cuando preparó y desató la guerra indispensable.
En la práctica de la cotidianidad el matutino fundado por Díaz y Velis terminó siendo un defensor de los intereses de la ciudad de Cienfuegos por encima de cualquier bandería política, como proclamaba en su machón.
Desde La Habana, donde fijó su residencia a partir de 1907, Don Cándido seguiría llevando las riendas del periódico, mientras Velis administraba el negocio y ejercía la jefatura de redacción. Tras la muerte del fundador, el 11 de julio de 1924 en París, quien le había acompañado desde los diálogos precursores del Centro Mercantil ocupó la dirección.
En el cargo estuvo Don Florencio hasta los días de la caída de Machado en agosto de 1933, cuando cansado de tanta brega profesional y política, decidió retirarse, manteniendo el nombramiento de Presidente de la empresa editora. Eduardo Torres Morales, cronista de ley, lo sucedió hasta mediados del año siguiente, cuando pasó el testigo a Julio, el primogénito de los Velis, y a quien el gremio local consideraba a mediados del siglo pasado como “el periodista más completo que ha dado Cienfuegos”.
El 18 de diciembre de 1941 falleció en La Habana de manera repentina Florencio Velis Mojena, mientras desempeñaba un cargo de confianza al lado del ex presidente Laredo Bru, por entonces ministro de Justicia.
Julio Velis renunció a la dirección de La Correspondencia a finales de 1950 para encabezar la del diario capitalino Últimas Noticias. Su hermano Pedro, que desde hacía 20 años llevaba la administración, accedió a la jefatura, hasta que lo sorprendió la muerte en septiembre del 52.
Nick Machado, antiguo cronista deportivo del matutino, sería su director hasta el primero de enero de 1959. La fecha que cambió el decursar del país también modificó el machón de La Correspondencia, donde a partir del 26 del propio mes figuró el nombre de Helio Ruiz Madrigal en funciones de director.
Aquel cienfueguero dedicado a negocios inmobiliarios y que llevaba varios años en el apartado gerencial de la empresa, ejercía aún la dirección de La Correspondencia cuando dejó de editarse en 1964.
Por sus páginas habían aparecido las firmas de lo más granado de la intelectualidad cienfueguera y cubana a lo largo de trece lustros. Dígase Miguel Ángel de la Torre, Ruy de Lugo Viña, Andrés Alcalá-Galiano, los Prohías. Juana Josefa Acosta (la Condesita de Nevers), la cronista de viajes Eva Canel, el doctor Loreto Serapión, el poeta Hilarión Cabrisas, el novelista Enrique Labrador Ruiz, el humanista y comunista Juan Marinello, León Ichaso, el escritor y diplomático Francisco Cañellas, el erudito Luis González Costi, y otros que extenderían el listado hasta los límites de lo periodísticamente racional.
Y en la parte de la colección que sobrevive a la inclemencia del tiempo y sus aliados, perviven también los alientos creadores de Ana Pavlova, Enrique Carusso, Margarita Xirgu, Arquímedes Pous, Federico García Lorca, Pedro López Dorticós, Florentino Morales, Conrado Marrero, Jaime González y Antonio Menéndez Peláez.
En las letras que nacieron del plomo hirviente vive el alma de esta ciudad. La misma que en las navidades de 1922 fue escogida por Don Jacinto Benavente, aún con el Nobel a cuestas, para iniciar su gira cubana. Sus razones tendría el genial dramaturgo.
Tanta historia contada, tanta cultura sedimentada en blanco y negro, merece el homenaje de la memoria agradecida.
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miércoles, 1 de octubre de 2008
Detroit ponía luces a Cienfuegos
El hombre se nombraba Justo Montalvo, pero todos los que le conocían en el perímetro urbano desde Paseo de Arango a calle Gloria y de las marismas de Marsillán al Panteón de Gil le apelaban con cariño Detroit.
A pesar del mote que lo relacionaba con la Ciudad-Motor aquel experto mecánico electricista podría ser uno más entre los habitantes de la urbe provinciana que en 1911 se vanagloriaba de ser la segunda de Cuba. Eso, si cada anochecer no subiera a la cúspide del recién inaugurado teatro Luisa, donde manipulaba un potente reflector allí instalado y paseara su haz de luces sobre toda la población.
Aquel resplandor fosforescente indicaba que eran las siete de la noche, e invitaba a apresurarse a quien quisiera presenciar el espectáculo de la jornada en la sala teatral que el español Isaac de Puga había edificado, de conjunto con los hermanos Julián y Carlos Rafael Sanz, en la intersección de la calle Santa Clara con el Paseo de Vives.
Los tres empresarios habían constituido la sociedad ante el doctor Antonio J. Font y George, notario de Cienfuegos, el día 17 de enero de 1911 y el primero de septiembre del propio año abrían al público las puertas del nuevo coliseo con una función de la Compañía de Operetas Vienesas de la actriz mexicana Esperanza Iris.
Para ubicar su negocio cultural compraron los solares marcados con los números 1147 y 1148 en el plano moderno de la ciudad, que se correspondían con los 617 y 618 antiguos.
La construcción del inmueble, a cargo del maestro de obras Miguel Calzadilla y bajo la dirección del ingeniero Pablo Ros y del Campo demoró siete meses y 17 días exactos. Los inversionistas no quedaron del todo conformes, porque lo que hoy llamaríamos plan estipulaba levantar el edificio en seis meses exactos.
Atraso debido a una cuestión de planos, pues en medio de la obra se percataron que la compañía a cargo del suministro eléctrico a la ciudad no podría satisfacer la demanda propia del servicio de espectáculos, y en ese caso la empresa de Sanz y Puga debía producir su propio fluido.
Pero en el área de dos mil varas planas que sumaban los dos solares no había espacio suficiente para ubicar el teatro y la planta eléctrica, razón por la cual los inversores debieron comprar dos casas contiguas por la calle Santa Clara e incorporar sus terrenos al proyecto.
Allí se instaló un equipo que abasteció por varios años a todo el edificio y cuya operación estuvo a cargo del popular Detroit.
Mientras albañiles y operarios avanzaban en los trabajos del teatro, los periódicos de Cienfuegos divulgaron las bases de un plebiscito popular a fin de escoger el nombre para identificar a la nueva plaza cultural de la Perla del Sur.
Por abrumadora mayoría se impuso el de la actriz cienfueguera Luisa Martínez Casado (1860-1925), quien casi desde adolescente había paseado el nombre de Cienfuegos y de Cuba por los más rutilantes escenarios de Europa y América. La artista era además desde 1891 la esposa del empresario Puga, natural de Burgos.
La primera noche de septiembre de 1911 fue la fiesta de estreno del coliseo que en lo adelante significaría competencia para el señorial Tomás Terry. El gobernador provincial de Las Villas, don Manuel Villalón y Verdaguer, hizo el discurso de apertura luego que la Banda Municipal bajo la batuta del maestro Agustín Sánchez Planas pusiera de pie al respetable con las notas del Himno de Perucho.
A continuación la propia orquesta de la ciudad interpretó la obertura 1812 y Souvenir, de Richard Wagner, y Ecos, del Metropolitan Opera House.
Al levantarse el telón de boca realizado por el pintor Luis Ferro apareció en escena la Luisa que fue recibida por una tempestad de aplausos. La actriz declamó unos versos de su poema intitulado “A Cienfuegos.
La compañía de la diva mexicana Esperanza Iris que actuaría a teatro lleno durante 11 noches consecutivas subió a las relucientes tablas a La viuda alegre, opereta del austriaco Franz Lehar, pieza en la cual asumió la piel de Ana de Glavari. El crítico San Duarsedo elogió entre los decorados de la primera función el del parisino restaurant Maxim’s.
Para los tres días siguientes el telón de anuncios, propiedad de Luis Gaos Berea, proponía El Conde de Luxemburgo, La Princesa del Dollar y Aire de primavera, con papeles estelares a cargo de Josefina Peral, el barítono Palmer y la bailarina italiana Amelia Costa, respectivamente.
El escenario del Luisa no se quedaría detrás del Terry en cuanto a celebridades acogidas. Por allí desfilaron durante sus primeros años Graciela Paretto, Lucrecia Boris, Ana Pavlova, Hipólito Lázaro, Titta Rufo, Amelita Galli, Tina Poli Randaccio, Enrique Borrás, la Compañía de Dramas Policíacos Caral, la de Raúl del Monte y por supuesto el sin par cienfueguero Arquímedes Pous.
A pesar del mote que lo relacionaba con la Ciudad-Motor aquel experto mecánico electricista podría ser uno más entre los habitantes de la urbe provinciana que en 1911 se vanagloriaba de ser la segunda de Cuba. Eso, si cada anochecer no subiera a la cúspide del recién inaugurado teatro Luisa, donde manipulaba un potente reflector allí instalado y paseara su haz de luces sobre toda la población.
Aquel resplandor fosforescente indicaba que eran las siete de la noche, e invitaba a apresurarse a quien quisiera presenciar el espectáculo de la jornada en la sala teatral que el español Isaac de Puga había edificado, de conjunto con los hermanos Julián y Carlos Rafael Sanz, en la intersección de la calle Santa Clara con el Paseo de Vives.
Los tres empresarios habían constituido la sociedad ante el doctor Antonio J. Font y George, notario de Cienfuegos, el día 17 de enero de 1911 y el primero de septiembre del propio año abrían al público las puertas del nuevo coliseo con una función de la Compañía de Operetas Vienesas de la actriz mexicana Esperanza Iris.
Para ubicar su negocio cultural compraron los solares marcados con los números 1147 y 1148 en el plano moderno de la ciudad, que se correspondían con los 617 y 618 antiguos.
La construcción del inmueble, a cargo del maestro de obras Miguel Calzadilla y bajo la dirección del ingeniero Pablo Ros y del Campo demoró siete meses y 17 días exactos. Los inversionistas no quedaron del todo conformes, porque lo que hoy llamaríamos plan estipulaba levantar el edificio en seis meses exactos.
Atraso debido a una cuestión de planos, pues en medio de la obra se percataron que la compañía a cargo del suministro eléctrico a la ciudad no podría satisfacer la demanda propia del servicio de espectáculos, y en ese caso la empresa de Sanz y Puga debía producir su propio fluido.
Pero en el área de dos mil varas planas que sumaban los dos solares no había espacio suficiente para ubicar el teatro y la planta eléctrica, razón por la cual los inversores debieron comprar dos casas contiguas por la calle Santa Clara e incorporar sus terrenos al proyecto.
Allí se instaló un equipo que abasteció por varios años a todo el edificio y cuya operación estuvo a cargo del popular Detroit.
Mientras albañiles y operarios avanzaban en los trabajos del teatro, los periódicos de Cienfuegos divulgaron las bases de un plebiscito popular a fin de escoger el nombre para identificar a la nueva plaza cultural de la Perla del Sur.
Por abrumadora mayoría se impuso el de la actriz cienfueguera Luisa Martínez Casado (1860-1925), quien casi desde adolescente había paseado el nombre de Cienfuegos y de Cuba por los más rutilantes escenarios de Europa y América. La artista era además desde 1891 la esposa del empresario Puga, natural de Burgos.
La primera noche de septiembre de 1911 fue la fiesta de estreno del coliseo que en lo adelante significaría competencia para el señorial Tomás Terry. El gobernador provincial de Las Villas, don Manuel Villalón y Verdaguer, hizo el discurso de apertura luego que la Banda Municipal bajo la batuta del maestro Agustín Sánchez Planas pusiera de pie al respetable con las notas del Himno de Perucho.
A continuación la propia orquesta de la ciudad interpretó la obertura 1812 y Souvenir, de Richard Wagner, y Ecos, del Metropolitan Opera House.
Al levantarse el telón de boca realizado por el pintor Luis Ferro apareció en escena la Luisa que fue recibida por una tempestad de aplausos. La actriz declamó unos versos de su poema intitulado “A Cienfuegos.
La compañía de la diva mexicana Esperanza Iris que actuaría a teatro lleno durante 11 noches consecutivas subió a las relucientes tablas a La viuda alegre, opereta del austriaco Franz Lehar, pieza en la cual asumió la piel de Ana de Glavari. El crítico San Duarsedo elogió entre los decorados de la primera función el del parisino restaurant Maxim’s.
Para los tres días siguientes el telón de anuncios, propiedad de Luis Gaos Berea, proponía El Conde de Luxemburgo, La Princesa del Dollar y Aire de primavera, con papeles estelares a cargo de Josefina Peral, el barítono Palmer y la bailarina italiana Amelia Costa, respectivamente.
El escenario del Luisa no se quedaría detrás del Terry en cuanto a celebridades acogidas. Por allí desfilaron durante sus primeros años Graciela Paretto, Lucrecia Boris, Ana Pavlova, Hipólito Lázaro, Titta Rufo, Amelita Galli, Tina Poli Randaccio, Enrique Borrás, la Compañía de Dramas Policíacos Caral, la de Raúl del Monte y por supuesto el sin par cienfueguero Arquímedes Pous.
lunes, 22 de septiembre de 2008
¿Una escuela en La Suiza?
Cuando el martes 22 de septiembre de 1905 en la habitación número uno del hotel La Suiza fue ultimado el coronel independentista Enrique Villuendas, uno de los líderes con más capital político en las filas del Partido Liberal, la gobernación provincial de Las Villas era ejercida por el General José Miguel Gómez, caudillo de la propia formación partidaria y candidato presidenciable a las luego fallidas elecciones del 19 de marzo siguiente.
Villuendas, el más joven de los constitucionalistas de 1901, estaba por cumplir 31 años y en la Guerra del 95 peleó a las órdenes de José Miguel, por lo que más allá de la militancia política los unía la familiaridad forjada en la manigua.
Una de las últimas comunicaciones de puño y letra del joven mártir del liberalismo, escrita la víspera de su muerte sobre dos cuartillas litografiadas con el membrete del hotel de la calle San Carlos 103, tuvo como destinatario al general espirituano identificado por su posterior desempeño en funciones de estadista (1909-1913) como El Tiburón.
Parece ser que ya instalado en el primer sillón de la República Gómez sintió la necesidad de realizar un acto en memoria del antiguo subordinado y más tarde compañero de afanes políticos. Y no encontró mejor fórmula de cuajar el homenaje que convertir el sitio del martirio en una escuela pública. Así lo contó La Correspondencia en primera plana de su edición del 9 de febrero de 1911.
Para ello el mandatario comisionó al coronel mambí Paulino Guerén a negociar la compra del edificio donde se alojaba la hospedería. Guerén fue quien rescató de La Suiza el cadáver ensangrentado de Villuendas y le dio cristiano velatorio en su hogar de San Carlos esquina a Gloria, donde una tarja recuerda aún aquel gesto de nobleza. Y quien al amanecer del siguiente día lo sepultó en el cementerio de Reina, luego de costear los gastos fúnebres con su propia billetera.
A fin de cumplir la encomienda presidencial llegó el veterano hasta el ingenio Dos Hermanos, donde trasladó la oferta a la dueña del inmueble, la isleña Doña Francisca Tostes y García, viuda y heredera universal de los bienes de Don Nicolás Acea y de los Ríos, El Benefactor de Cienfuegos.
La respuesta de Panchita Tostes a la primera autoridad nacional fue una carta entregada en manos propias al portador de la solicitud. Esta columna reproduce los párrafos de la misiva que en su momento trascendieron al público mediante la referida portada de La Correspondencia, el matutino que se editaba a escasos 100 metros del hotel convertido en lugar de peregrinación del liberalismo criollo.
“Yo conocía personalmente al coronel Guerén antes de recibir su carta y la estimaba como bueno y servicial amigo. Así que ahora que veo que usted hace tan alta distinción de él, es doblemente acreedor a mi particular aprecio. Y siendo así, no he tenido duda alguna en ser con él lo más franca que me ha sido posible, al tratarse de la compra de la casa que ocupa el hotel La Suiza, donde desgraciadamente se desarrolló aquel luctuoso drama en que perdió la vida el bien llorado Enrique Villuendas.
El propósito de usted es muy plausible y soy la primera en encomiarlo en todo lo que vale y lamento esta vez no corresponder a su petición. El coronel Guerén le comunicará los motivos poderosos que tengo para no deshacerme de esa casa. En ella me casé y allí fui muy feliz y me ligan a ella lazos de afecto que son para mí inquebrantables. Esa casa fue para mí un regalo de bodas y están asociados a ella recuerdos y promesas tan sagrados, tal vez como sus recuerdos y memorias del pobre Enrique Villuendas. Y siendo usted mi amigo supongo que no querría que yo que estoy ya casi en el ocaso de mi vida, rompa con promesas íntimas y sagradas y con recuerdos que sólo son ya los únicos alicientes que me fortifican en mi voluntaria y apartada soledad.
Perdone, distinguido amigo, que le haya llevado a un terreno tan íntimo para negarle la solicitud de compra de una propiedad, pero como el comprador han sido tan delicado, que para hacer proposiciones de compra de una propiedad que no estaba en venta, invoca también sentimientos de naturaleza íntima a ese terreno he tenido que ir yo también. Así es, mi distinguido amigo, que si usted aprecia en algo la amistad que desinteresadamente le he profesado siempre, le ruego que mientras viva no insista en la compra de esa propiedad y espero que, pesando en todo su valor las razones expuestas, perdonará Ud. mi negativa y seguirá dispensándome su valiosa amistad”.
Cuando el autor de esta columna investigó los sucesos del martes sangriento de La Suiza en alguna de las fuentes consultadas salió a relucir el nombre de Don Nicanor Sánchez como el dueño del hospedaje. Y que la fundación databa de 1899.
En todo caso Sánchez sería arrendatario de la construcción de dos plantas por la cual Doña Francisca Tostes sentía tal veneración. Su matrimonio con Acea de los Ríos, viudo de Doña Teresa Terry Dorticós, fue registrado el 19 de junio de 1881, dato que prueba la antigüedad de la propiedad en el inventario de los bienes de El Benefactor.
A los pocos meses de su delicada negativa a El Tiburón, el 24 de mayo de 1912, a los 77 años falleció la hija de La Orotava (Tenerife) y por lo visto La Suiza siguió siendo hotel mucho tiempo más hasta convertirse en la ciudadela que hoy conocemos.
Como tampoco dejó descendientes, su fortuna administrada por los albaceas Cipriano Arenas, Felipe Silva e Isidoro O’Bourke, daría origen a un sonado litigio en los tribunales. Pero, esa será otra historia, por ahora cubierta con el manto sepia del tiempo ido.
Villuendas, el más joven de los constitucionalistas de 1901, estaba por cumplir 31 años y en la Guerra del 95 peleó a las órdenes de José Miguel, por lo que más allá de la militancia política los unía la familiaridad forjada en la manigua.
Una de las últimas comunicaciones de puño y letra del joven mártir del liberalismo, escrita la víspera de su muerte sobre dos cuartillas litografiadas con el membrete del hotel de la calle San Carlos 103, tuvo como destinatario al general espirituano identificado por su posterior desempeño en funciones de estadista (1909-1913) como El Tiburón.
Parece ser que ya instalado en el primer sillón de la República Gómez sintió la necesidad de realizar un acto en memoria del antiguo subordinado y más tarde compañero de afanes políticos. Y no encontró mejor fórmula de cuajar el homenaje que convertir el sitio del martirio en una escuela pública. Así lo contó La Correspondencia en primera plana de su edición del 9 de febrero de 1911.
Para ello el mandatario comisionó al coronel mambí Paulino Guerén a negociar la compra del edificio donde se alojaba la hospedería. Guerén fue quien rescató de La Suiza el cadáver ensangrentado de Villuendas y le dio cristiano velatorio en su hogar de San Carlos esquina a Gloria, donde una tarja recuerda aún aquel gesto de nobleza. Y quien al amanecer del siguiente día lo sepultó en el cementerio de Reina, luego de costear los gastos fúnebres con su propia billetera.
A fin de cumplir la encomienda presidencial llegó el veterano hasta el ingenio Dos Hermanos, donde trasladó la oferta a la dueña del inmueble, la isleña Doña Francisca Tostes y García, viuda y heredera universal de los bienes de Don Nicolás Acea y de los Ríos, El Benefactor de Cienfuegos.
La respuesta de Panchita Tostes a la primera autoridad nacional fue una carta entregada en manos propias al portador de la solicitud. Esta columna reproduce los párrafos de la misiva que en su momento trascendieron al público mediante la referida portada de La Correspondencia, el matutino que se editaba a escasos 100 metros del hotel convertido en lugar de peregrinación del liberalismo criollo.
“Yo conocía personalmente al coronel Guerén antes de recibir su carta y la estimaba como bueno y servicial amigo. Así que ahora que veo que usted hace tan alta distinción de él, es doblemente acreedor a mi particular aprecio. Y siendo así, no he tenido duda alguna en ser con él lo más franca que me ha sido posible, al tratarse de la compra de la casa que ocupa el hotel La Suiza, donde desgraciadamente se desarrolló aquel luctuoso drama en que perdió la vida el bien llorado Enrique Villuendas.
El propósito de usted es muy plausible y soy la primera en encomiarlo en todo lo que vale y lamento esta vez no corresponder a su petición. El coronel Guerén le comunicará los motivos poderosos que tengo para no deshacerme de esa casa. En ella me casé y allí fui muy feliz y me ligan a ella lazos de afecto que son para mí inquebrantables. Esa casa fue para mí un regalo de bodas y están asociados a ella recuerdos y promesas tan sagrados, tal vez como sus recuerdos y memorias del pobre Enrique Villuendas. Y siendo usted mi amigo supongo que no querría que yo que estoy ya casi en el ocaso de mi vida, rompa con promesas íntimas y sagradas y con recuerdos que sólo son ya los únicos alicientes que me fortifican en mi voluntaria y apartada soledad.
Perdone, distinguido amigo, que le haya llevado a un terreno tan íntimo para negarle la solicitud de compra de una propiedad, pero como el comprador han sido tan delicado, que para hacer proposiciones de compra de una propiedad que no estaba en venta, invoca también sentimientos de naturaleza íntima a ese terreno he tenido que ir yo también. Así es, mi distinguido amigo, que si usted aprecia en algo la amistad que desinteresadamente le he profesado siempre, le ruego que mientras viva no insista en la compra de esa propiedad y espero que, pesando en todo su valor las razones expuestas, perdonará Ud. mi negativa y seguirá dispensándome su valiosa amistad”.
Cuando el autor de esta columna investigó los sucesos del martes sangriento de La Suiza en alguna de las fuentes consultadas salió a relucir el nombre de Don Nicanor Sánchez como el dueño del hospedaje. Y que la fundación databa de 1899.
En todo caso Sánchez sería arrendatario de la construcción de dos plantas por la cual Doña Francisca Tostes sentía tal veneración. Su matrimonio con Acea de los Ríos, viudo de Doña Teresa Terry Dorticós, fue registrado el 19 de junio de 1881, dato que prueba la antigüedad de la propiedad en el inventario de los bienes de El Benefactor.
A los pocos meses de su delicada negativa a El Tiburón, el 24 de mayo de 1912, a los 77 años falleció la hija de La Orotava (Tenerife) y por lo visto La Suiza siguió siendo hotel mucho tiempo más hasta convertirse en la ciudadela que hoy conocemos.
Como tampoco dejó descendientes, su fortuna administrada por los albaceas Cipriano Arenas, Felipe Silva e Isidoro O’Bourke, daría origen a un sonado litigio en los tribunales. Pero, esa será otra historia, por ahora cubierta con el manto sepia del tiempo ido.
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viernes, 19 de septiembre de 2008
Alfredo Méndez, un cirujano de ley
La mañana era tan límpida como suelen ser las de mediados de abril y Pedro López Dorticós, el tribuno por excelencia de la ciudad, se largó un discurso de una hora con suficiente tuétano como para mantener en vilo a los asistentes al homenaje.
Cienfuegos cumplía 118 años aquel 22 de abril de 1937 y decidió agasajarse a sí misma plantando en su plaza mayor el busto que el reputado artista habanero Fernando Boada había esculpido con el rostro patriarcal del doctor Alfredo Méndez y Aguirre, el médico con mejor hoja de servicios en las casi doce décadas de existencia de la villa portuaria.
De los siete ilustres que hoy habitan en bronce, mármol y alma las dos manzanas de la primigenia Plaza de Armas, el único hombre de ciencia fue el doctor Méndez, el cirujano de la mágica cuchilla, autor de la primera operación de apendicetomía, entonces conocida como cólico miserere, en la historia médica de Cienfuegos.
En la biografía del galeno nacido el primero de diciembre de 1870 e inscripto con el nombre de Eligio Alfredo apuntan que estudió el bachillerato en la capital de la Isla y en1895 obtuvo el diploma de doctor en medicina por la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana.
Con la tinta fresca en el pergamino marchó a la Ciudad Luz, donde estuvo cuatro años como alumno del doctor Peirier, jefe de trabajos anatómicos de la Escuela de Medicina de París.
Recién regresado a su predio natal fue nombrado médico municipal hasta 1904, fecha de su designación como Médico Honorario del Hospital Civil, institución donde empleó por primera vez en Cienfuegos y Las Villas un esterilizador de material quirúrgico, equipamiento del que solo estaba dotada la clínica habanera del doctor Casuso.
Al terminar la revuelta de agosto de 1906 que terminó cuando Estrada Palma abrió de par en par las puertas de la República a la segunda intervención militar estadounidense en la Antilla Mayor, el doctor Méndez fue investido como Alcalde Municipal de facto por el propio Interventor Mr.Charles Magoon.
Pero Alfredo no había nacido para la política como su hermano Ceferino (Nene), el alcalde-obrero de Cienfuegos, asesinado la noche del 11 de abril de 1913 en la esquina de Arguelles y Bouyón. Muy pronto se opuso a la política de la administración gringa de hacerse de la vista gorda con el juego prohibido y renunció a la primera silla municipal, a los dos meses de estar ocupándola en el edificio de San Fernando y Santa Isabel.
El doctor Méndez alcanzó por concurso en 1911 la dirección del Hospital Civil Luis Pernas Salomó hasta su renuncia en 1925, y la del Sanatorio de la Purísima Concepción, a partir de 1918, cargo que ocupaba al fallecer el 29 de junio de 1932. En la propia institución regenteada por la Colonia Española de Cienfuegos, unos de cuyos pabellones se honróen vida del homenajeado con su apellido, había sido médico de visitas en 1905 y subdirector seis años más tarde. Entre 1908 y 1909 participó en calidad de secretario en la comisión de enfermedades infecciosas que presidía su colega Carlos J. Finlay.
El Ayuntamiento lo congratuló como Hijo Benemérito de Cienfuegos, más el Gran Diploma de Honor y Medalla de Oro por los servicios prestados en ocasión de la epidemia de influenza que azotó a la ciudad en el bienio de 1918-19.
Casado con la señora María Amalia López del Campillo y D’Wolf , hermana de Juan José, coronel de la Independencia, Méndez Aguirre fundó una familia que se ensanchó con sus retoños, Alfredo, Juan José y María Carlota.
Cuentan que la noche final de su existencia Nene Méndez caminaba Bouyón arriba hacia el teatro Terry a fin de cumplir con el encargo de Alfredo de que acompañara a María Amalia a la salida de la función de aquel viernes nefasto.
La muerte del doctor Méndez ocupó cintillo y pulgadas de texto en la primera plana de la edición de La Correspondencia del miércoles 29 de junio de 1932. Y como muestra del significado de la más reciente pérdida para la sociedad perlasureña, la nota estaba calzada con la firma de Don Florencio Velis Mojena, director-fundador del decano de los diarios “guajiros” de la República.
Al siguiente día la crónica del sepelio que partió de la casa mortuoria en Argüelles 144 reseñó la salida del cortejo hacia el cementerio nuevo encabezada por el clero con Cruz Alzada, seguido por la Banda Municipal y el féretro sobre la carroza Fernandina de Jagua. Participan de la manifestación luctuosa la Escuela de Enfermeras Victoria Bru, fundada por Méndez en el Hospital Civil, y directivos del Casino Español, el Sanatorio, el Liceo, Cienfuegos Yatch Club y Cuerpo de Bomberos, a la mayoría de las cuales había pertenecido y en algunos casos encabezado.
Además de ser llevado al mármol por Boada, el rostro del doctor Méndez fue plasmado en óleo por el pintor granadino José Samaniego y Piñeiro, un exiliado republicano que residió en el hotel Ciervo de Oro a finales de los años 30. El cuadro de grandes dimensiones le fue entregado el presidente del Casino Español, Modesto Novoa, el primero de agosto de 1937. Sería colocado en el Sanatorio, pero antes y durante varios días estuvo expuesto al público en una vidriera de la tienda El Palo Gordo, San Fernando y Hourrutinier.
Cienfuegos cumplía 118 años aquel 22 de abril de 1937 y decidió agasajarse a sí misma plantando en su plaza mayor el busto que el reputado artista habanero Fernando Boada había esculpido con el rostro patriarcal del doctor Alfredo Méndez y Aguirre, el médico con mejor hoja de servicios en las casi doce décadas de existencia de la villa portuaria.
De los siete ilustres que hoy habitan en bronce, mármol y alma las dos manzanas de la primigenia Plaza de Armas, el único hombre de ciencia fue el doctor Méndez, el cirujano de la mágica cuchilla, autor de la primera operación de apendicetomía, entonces conocida como cólico miserere, en la historia médica de Cienfuegos.
En la biografía del galeno nacido el primero de diciembre de 1870 e inscripto con el nombre de Eligio Alfredo apuntan que estudió el bachillerato en la capital de la Isla y en1895 obtuvo el diploma de doctor en medicina por la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana.
Con la tinta fresca en el pergamino marchó a la Ciudad Luz, donde estuvo cuatro años como alumno del doctor Peirier, jefe de trabajos anatómicos de la Escuela de Medicina de París.
Recién regresado a su predio natal fue nombrado médico municipal hasta 1904, fecha de su designación como Médico Honorario del Hospital Civil, institución donde empleó por primera vez en Cienfuegos y Las Villas un esterilizador de material quirúrgico, equipamiento del que solo estaba dotada la clínica habanera del doctor Casuso.
Al terminar la revuelta de agosto de 1906 que terminó cuando Estrada Palma abrió de par en par las puertas de la República a la segunda intervención militar estadounidense en la Antilla Mayor, el doctor Méndez fue investido como Alcalde Municipal de facto por el propio Interventor Mr.Charles Magoon.
Pero Alfredo no había nacido para la política como su hermano Ceferino (Nene), el alcalde-obrero de Cienfuegos, asesinado la noche del 11 de abril de 1913 en la esquina de Arguelles y Bouyón. Muy pronto se opuso a la política de la administración gringa de hacerse de la vista gorda con el juego prohibido y renunció a la primera silla municipal, a los dos meses de estar ocupándola en el edificio de San Fernando y Santa Isabel.
El doctor Méndez alcanzó por concurso en 1911 la dirección del Hospital Civil Luis Pernas Salomó hasta su renuncia en 1925, y la del Sanatorio de la Purísima Concepción, a partir de 1918, cargo que ocupaba al fallecer el 29 de junio de 1932. En la propia institución regenteada por la Colonia Española de Cienfuegos, unos de cuyos pabellones se honróen vida del homenajeado con su apellido, había sido médico de visitas en 1905 y subdirector seis años más tarde. Entre 1908 y 1909 participó en calidad de secretario en la comisión de enfermedades infecciosas que presidía su colega Carlos J. Finlay.
El Ayuntamiento lo congratuló como Hijo Benemérito de Cienfuegos, más el Gran Diploma de Honor y Medalla de Oro por los servicios prestados en ocasión de la epidemia de influenza que azotó a la ciudad en el bienio de 1918-19.
Casado con la señora María Amalia López del Campillo y D’Wolf , hermana de Juan José, coronel de la Independencia, Méndez Aguirre fundó una familia que se ensanchó con sus retoños, Alfredo, Juan José y María Carlota.
Cuentan que la noche final de su existencia Nene Méndez caminaba Bouyón arriba hacia el teatro Terry a fin de cumplir con el encargo de Alfredo de que acompañara a María Amalia a la salida de la función de aquel viernes nefasto.
La muerte del doctor Méndez ocupó cintillo y pulgadas de texto en la primera plana de la edición de La Correspondencia del miércoles 29 de junio de 1932. Y como muestra del significado de la más reciente pérdida para la sociedad perlasureña, la nota estaba calzada con la firma de Don Florencio Velis Mojena, director-fundador del decano de los diarios “guajiros” de la República.
Al siguiente día la crónica del sepelio que partió de la casa mortuoria en Argüelles 144 reseñó la salida del cortejo hacia el cementerio nuevo encabezada por el clero con Cruz Alzada, seguido por la Banda Municipal y el féretro sobre la carroza Fernandina de Jagua. Participan de la manifestación luctuosa la Escuela de Enfermeras Victoria Bru, fundada por Méndez en el Hospital Civil, y directivos del Casino Español, el Sanatorio, el Liceo, Cienfuegos Yatch Club y Cuerpo de Bomberos, a la mayoría de las cuales había pertenecido y en algunos casos encabezado.
Además de ser llevado al mármol por Boada, el rostro del doctor Méndez fue plasmado en óleo por el pintor granadino José Samaniego y Piñeiro, un exiliado republicano que residió en el hotel Ciervo de Oro a finales de los años 30. El cuadro de grandes dimensiones le fue entregado el presidente del Casino Español, Modesto Novoa, el primero de agosto de 1937. Sería colocado en el Sanatorio, pero antes y durante varios días estuvo expuesto al público en una vidriera de la tienda El Palo Gordo, San Fernando y Hourrutinier.
martes, 29 de julio de 2008
El raid Cienfuegos-Habana
El sol era un presagio cierto y exacto, que apenas comenzaba a teñir el cielo con sus pinceles polícromos a las espaldas del firme de Guamuahaya. La fiesta nacional por los 12 años de la República incluía el concurso del vuelo más largo con meta en La Habana y otro para quien más trepara en el propio cielo capitalino. El Congreso prometía mil 500 pesos para el uno y 500 para el otro.
A Jaime González buena falta que le hacía la suma ofrecida por la caja parlamentaria, pero más le compulsaba su condición de atleta. A sabiendas de que Agustín Parlá estaba en Santiago de Cuba para intentar semejante epopeya, pero con un kilometraje mucho mayor.
Por eso desde las cuatro y media estaba en el Hipódromo, el primer “aeropuerto” cienfueguero, alistando el Morane para la gran cabalgata de 240 kilómetros, suponiendo un trayecto en línea recta. A la despedida concurrieron el alcalde Juan Florencio Cabrera, una comisión de la Juventud Progresista, la señora Juana Crocier, madre del aviador, y sus hermanas Lucía, Margarita y María. El padre había viajado en tren a la capital a fin de esperar al hijo-héroe.
Faltaban diez minutos para las seis de la mañana cuando el monoplano francés despegó de la improvisada pista de Marsillán y tomó rumbo noroeste. Exactamente dos horas más tarde detendría el motor frente al Club Militar del campamento de Columbia tras cubrir una ruta de 320 kilómetros.
Volaba el as cienfueguero con una bandera cubana colgada del plano izquierdo del monoplano y varios escudos de la República a ambos lados de la nave. Una brújula situada frente al timón y un mapa de la Isla formaban todo el instrumental de navegación. “No obstante el viaje que ha durado dos horas el motor está frío y en condiciones de volver ahora mismo a Cienfuegos”, fue la primera declaración del piloto al pisar tierra.
En el vuelo más largo hasta esa fecha en la historia de la bisoña aviación insular Jaime sobrevoló Constancia, Abreus, Rodas, Yaguaramas, Guareiras, Jovellanos, Colón, Matanzas y Quivicán. El peor momento de la jornada lo vivió mientras se acercaba a la capital yumurina en medio de una espesa neblina que le impedía orientarse por los accidentes geográficos. Además tuvo que soportar la mortificación de las bajas temperaturas, aunque iba literalmente forrado el frío le resultaba penetrante, confesaría luego a la prensa habanera.
Al bajarse del Morane Jaime se llevó la mayor sorpresa del día. Los tres miembros del jurado nombrado por el presidente Menocal para dar fe del feliz término del vuelo: el alcalde de La Habana, general Freire de Andrade; el gobernador interino de aquella provincia, Pedro Bustillo; y el padre Gutiérrez Lanza, del Observatorio de Belén, brillaban por su ausencia en el aeródromo de la principal instalación militar de la Isla.
En vista del desplante, el aviador cienfueguero, acompañado por los representantes villareños a la Cámara, Rivero, Soto y Villalón, fue a encontrarse con el padre Lanza, con quien departió por buen rato. Le comentó que los oficiales del Ejército presentes en Columbia podían atestiguar del aterrizaje. El sacerdote telefoneó a Bustillo y ambos acordaron contactar con el primer edil capitalino a fin de reunirse y levantar el acta correspondiente. Pero Freire andaba por la vuelta del Palatino en un almuerzo con los Veteranos, en ocasión de la fecha inaugural de la República.
Medio centenar de telegramas, entre oficiales, particulares y reportes de prensa fueron impuestos en La Habana con destino a Cienfuegos dando cuenta de la llegada de Jaime, quien recibió a su vez la congratulación de Parlá desde la capital de Oriente.
Con el trío de representantes se llegó en fotingo hasta una glorieta instalada en el Malecón, desde la cual el presidente Menocal revistaba las tropas.Tras recibir un baño de congratulaciones ejecutivas, pasó por la redacción del diario La Prensa y almorzó en el restaurante El Casino en compañía de los congresistas.
Del ágape partió hacia Columbia, presto a reparar los desperfectos de la nave, pues esa propia tarde pretendía batir el récord nacional de altura en poder de Domingo Rosillo desde el 11 de abril del año anterior. Con siete mil 850 pies (dos mil 300 metros) el aviador nacido en Orán, Argelia, había superado con creces los seis mil 980 pies (mil 800 metros) alcanzados por el francés Roland Garrós en cielo cubano, el 21 de marzo de 1911.
Finalmente el fuerte viento imperante en la atmósfera capitalina hizo que Jaime declinara el intento de elevarse hasta una cota que ningún altímetro había registrado en el espacio aéreo de la Antilla Mayor.
La noticia del raid Cienfuegos-Habana disputó cintillos en la prensa nacional al torneo de lujo que por esos días jugaba José Raúl Capablanca en San Petersburgo, donde el campeón cubano rivalizaba con la flor y nata del ajedrez mundial, léase Lasker, Alekhine, Marshall, Rubenstein, Janowski, Nienzowich, Tarrash y Bernstein.
A Jaime González buena falta que le hacía la suma ofrecida por la caja parlamentaria, pero más le compulsaba su condición de atleta. A sabiendas de que Agustín Parlá estaba en Santiago de Cuba para intentar semejante epopeya, pero con un kilometraje mucho mayor.
Por eso desde las cuatro y media estaba en el Hipódromo, el primer “aeropuerto” cienfueguero, alistando el Morane para la gran cabalgata de 240 kilómetros, suponiendo un trayecto en línea recta. A la despedida concurrieron el alcalde Juan Florencio Cabrera, una comisión de la Juventud Progresista, la señora Juana Crocier, madre del aviador, y sus hermanas Lucía, Margarita y María. El padre había viajado en tren a la capital a fin de esperar al hijo-héroe.
Faltaban diez minutos para las seis de la mañana cuando el monoplano francés despegó de la improvisada pista de Marsillán y tomó rumbo noroeste. Exactamente dos horas más tarde detendría el motor frente al Club Militar del campamento de Columbia tras cubrir una ruta de 320 kilómetros.
Volaba el as cienfueguero con una bandera cubana colgada del plano izquierdo del monoplano y varios escudos de la República a ambos lados de la nave. Una brújula situada frente al timón y un mapa de la Isla formaban todo el instrumental de navegación. “No obstante el viaje que ha durado dos horas el motor está frío y en condiciones de volver ahora mismo a Cienfuegos”, fue la primera declaración del piloto al pisar tierra.
En el vuelo más largo hasta esa fecha en la historia de la bisoña aviación insular Jaime sobrevoló Constancia, Abreus, Rodas, Yaguaramas, Guareiras, Jovellanos, Colón, Matanzas y Quivicán. El peor momento de la jornada lo vivió mientras se acercaba a la capital yumurina en medio de una espesa neblina que le impedía orientarse por los accidentes geográficos. Además tuvo que soportar la mortificación de las bajas temperaturas, aunque iba literalmente forrado el frío le resultaba penetrante, confesaría luego a la prensa habanera.
Al bajarse del Morane Jaime se llevó la mayor sorpresa del día. Los tres miembros del jurado nombrado por el presidente Menocal para dar fe del feliz término del vuelo: el alcalde de La Habana, general Freire de Andrade; el gobernador interino de aquella provincia, Pedro Bustillo; y el padre Gutiérrez Lanza, del Observatorio de Belén, brillaban por su ausencia en el aeródromo de la principal instalación militar de la Isla.
En vista del desplante, el aviador cienfueguero, acompañado por los representantes villareños a la Cámara, Rivero, Soto y Villalón, fue a encontrarse con el padre Lanza, con quien departió por buen rato. Le comentó que los oficiales del Ejército presentes en Columbia podían atestiguar del aterrizaje. El sacerdote telefoneó a Bustillo y ambos acordaron contactar con el primer edil capitalino a fin de reunirse y levantar el acta correspondiente. Pero Freire andaba por la vuelta del Palatino en un almuerzo con los Veteranos, en ocasión de la fecha inaugural de la República.
Medio centenar de telegramas, entre oficiales, particulares y reportes de prensa fueron impuestos en La Habana con destino a Cienfuegos dando cuenta de la llegada de Jaime, quien recibió a su vez la congratulación de Parlá desde la capital de Oriente.
Con el trío de representantes se llegó en fotingo hasta una glorieta instalada en el Malecón, desde la cual el presidente Menocal revistaba las tropas.Tras recibir un baño de congratulaciones ejecutivas, pasó por la redacción del diario La Prensa y almorzó en el restaurante El Casino en compañía de los congresistas.
Del ágape partió hacia Columbia, presto a reparar los desperfectos de la nave, pues esa propia tarde pretendía batir el récord nacional de altura en poder de Domingo Rosillo desde el 11 de abril del año anterior. Con siete mil 850 pies (dos mil 300 metros) el aviador nacido en Orán, Argelia, había superado con creces los seis mil 980 pies (mil 800 metros) alcanzados por el francés Roland Garrós en cielo cubano, el 21 de marzo de 1911.
Finalmente el fuerte viento imperante en la atmósfera capitalina hizo que Jaime declinara el intento de elevarse hasta una cota que ningún altímetro había registrado en el espacio aéreo de la Antilla Mayor.
La noticia del raid Cienfuegos-Habana disputó cintillos en la prensa nacional al torneo de lujo que por esos días jugaba José Raúl Capablanca en San Petersburgo, donde el campeón cubano rivalizaba con la flor y nata del ajedrez mundial, léase Lasker, Alekhine, Marshall, Rubenstein, Janowski, Nienzowich, Tarrash y Bernstein.
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martes, 22 de julio de 2008
Centenario del Sanatorio
El 14 de julio de 1908 mientras los franceses andaban de fiesta Cienfuegos estuvo pendiente del suceso del año, la inauguración del Sanatorio de la Colonia Española en los terrenos de la finca La Reforma, comprada para esos fines en 1900 por el Casino. Lástima que no pudiera encontrar en los archivos de la prensa local la página que dio cobija a la crónica del acontecimiento.
Pero no quería dejar en el olvido el centenario de la casa de salud, en la actualidad reconvertida en Policlínico Dr. Cecilio Ruiz de Zárate y otras dependencias del sistema sanitario.
El Casino Español de Cienfuegos irrumpió en la vida social de la entonces villa a fines de mayo de 1869 y un hito en su historia lo representó el baile de sala que el 5 de mayo de 1894 inauguró su sede en el edificio de San Fernando y San Luis, donde hoy funciona el Museo Provincial.
Finalizada la Guerra de Independencia y repatriadas las últimas fuerzas colonialistas en la Isla por el puerto de Jagua, en enero de 1899, la nueva coyuntura histórica y socio-económica condicionó que en agosto del propio año la Sociedad de Dependientes y las regionales hispanas: Benificiencia Gallega, Asturiana, Canaria, Catalana, Balear y Montañesa, decidieran fusionarse en el Casino Español de Cienfuegos, Centro de la Colonia Española.
Sumados los bienes de todos los entes mancomunados contabilizaron 54 mil 791 pesos con diez centavos en oro y cinco mil 392 pesos con 75 centavos en plata, apunta José María González Contreras en su folleto Reseña Histórica y Cronológica de la Colonia Española de Cienfuegos y su Sanatorio, publicado por la Imprenta de la calle San Carlos No. 129, en fecha posterior a 1923.
Los presidentes de los grupos regionales traían el mandato, aceptado por la nueva sociedad, de construir una casa de salud o sanatorio modelo. El artículo segundo del Reglamento de la institución proclamaba que estaba “en pie y subsistente la obligación y la necesidad de construir un gran sanatorio”.
La finca La Reforma, inmediata a la ciudad en dirección Sur, tenía una superficie de 186 mil varas planas y una elevación de 17 metros sobre el nivel del mar. Los dos primeros concursos para el proyecto de sanatorio fueron declarados desiertos en 1900 y 1901, respectivamente. A mediados de ese último año le fue encargado al ingeniero don Sotero Escarza la presentación del plano, memoria y proyecto de la futura obra.
Diversas causas fueron dilatando en el tiempo la construcción del conjunto arquitectónico. Por lo pronto los ejecutivos de la Colonia decidieron mejorar las condiciones de la quinta de salud que el Centro de Dependientes había incorporado al patrimonio del Casino.
Un giro en el proyecto significó la toma de posición de don Laureano Falla Gutiérrez al frente de la nueva directiva del Casino para el sexto período social, el 28 de enero de 1906. El industrial azucarero y hacendado que por entonces comenzaba a amasar una de las principales fortunas de la Isla puso como única condición “el acometer sin más demoras ni vacilaciones el problema del sanatorio”.
Predicó con su bolsillo el potentado montañés y acompañó sus palabras con cinco mil pesos sobre la mesa, gesto imitado por los hermanos asturianos Acisclo y Modesto del Valle quienes entre ambos igualaron la suma de Falla.
En mayo de ese año el topógrafo don Adolfo García, autor del plano de Cienfuegos de 1914, terminó el proyecto general de la obra y el 2 de junio, en ocasión de la boda del Rey de España, fue puesta la primera piedra.
Próximo al fin de los trabajos constructivos en mayo de 1908 un grupo de esposas de los industriales hispanos con negocios en Cienfuegos realizan una colecta con cuyos dineros iniciales se terminaría en 1910 la edificación de una coqueta capilla en los propios terrenos de la casa de salud. En los años 90 aquel inmueble que últimamente había servido de sede a la Cruz Roja fue rodeado por las hortalizas de un flamante organopónico, circunstancia previa a su posterior desaparición del entorno arquitectónico del cual celebramos su centenario.
Tras el cómputo final el costo de las obras ascendió en números redondos a unos 230 mil pesos, de los cuales la caja de la Colonia aportó 50 mil, y Falla Gutiérrez 37 mil de su peculio personal.
El 14 de julio de 1908 el edificio fue bendecido por el obispo fundador de la diócesis, Fray Aurelio Torres, y el 29 del mismo mes comenzó el traslado de los enfermos, operación realizada con acierto por don Modesto del Valle, presidente de la Sección de Beneficiencia del Casino, y con el concurso del personal facultativo dirigido por el doctor Luis Perna, una referencia en la historia de la medicina cienfueguera.
En 1923 estaban casi terminados los trabajos de instalación de una verja de hierro con base de mampostería a lo largo de la calle del Cid hasta el camino del Junco y también de la portada y pabellón de portería, frente a los cuales desemboca la calle de Campomanes.
El domingo 22 de mayo de 1927 como parte de las festividades de las Bodas de Plata de la República el Casino Español develó un busto de bronce con la efigie de don Laureano Falla Gutiérrez en el jardín de la casa administrativa del Sanatorio, institución a la que la prensa calificaba como “el más hermoso y sin discusión el mejor que existe en el Interior de Cuba”.
Por cierto, ¿alguien sabrá del destino de aquel monumento?
Pero no quería dejar en el olvido el centenario de la casa de salud, en la actualidad reconvertida en Policlínico Dr. Cecilio Ruiz de Zárate y otras dependencias del sistema sanitario.
El Casino Español de Cienfuegos irrumpió en la vida social de la entonces villa a fines de mayo de 1869 y un hito en su historia lo representó el baile de sala que el 5 de mayo de 1894 inauguró su sede en el edificio de San Fernando y San Luis, donde hoy funciona el Museo Provincial.
Finalizada la Guerra de Independencia y repatriadas las últimas fuerzas colonialistas en la Isla por el puerto de Jagua, en enero de 1899, la nueva coyuntura histórica y socio-económica condicionó que en agosto del propio año la Sociedad de Dependientes y las regionales hispanas: Benificiencia Gallega, Asturiana, Canaria, Catalana, Balear y Montañesa, decidieran fusionarse en el Casino Español de Cienfuegos, Centro de la Colonia Española.
Sumados los bienes de todos los entes mancomunados contabilizaron 54 mil 791 pesos con diez centavos en oro y cinco mil 392 pesos con 75 centavos en plata, apunta José María González Contreras en su folleto Reseña Histórica y Cronológica de la Colonia Española de Cienfuegos y su Sanatorio, publicado por la Imprenta de la calle San Carlos No. 129, en fecha posterior a 1923.
Los presidentes de los grupos regionales traían el mandato, aceptado por la nueva sociedad, de construir una casa de salud o sanatorio modelo. El artículo segundo del Reglamento de la institución proclamaba que estaba “en pie y subsistente la obligación y la necesidad de construir un gran sanatorio”.
La finca La Reforma, inmediata a la ciudad en dirección Sur, tenía una superficie de 186 mil varas planas y una elevación de 17 metros sobre el nivel del mar. Los dos primeros concursos para el proyecto de sanatorio fueron declarados desiertos en 1900 y 1901, respectivamente. A mediados de ese último año le fue encargado al ingeniero don Sotero Escarza la presentación del plano, memoria y proyecto de la futura obra.
Diversas causas fueron dilatando en el tiempo la construcción del conjunto arquitectónico. Por lo pronto los ejecutivos de la Colonia decidieron mejorar las condiciones de la quinta de salud que el Centro de Dependientes había incorporado al patrimonio del Casino.
Un giro en el proyecto significó la toma de posición de don Laureano Falla Gutiérrez al frente de la nueva directiva del Casino para el sexto período social, el 28 de enero de 1906. El industrial azucarero y hacendado que por entonces comenzaba a amasar una de las principales fortunas de la Isla puso como única condición “el acometer sin más demoras ni vacilaciones el problema del sanatorio”.
Predicó con su bolsillo el potentado montañés y acompañó sus palabras con cinco mil pesos sobre la mesa, gesto imitado por los hermanos asturianos Acisclo y Modesto del Valle quienes entre ambos igualaron la suma de Falla.
En mayo de ese año el topógrafo don Adolfo García, autor del plano de Cienfuegos de 1914, terminó el proyecto general de la obra y el 2 de junio, en ocasión de la boda del Rey de España, fue puesta la primera piedra.
Próximo al fin de los trabajos constructivos en mayo de 1908 un grupo de esposas de los industriales hispanos con negocios en Cienfuegos realizan una colecta con cuyos dineros iniciales se terminaría en 1910 la edificación de una coqueta capilla en los propios terrenos de la casa de salud. En los años 90 aquel inmueble que últimamente había servido de sede a la Cruz Roja fue rodeado por las hortalizas de un flamante organopónico, circunstancia previa a su posterior desaparición del entorno arquitectónico del cual celebramos su centenario.
Tras el cómputo final el costo de las obras ascendió en números redondos a unos 230 mil pesos, de los cuales la caja de la Colonia aportó 50 mil, y Falla Gutiérrez 37 mil de su peculio personal.
El 14 de julio de 1908 el edificio fue bendecido por el obispo fundador de la diócesis, Fray Aurelio Torres, y el 29 del mismo mes comenzó el traslado de los enfermos, operación realizada con acierto por don Modesto del Valle, presidente de la Sección de Beneficiencia del Casino, y con el concurso del personal facultativo dirigido por el doctor Luis Perna, una referencia en la historia de la medicina cienfueguera.
En 1923 estaban casi terminados los trabajos de instalación de una verja de hierro con base de mampostería a lo largo de la calle del Cid hasta el camino del Junco y también de la portada y pabellón de portería, frente a los cuales desemboca la calle de Campomanes.
El domingo 22 de mayo de 1927 como parte de las festividades de las Bodas de Plata de la República el Casino Español develó un busto de bronce con la efigie de don Laureano Falla Gutiérrez en el jardín de la casa administrativa del Sanatorio, institución a la que la prensa calificaba como “el más hermoso y sin discusión el mejor que existe en el Interior de Cuba”.
Por cierto, ¿alguien sabrá del destino de aquel monumento?
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lunes, 14 de julio de 2008
Jaime prepara la toma de La Habana
Un frondoso mamoncillo en la quinta San Rafael, donde hoy se levanta el Reparto Eléctrico, hizo las veces de hangar forestal del monoplano francés Morane Saulnier, uno de los últimos gritos de la bisoña tecnología aeronáutica. A la sombra de aquel mismo árbol frutal el quinceañero Jaime González había probado suerte con su rudimentario “chivo” alado.
Ahora, recién cumplidos los 22 años y con un brevet de la Federación Aeronáutica Internacional en el bolsillo, el hijo de un conductor de ómnibus de la línea Rodas-Cienfuegos iba a probar ante sus paisanos la valía de los conocimientos adquiridos en la academia Bleriot, de Châteaufort. El Hipódromo, diamante beisbolero de moda, estaba a reventar aquella tarde del 24 de febrero de 1914.
El primer vuelo pilotado por un cienfueguero en el cielo de la antigua Fernandina despegó a las seis y veintitrés y duró cinco minutos. Jaime sobrevoló la bahía y terrenos al este de la ciudad. La poca luz del atardecer y el entusiasmo del público apiñado sobre la pista provocaron un percance en el aterrizaje. El ala izquierda del Morane impactó con un poste del tendido de la Cuban Telephone Co, trazado a lo largo de la calle Cuartel.
Jaime fue sacado en hombros como si fuera en torero con faena de tres rabos y cuatro orejas, y el Hipódromo Las Ventas de Madrid. Pero el accidente impidió el vuelo a La Habana anunciado para la mañana siguiente. La fabricación por un taller cienfueguero de un par de nuevas alas para el pájaro galo demoraría entre seis y ocho días, informaba la prensa local.
El domingo 8 de marzo volvió a ser noticia el joven de la calle Colón. Temprano en la mañana realizó un vuelo de ensayo que alcanzó hasta el Castillo de Jagua y por la tarde de nuevo hubo mitin en la instalación deportiva de Marsillán. Primero dio una vuelta en redonda a la ciudad elevándose hasta los 800 metros y en el segundo se llegó hasta Punta Gorda y Cayo Carenas, con registro de mil metros en el altímetro. A las primeras horas del día siguiente realizó otro vuelo sin público.
A partir de entonces los horizontes comenzaron a crecer para el binomio Jaime-Morane. El 15 de marzo el ingenio Portugalete entró en la historia de la aeronáutica insular al recibirlos casi al amanecer. El trayecto de 20 kilómetros fue cubierto en nueve minutos. Hasta el central de los hermanos Escarza llegaron en tren, autos o a pie excursiones de Palmira, Caracas, Manuelita y otros sitios aledaños. Hubo un almuerzo suculento en homenaje al paladín que regresó a Cienfuegos con tres cartas, cimientos del correo postal cubano. Cuentan que al recibirlo en el Hipódromo alguien gritó: “Le cortaste las alas a Parlá y Rosillo”-
Una semana más tarde ellos solos hicieron la fiesta en Santa Isabel de las Lajas, punto de partida del primer vuelo de la jornada que sobrevoló el ingenio Santísima Trinidad, el poblado de El Salto y las fábricas de azúcar San Agustín, Andreíta y Caracas, donde aterrizó para descansar unos minutos. El segundo partió del central que había fomentado don Tomás Terry de donde voló a Cruces y tras realizar evoluciones sobre el pueblo de raigambre ferroviaria se dirigió a Lajas. Una rotura en el tubo de gasolina le obligó a tomar tierra un cuarto de legua antes del improvisado campo de aviación. Medio millar de lajeros, a caballo los unos a pie los otros, fueron al rescate del héroe del día a quienes trajeron de regreso al aviador, jinete sobre el lomo del Morane.
Los cálculos de la jornada anotados por El Comercio y La Correspondencia difieren entre los 64 y los 100 kilómetros y el cuarto o la media hora de duración. En cuanto a espectadores, coincidieron en contar a unas seis mil almas enamoradas del conquistador del aire.
A propósito del central Caracas, quisiera compartir varios apuntes del historiador del correo aéreo en Cuba, doctor Tomás Terry. En su libro editado por Ediciones Organismos en 1971 expuso su certeza de que Emilio Terry Dorticós, propietario de la que un tiempo fue la mayor fábrica azucarera del mundo y primer Secretario (ministro) de Agricultura en la República, tuvo la intención de adquirir un aeroplano en Francia para establecer la línea privada Habana-Cruces. Lo prueba las abundantes ofertas de industrias aeronavales galas encontradas en la correspondencia del hijo de don Tomás.
Entre esa papelería fueron descubiertos planos y proyectos para construir un campo de aviación en terrenos de su propiedad cercanos al escenario de la batalla de Mal Tiempo. En la casona del Caracas hospedó en 1911 al aviador francés Jean Bojeau, muerto después en el frente rumano durante la Primera Guerra Mundial.
Retomando el hilo de la crónica habría que referir los posteriores vuelos de Jaime González que llevó el jolgorio de la novedad a Trinidad, Palmira y San Fernando de Camarones.
En la Perla del Sur el 14 de abril trepó hasta los cinco mil pies de altura y en un vuelo de 20 minutos recorrió los barrios rurales circundantes, con el objetivo de probar las fuerzas del Morane para intentar el raid Cienfuegos-Habana, del cual se ocupará este blog en su próxima entrega.
Ahora, recién cumplidos los 22 años y con un brevet de la Federación Aeronáutica Internacional en el bolsillo, el hijo de un conductor de ómnibus de la línea Rodas-Cienfuegos iba a probar ante sus paisanos la valía de los conocimientos adquiridos en la academia Bleriot, de Châteaufort. El Hipódromo, diamante beisbolero de moda, estaba a reventar aquella tarde del 24 de febrero de 1914.
El primer vuelo pilotado por un cienfueguero en el cielo de la antigua Fernandina despegó a las seis y veintitrés y duró cinco minutos. Jaime sobrevoló la bahía y terrenos al este de la ciudad. La poca luz del atardecer y el entusiasmo del público apiñado sobre la pista provocaron un percance en el aterrizaje. El ala izquierda del Morane impactó con un poste del tendido de la Cuban Telephone Co, trazado a lo largo de la calle Cuartel.
Jaime fue sacado en hombros como si fuera en torero con faena de tres rabos y cuatro orejas, y el Hipódromo Las Ventas de Madrid. Pero el accidente impidió el vuelo a La Habana anunciado para la mañana siguiente. La fabricación por un taller cienfueguero de un par de nuevas alas para el pájaro galo demoraría entre seis y ocho días, informaba la prensa local.
El domingo 8 de marzo volvió a ser noticia el joven de la calle Colón. Temprano en la mañana realizó un vuelo de ensayo que alcanzó hasta el Castillo de Jagua y por la tarde de nuevo hubo mitin en la instalación deportiva de Marsillán. Primero dio una vuelta en redonda a la ciudad elevándose hasta los 800 metros y en el segundo se llegó hasta Punta Gorda y Cayo Carenas, con registro de mil metros en el altímetro. A las primeras horas del día siguiente realizó otro vuelo sin público.
A partir de entonces los horizontes comenzaron a crecer para el binomio Jaime-Morane. El 15 de marzo el ingenio Portugalete entró en la historia de la aeronáutica insular al recibirlos casi al amanecer. El trayecto de 20 kilómetros fue cubierto en nueve minutos. Hasta el central de los hermanos Escarza llegaron en tren, autos o a pie excursiones de Palmira, Caracas, Manuelita y otros sitios aledaños. Hubo un almuerzo suculento en homenaje al paladín que regresó a Cienfuegos con tres cartas, cimientos del correo postal cubano. Cuentan que al recibirlo en el Hipódromo alguien gritó: “Le cortaste las alas a Parlá y Rosillo”-
Una semana más tarde ellos solos hicieron la fiesta en Santa Isabel de las Lajas, punto de partida del primer vuelo de la jornada que sobrevoló el ingenio Santísima Trinidad, el poblado de El Salto y las fábricas de azúcar San Agustín, Andreíta y Caracas, donde aterrizó para descansar unos minutos. El segundo partió del central que había fomentado don Tomás Terry de donde voló a Cruces y tras realizar evoluciones sobre el pueblo de raigambre ferroviaria se dirigió a Lajas. Una rotura en el tubo de gasolina le obligó a tomar tierra un cuarto de legua antes del improvisado campo de aviación. Medio millar de lajeros, a caballo los unos a pie los otros, fueron al rescate del héroe del día a quienes trajeron de regreso al aviador, jinete sobre el lomo del Morane.
Los cálculos de la jornada anotados por El Comercio y La Correspondencia difieren entre los 64 y los 100 kilómetros y el cuarto o la media hora de duración. En cuanto a espectadores, coincidieron en contar a unas seis mil almas enamoradas del conquistador del aire.
A propósito del central Caracas, quisiera compartir varios apuntes del historiador del correo aéreo en Cuba, doctor Tomás Terry. En su libro editado por Ediciones Organismos en 1971 expuso su certeza de que Emilio Terry Dorticós, propietario de la que un tiempo fue la mayor fábrica azucarera del mundo y primer Secretario (ministro) de Agricultura en la República, tuvo la intención de adquirir un aeroplano en Francia para establecer la línea privada Habana-Cruces. Lo prueba las abundantes ofertas de industrias aeronavales galas encontradas en la correspondencia del hijo de don Tomás.
Entre esa papelería fueron descubiertos planos y proyectos para construir un campo de aviación en terrenos de su propiedad cercanos al escenario de la batalla de Mal Tiempo. En la casona del Caracas hospedó en 1911 al aviador francés Jean Bojeau, muerto después en el frente rumano durante la Primera Guerra Mundial.
Retomando el hilo de la crónica habría que referir los posteriores vuelos de Jaime González que llevó el jolgorio de la novedad a Trinidad, Palmira y San Fernando de Camarones.
En la Perla del Sur el 14 de abril trepó hasta los cinco mil pies de altura y en un vuelo de 20 minutos recorrió los barrios rurales circundantes, con el objetivo de probar las fuerzas del Morane para intentar el raid Cienfuegos-Habana, del cual se ocupará este blog en su próxima entrega.
miércoles, 25 de junio de 2008
A Cienfuegos le nace un Ícaro
La víspera de su decinoveno cumpleaños, el 12 de febrero de 1911, al cienfueguero Jaime González Crocier la vida le hizo un regalo de lujo con el mitin de aviación celebrado en los terrenos del antiguo Hipódromo.
Mientras asistía a las evoluciones que pespunteaba su coetáneo canadiense James Ward a bordo de un biplano Curtiss en el cielo invernal y dominguero que cobijaba el barrio de Marsillán, Jaime reafirmó su decisión de dedicarse en cuerpo y alma a la última forma de locomoción patentada por el hombre.
Cuatro años antes había dado que hablar en Cienfuegos al construirse una rudimentaria nave voladora, que halada por un automóvil, mediante el cable empalmador de ambas carrocerías, logró vencer por unos instantes la fuerza de gravedad terrestre y mirar el suelo desde los 20metros de altura.
En junio de 1913 mientras navegaba por el Atlántico en el vapor Corcovado, Jaime descontaba las millas que lo separaban de su sueño mayor, la escuela de aviación parisina de Bleriot. A principios de junio ya estaba en la academia, donde entrenaría junto al propio as francés Luois Bleriot y tendría de condiscípulos a otras leyendas en ciernes de la navegación aérea como Pegoud y Vedrines.
El cielo de la Ciudad Luz devino telón de fantasía donde el cubano fue de los primeros mortales en dibujar el looping the loop o vuelo invertido, creación de Pegoud. Tal maniobra resultó su tesis de grado el 15 de diciembre del propio año, cuando la Federación Aeronáutica Internacional lo premió con el brevet número 1566, licencia que le autorizaba a surcar las alturas de cualquier latitud terrestre.
Si para el viaje de Jaime a la capital francesa fue necesario el concurso económico de algunos cienfuegueros entusiastas de la causa del aspirante a Ícaro, la empresa de comprar un monoplano Morane Saulnier para que el recién graduado tuviera su propio corcel, requirió nuevas y mayores contribuciones.
El viernes 21 de febrero de 1914 el vapor alemán Bavaria trajo al primer aviador cienfueguero de regreso a La Habana. Un día después Jaime sacaba el Morane de la Aduana capitalina y al amanecer del domingo su ciudad natal lo recibía con honores que incluían los acordes de la Banda Municipal. Las visitas de cortesía llevaron al egresado de la Bleriot por el Ayuntamiento, el Centro de Veteranos y la Juventud Progresista, donde fue agasajado con sidra y dulces. Luego a la casa de Lázaro Díaz, su protector, y finalmente al domicilio familiar en Colón número 50.
Transportado por el tren excursionista procedente de Sagua, que lo recogió en Cruces, el Morane también arribó el domingo temprano y de inmediato fue llevado hasta el Hipódromo, escenario desde donde el lunes Jaime demostraría a sus paisanos todo lo aprendido en sus siete meses parisinos.
Por la tarde visitó el Colegio de los Padres Jesuitas y se entrevistó con el sacerdote Sarasola, encargado del Observatorio de aquel plantel, quien le prometió una carta geográfica para el estudio de la posible ruta aérea Cienfuegos-Habana. En el Liceo su presidente, doctor Antonio J. Font, lo recibió con un ponche de champagne; y al final de la jornada de homenajes el alcalde municipal, coronel Juan Florencio Cabrera, le abrió las puertas de su residencia particular.
La prensa anunció en sus ediciones del lunes un mitin de aviación con Jaime como protagonista, en el Hipódromo ese mismo día, y un vuelo Cienfuegos-Habana para el martes. Sobre esa ruta el joven piloto había recabado datos al capitán del vapor Caridad Padilla, surto en puerto. A bordo del Morane Jaime llevaría correspondencia para el presidente de la República, general Menocal, despachadas por el alcalde Cabrera, el administrador de la Aduana y el comandante de la Guardia Rural, respectivamente.
Al propio tiempo Juan O’Bourke enviaba a los medios una carta-llamamiento intitulada Salvemos a Jaime González, texto público en el cual convocaba a la sociedad cienfueguera a pagar los dos mil pesos que el piloto y su familia adeudaban aún a la American Trading Co por el monoplano francés.
El 24 de febrero de 1914, mientras los cubanos festejaban 19 años de la epopeya de Baire, Jaime González voló por primera vez ante su público, para acreditarse ante la historia como el tercer aviador de la Isla, sólo antecedido por Agustín Parlá (1887-1946) y Domingo Rosillo (1878-1958). Y de hecho el primer cubano rellollo, pues Tín vio la luz en Cayo Hueso y Mingo en Orán, Argelia.
Mientras asistía a las evoluciones que pespunteaba su coetáneo canadiense James Ward a bordo de un biplano Curtiss en el cielo invernal y dominguero que cobijaba el barrio de Marsillán, Jaime reafirmó su decisión de dedicarse en cuerpo y alma a la última forma de locomoción patentada por el hombre.
Cuatro años antes había dado que hablar en Cienfuegos al construirse una rudimentaria nave voladora, que halada por un automóvil, mediante el cable empalmador de ambas carrocerías, logró vencer por unos instantes la fuerza de gravedad terrestre y mirar el suelo desde los 20metros de altura.
En junio de 1913 mientras navegaba por el Atlántico en el vapor Corcovado, Jaime descontaba las millas que lo separaban de su sueño mayor, la escuela de aviación parisina de Bleriot. A principios de junio ya estaba en la academia, donde entrenaría junto al propio as francés Luois Bleriot y tendría de condiscípulos a otras leyendas en ciernes de la navegación aérea como Pegoud y Vedrines.
El cielo de la Ciudad Luz devino telón de fantasía donde el cubano fue de los primeros mortales en dibujar el looping the loop o vuelo invertido, creación de Pegoud. Tal maniobra resultó su tesis de grado el 15 de diciembre del propio año, cuando la Federación Aeronáutica Internacional lo premió con el brevet número 1566, licencia que le autorizaba a surcar las alturas de cualquier latitud terrestre.
Si para el viaje de Jaime a la capital francesa fue necesario el concurso económico de algunos cienfuegueros entusiastas de la causa del aspirante a Ícaro, la empresa de comprar un monoplano Morane Saulnier para que el recién graduado tuviera su propio corcel, requirió nuevas y mayores contribuciones.
El viernes 21 de febrero de 1914 el vapor alemán Bavaria trajo al primer aviador cienfueguero de regreso a La Habana. Un día después Jaime sacaba el Morane de la Aduana capitalina y al amanecer del domingo su ciudad natal lo recibía con honores que incluían los acordes de la Banda Municipal. Las visitas de cortesía llevaron al egresado de la Bleriot por el Ayuntamiento, el Centro de Veteranos y la Juventud Progresista, donde fue agasajado con sidra y dulces. Luego a la casa de Lázaro Díaz, su protector, y finalmente al domicilio familiar en Colón número 50.
Transportado por el tren excursionista procedente de Sagua, que lo recogió en Cruces, el Morane también arribó el domingo temprano y de inmediato fue llevado hasta el Hipódromo, escenario desde donde el lunes Jaime demostraría a sus paisanos todo lo aprendido en sus siete meses parisinos.
Por la tarde visitó el Colegio de los Padres Jesuitas y se entrevistó con el sacerdote Sarasola, encargado del Observatorio de aquel plantel, quien le prometió una carta geográfica para el estudio de la posible ruta aérea Cienfuegos-Habana. En el Liceo su presidente, doctor Antonio J. Font, lo recibió con un ponche de champagne; y al final de la jornada de homenajes el alcalde municipal, coronel Juan Florencio Cabrera, le abrió las puertas de su residencia particular.
La prensa anunció en sus ediciones del lunes un mitin de aviación con Jaime como protagonista, en el Hipódromo ese mismo día, y un vuelo Cienfuegos-Habana para el martes. Sobre esa ruta el joven piloto había recabado datos al capitán del vapor Caridad Padilla, surto en puerto. A bordo del Morane Jaime llevaría correspondencia para el presidente de la República, general Menocal, despachadas por el alcalde Cabrera, el administrador de la Aduana y el comandante de la Guardia Rural, respectivamente.
Al propio tiempo Juan O’Bourke enviaba a los medios una carta-llamamiento intitulada Salvemos a Jaime González, texto público en el cual convocaba a la sociedad cienfueguera a pagar los dos mil pesos que el piloto y su familia adeudaban aún a la American Trading Co por el monoplano francés.
El 24 de febrero de 1914, mientras los cubanos festejaban 19 años de la epopeya de Baire, Jaime González voló por primera vez ante su público, para acreditarse ante la historia como el tercer aviador de la Isla, sólo antecedido por Agustín Parlá (1887-1946) y Domingo Rosillo (1878-1958). Y de hecho el primer cubano rellollo, pues Tín vio la luz en Cayo Hueso y Mingo en Orán, Argelia.
lunes, 16 de junio de 2008
Locos por la aviación
La aviación estaba más en pañales que un niño de dos días de nacido cuando Cienfuegos asistió al espectáculo que constituyó el primer mitin aéreo en el cielo de Jagua, la tarde del domingo 12 de febrero de 1911.
Los tres vuelos del aviador canadiense James Ward desde la improvisada pista del Hipódromo formaron parte del primer capítulo de la aviación en Cuba. Tal fue la fiebre por presenciar las piruetas del émulo de Ícaro que la prensa comparó la animación y la cantidad de público en las calles de la ciudad con las del 20 de mayo de 1902.
La Semana de Aviación organizada en La Habana por la Curtiss Exhibition Company en los primeros días de febrero contagió de entusiasmo a algunos emprendedores cienfuegueros que decidieron montar el espectáculo unos días después en la Perla del Sur.
El llamado Circuito Curtiss agrupaba a pilotos que ya coqueteaban con la fama en cielos de Norteamérica y Europa, entre ellos Lincoln Beachy, ganador de la Copa de Reims (Francia) en 1910, John Douglas Mc Curdy, August Post, George Russell, Gardner Hubbard y el propio James Ward, el benjamín de la escuadrilla con 19 años.
Los periódicos contribuían a fomentar el ambiente propicio para las demostraciones de los ases del aire. La Correspondencia publicaba en primera plana casi un día si y otro también fotos de aquellos dinosáuricos biplanos, y en las interiores reseñas del reciente vuelo Cayo Hueso-Habana protagonizado por Mc Curdy, de la fiesta aérea en la capital y los preparativos para la exhibición en el Hipódromo local.
El 4 de febrero bajo el socorrido epígrafe de La aviación en Cienfuegos daba cuenta de los intercambios verbales del alcalde Nene Méndez con personalidades de la ciudad a fin de que la Perla del Sur “tenga también su semanita de aviación”. Y al día siguiente informó sobre la fructificación de las gestiones del primer edil y el Ayuntamiento, quienes acordaron traer acá a uno de los pilotos del Circuito Curtiss. Don Luis Estrada, representante del grupo aéreo, firmó el documento con el concejal José Villapol.
En principio la exhibición tendría como escenario el antiguo terreno de béisbol, al final del Paseo de Vives, por ser el único campo apropiado para las demostraciones y el aviador contratado sería el canadiense Mc Curdy, especulaban los gacetilleros. La conformación del premio de dos mil pesos a conceder al atleta de las alas estuvo sobre el tapete por aquellos días en las sesiones nocturnas del Ayuntamiento, que finalmente aprobó una suma de 500. Entre las instituciones la Colonia Española puso 200 en la cuenta, mientras las sociedades Liceo, Luz y Caballero, Minerva y el Centro Gallego anunciaban su disposición de colaborar con los honorarios. Al tiempo que el día 8 el comercio comenzó una colecta para cubrir el importe total del galardón.
Aunque no lo era en el papel, Cienfuegos hacía las veces de capital provincial de Las Villas, por lo menos en cuanto a desarrollo y novedades se refería. Así lo prueban las numerosas excursiones anunciadas desde distintos municipios para presenciar aquí el espectáculo del aire.
Ya para el viernes 10 habían cambiado los planes en cuanto al protagonista de la función y el diario de Díaz y Velis publicaba en portada una foto del biplano de Mr. Ward “que volará en esta ciudad el domingo”.
A aires revueltos, ganancia de negociantes, parecía reinterpretar el refrán el señor Ramón Gándara, propietario de la óptica La Sección X, en De Clouet, 28-A, que recomendaba por medio de un suelto periodístico a “quienes no pudieran ir al campo de Marsillán a disfrutar del espectáculo, proveerse de unos gemelos a módico precio”.
El sábado 11 era noticia la llegada del conocido empresario de teatros, don Eusebio Azcue, quien tuvo a su cargo la contratación de Ward. Dada por hecha la presencia del joven aviador, acompañado por dos ingenieros mecánicos, la prensa abundaba en detalles de los preparativos. La Banda Municipal de Conciertos y la del Cuerpo de Bomberos animarían el espectáculo, para el cual las entradas por valor de un peso plata española ya estaban a la venta en los cafés Los Espumosos, El Parque, Dos de Mayo, Central, El Louvre y El Bosque. Para el que pretendiera dárselas de listo advertía del tándem Policía-Guardia Rural, encargado de que nadie accediera al Hipódromo sin abonar el correspondiente billete.
Llegó la tarde que haría historia en Cienfuegos. Mr. R. Calhoun, representante general de la Curtiss, había confirmado que el motor del biplano de Ward, ocho cilindros y 50 caballos de fuerza, era similar al empleado días antes por Mc Curdy en su vuelo alrededor de la farola del Morro. El aparato podía alcanzar una velocidad de hasta 70 millas por hora.
A las tres y cuarto el joven aviador entró al campo en su automóvil. Lo acompañaban el alcalde Méndez, Azcue, Villapol, Estrada y Calhoun. Los tres vuelos se iniciaron a las 4:10 p.m., 4:31 y 5:08, con duraciones de cinco, siete y nueve minutos, respectivamente. En todas las ocasiones el piloto fue premiado con sendas ovaciones. En el último hubo entrada libre para los curiosos cuyos bolsillos no podían permitirse el lujo de la plata española.
En el tercero Ward calculó que logró elevarse hasta unos tres mil pies y hubiera trepado más de no haber sentido una interrupción en el motor.
Desde su privilegiada atalaya en el Observatorio del Colegio Montserrat, telescopio en mano el padre Sarasola dejó sus apuntes del acontecimiento. De la crónica del religioso rescato dos líneas: “...el aeroplano a los lejos se parece a un pájaro grande, pero un pájaro especial que no estamos acostumbrados a ver en los trópicos”.
Los tres vuelos del aviador canadiense James Ward desde la improvisada pista del Hipódromo formaron parte del primer capítulo de la aviación en Cuba. Tal fue la fiebre por presenciar las piruetas del émulo de Ícaro que la prensa comparó la animación y la cantidad de público en las calles de la ciudad con las del 20 de mayo de 1902.
La Semana de Aviación organizada en La Habana por la Curtiss Exhibition Company en los primeros días de febrero contagió de entusiasmo a algunos emprendedores cienfuegueros que decidieron montar el espectáculo unos días después en la Perla del Sur.
El llamado Circuito Curtiss agrupaba a pilotos que ya coqueteaban con la fama en cielos de Norteamérica y Europa, entre ellos Lincoln Beachy, ganador de la Copa de Reims (Francia) en 1910, John Douglas Mc Curdy, August Post, George Russell, Gardner Hubbard y el propio James Ward, el benjamín de la escuadrilla con 19 años.
Los periódicos contribuían a fomentar el ambiente propicio para las demostraciones de los ases del aire. La Correspondencia publicaba en primera plana casi un día si y otro también fotos de aquellos dinosáuricos biplanos, y en las interiores reseñas del reciente vuelo Cayo Hueso-Habana protagonizado por Mc Curdy, de la fiesta aérea en la capital y los preparativos para la exhibición en el Hipódromo local.
El 4 de febrero bajo el socorrido epígrafe de La aviación en Cienfuegos daba cuenta de los intercambios verbales del alcalde Nene Méndez con personalidades de la ciudad a fin de que la Perla del Sur “tenga también su semanita de aviación”. Y al día siguiente informó sobre la fructificación de las gestiones del primer edil y el Ayuntamiento, quienes acordaron traer acá a uno de los pilotos del Circuito Curtiss. Don Luis Estrada, representante del grupo aéreo, firmó el documento con el concejal José Villapol.
En principio la exhibición tendría como escenario el antiguo terreno de béisbol, al final del Paseo de Vives, por ser el único campo apropiado para las demostraciones y el aviador contratado sería el canadiense Mc Curdy, especulaban los gacetilleros. La conformación del premio de dos mil pesos a conceder al atleta de las alas estuvo sobre el tapete por aquellos días en las sesiones nocturnas del Ayuntamiento, que finalmente aprobó una suma de 500. Entre las instituciones la Colonia Española puso 200 en la cuenta, mientras las sociedades Liceo, Luz y Caballero, Minerva y el Centro Gallego anunciaban su disposición de colaborar con los honorarios. Al tiempo que el día 8 el comercio comenzó una colecta para cubrir el importe total del galardón.
Aunque no lo era en el papel, Cienfuegos hacía las veces de capital provincial de Las Villas, por lo menos en cuanto a desarrollo y novedades se refería. Así lo prueban las numerosas excursiones anunciadas desde distintos municipios para presenciar aquí el espectáculo del aire.
Ya para el viernes 10 habían cambiado los planes en cuanto al protagonista de la función y el diario de Díaz y Velis publicaba en portada una foto del biplano de Mr. Ward “que volará en esta ciudad el domingo”.
A aires revueltos, ganancia de negociantes, parecía reinterpretar el refrán el señor Ramón Gándara, propietario de la óptica La Sección X, en De Clouet, 28-A, que recomendaba por medio de un suelto periodístico a “quienes no pudieran ir al campo de Marsillán a disfrutar del espectáculo, proveerse de unos gemelos a módico precio”.
El sábado 11 era noticia la llegada del conocido empresario de teatros, don Eusebio Azcue, quien tuvo a su cargo la contratación de Ward. Dada por hecha la presencia del joven aviador, acompañado por dos ingenieros mecánicos, la prensa abundaba en detalles de los preparativos. La Banda Municipal de Conciertos y la del Cuerpo de Bomberos animarían el espectáculo, para el cual las entradas por valor de un peso plata española ya estaban a la venta en los cafés Los Espumosos, El Parque, Dos de Mayo, Central, El Louvre y El Bosque. Para el que pretendiera dárselas de listo advertía del tándem Policía-Guardia Rural, encargado de que nadie accediera al Hipódromo sin abonar el correspondiente billete.
Llegó la tarde que haría historia en Cienfuegos. Mr. R. Calhoun, representante general de la Curtiss, había confirmado que el motor del biplano de Ward, ocho cilindros y 50 caballos de fuerza, era similar al empleado días antes por Mc Curdy en su vuelo alrededor de la farola del Morro. El aparato podía alcanzar una velocidad de hasta 70 millas por hora.
A las tres y cuarto el joven aviador entró al campo en su automóvil. Lo acompañaban el alcalde Méndez, Azcue, Villapol, Estrada y Calhoun. Los tres vuelos se iniciaron a las 4:10 p.m., 4:31 y 5:08, con duraciones de cinco, siete y nueve minutos, respectivamente. En todas las ocasiones el piloto fue premiado con sendas ovaciones. En el último hubo entrada libre para los curiosos cuyos bolsillos no podían permitirse el lujo de la plata española.
En el tercero Ward calculó que logró elevarse hasta unos tres mil pies y hubiera trepado más de no haber sentido una interrupción en el motor.
Desde su privilegiada atalaya en el Observatorio del Colegio Montserrat, telescopio en mano el padre Sarasola dejó sus apuntes del acontecimiento. De la crónica del religioso rescato dos líneas: “...el aeroplano a los lejos se parece a un pájaro grande, pero un pájaro especial que no estamos acostumbrados a ver en los trópicos”.
lunes, 9 de junio de 2008
Casa Terry
La Casa Terry no es la casa de Terry. Distan cuatro cuadras la una de la otra. La segunda, el hogar donde el matrimonio Terry-Dorticós procreó tantos hijos y un abolengo, hospeda hace años la escuela primaria Ignacio Agramonte y antes fue el claustro de las Teresianas.
Pero la Casa Terry, las oficinas de la empresa comercial fundada por aquel caraqueño flaco y recio que vino veinteañero a esta ciudad en el año en que comenzó a llamarse Cienfuegos, es decir 1829, se levanta en la esquina formada por Dorticós y Bouyon.
En el patio la lozanía de una ceiba, a todas luces mucho más joven que la construcción, la protege contra los maleficios de la edad avanzada.
Los nombres y apellidos de la mayoría de los potentados del siglo XIX, Leblanc por ejemplo, que como factores de dinamismo económico fomentaron el auge de esta ciudad yacen hoy en el olvido. El de Terry pervive en el teatro que legó al cerrar los ojos un día del verano de 1886 en París. Y la otra huella palpable es la Casa Terry.
Si el ciento por ciento de los cienfuegueros conoce, se maravilla y deslumbra ante el coliseo de San Carlos y San Luis, pocos saben de la existencia de la oficina desde Don Tomás movía los hilos financieros que le encumbraron como el hombre más rico de Cuba en el siglo XIX.
Al historiador estadounidense Roland Taylor Ely le debemos un retrato económico, pero a la vez humano, del hombre de éxito que al fin de sus días amasaba una fortuna del orden de los 20 millones de pesos. Cifra difícil de imaginar para quien hubiera visto desembarcar al joven Tomás Terry y Adams de una goleta surta en el puerto de Jagua, procedente de Caracas, o quizá de Curazao, sin más haberes que un físico envidiable y unas ganas de triunfar a prueba de balas.
A mediados de los años 50 del pasado siglo el joven investigador con estudios en Pricenton y Harvard tuvo el privilegio de ser el primero en acceder a los archivos de la Casa Terry, cerrados desde 1884. De su inmersión en la papelería, escarbando en al mina de débitos y haberes, exprimió el jugo necesario para escribir “Tomás Terry, el Creso cubano”, las 42 páginas del quinto y último capítulo de su libro Comerciantes cubanos del siglo XIX, publicado en 1959 por la habanera Editorial Librería Martí.
Las aventuras económicas del financista internacional que prestó dinero a los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia, Rusia, Perú y Brasil son terreno para obras mayores del ensayo o la biografía. Esta crónica se conforma con el intento de posar decenas de miradas cienfuegueras sobre el inmueble de Dorticós y Bouyón, que al parecer nada más cuenta con la protección de la ceiba lozana del patio.
Así describió hace más de medio siglo Roland T. Ely su encuentro con la clausurada casa comercial: “La oficina de Tomás Terry ha soportado con más éxito los ataques del tiempo y del clima. El cuidó de que sólo los mejores materiales –cedro y caoba- que son impenetrables por el comején, se usaran en su construcción.Su cuadrada silueta puede verse rápidamente a una distancia de dos o tres millas desde el barco que hace la travesía entre Cienfuegos y los pequeños pueblos en derredor de la vasta bahía de Jagua.
Luego relata que en la casa habitaba por entonces una anciana pareja que en sus días felices trabajó “en el ‘Caracas’, la celebrada hacienda azucarera de la familia Terry al norte de Cienfuegos”. A cambio de cuidar los enseres del edificio los descendientes del magnate venezolano-cubano le permitían vivir gratis en tres aireadas habitaciones del piso bajo.
El acceso a la oficina estaba franqueado por un par de gruesas puertas, tachonadas en cobre, sobre las que llamó su atención una aldaba en forma de mano femenina.
Roland T. Ely experimentó al sensación de ser “el Rip Van Winkle cubano” al descubrirse protagonista en aquella especie de viaje en la máquina del tiempo.
“Escupideras chinas ya agrietadas se mantienen aún al lado de los sillones con espaldar de junco. Las delicadas balanzas de bronce, diseñadas para pesar oro, reposan inmóviles bajo su cristal protector y su cubierta de caoba. Resaltando sobre la pared sur hay una enorme caja de caudales de hierro, una Salamander hecha en Nueva York durante los años cincuenta. El escritorio del cajero y una oficina de correos en miniatura para archivar la correspondencia que llegaba de tres continentes, pueden también encontrarse en la misma posición que ocuparon hace un siglo. El mismo Don Tomás aún supervisa el local, desde un grabado en acero que cuelga sobre la pared este. Sólo Yrizar y los empleados menores, encaramados ante los enormes libros de cuentas encuadernados en piel, serían necesarios para completar el cuadro tal como era en los tiempos de Terry”.
Pero la Casa Terry, las oficinas de la empresa comercial fundada por aquel caraqueño flaco y recio que vino veinteañero a esta ciudad en el año en que comenzó a llamarse Cienfuegos, es decir 1829, se levanta en la esquina formada por Dorticós y Bouyon.
En el patio la lozanía de una ceiba, a todas luces mucho más joven que la construcción, la protege contra los maleficios de la edad avanzada.
Los nombres y apellidos de la mayoría de los potentados del siglo XIX, Leblanc por ejemplo, que como factores de dinamismo económico fomentaron el auge de esta ciudad yacen hoy en el olvido. El de Terry pervive en el teatro que legó al cerrar los ojos un día del verano de 1886 en París. Y la otra huella palpable es la Casa Terry.
Si el ciento por ciento de los cienfuegueros conoce, se maravilla y deslumbra ante el coliseo de San Carlos y San Luis, pocos saben de la existencia de la oficina desde Don Tomás movía los hilos financieros que le encumbraron como el hombre más rico de Cuba en el siglo XIX.
Al historiador estadounidense Roland Taylor Ely le debemos un retrato económico, pero a la vez humano, del hombre de éxito que al fin de sus días amasaba una fortuna del orden de los 20 millones de pesos. Cifra difícil de imaginar para quien hubiera visto desembarcar al joven Tomás Terry y Adams de una goleta surta en el puerto de Jagua, procedente de Caracas, o quizá de Curazao, sin más haberes que un físico envidiable y unas ganas de triunfar a prueba de balas.
A mediados de los años 50 del pasado siglo el joven investigador con estudios en Pricenton y Harvard tuvo el privilegio de ser el primero en acceder a los archivos de la Casa Terry, cerrados desde 1884. De su inmersión en la papelería, escarbando en al mina de débitos y haberes, exprimió el jugo necesario para escribir “Tomás Terry, el Creso cubano”, las 42 páginas del quinto y último capítulo de su libro Comerciantes cubanos del siglo XIX, publicado en 1959 por la habanera Editorial Librería Martí.
Las aventuras económicas del financista internacional que prestó dinero a los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia, Rusia, Perú y Brasil son terreno para obras mayores del ensayo o la biografía. Esta crónica se conforma con el intento de posar decenas de miradas cienfuegueras sobre el inmueble de Dorticós y Bouyón, que al parecer nada más cuenta con la protección de la ceiba lozana del patio.
Así describió hace más de medio siglo Roland T. Ely su encuentro con la clausurada casa comercial: “La oficina de Tomás Terry ha soportado con más éxito los ataques del tiempo y del clima. El cuidó de que sólo los mejores materiales –cedro y caoba- que son impenetrables por el comején, se usaran en su construcción.Su cuadrada silueta puede verse rápidamente a una distancia de dos o tres millas desde el barco que hace la travesía entre Cienfuegos y los pequeños pueblos en derredor de la vasta bahía de Jagua.
Luego relata que en la casa habitaba por entonces una anciana pareja que en sus días felices trabajó “en el ‘Caracas’, la celebrada hacienda azucarera de la familia Terry al norte de Cienfuegos”. A cambio de cuidar los enseres del edificio los descendientes del magnate venezolano-cubano le permitían vivir gratis en tres aireadas habitaciones del piso bajo.
El acceso a la oficina estaba franqueado por un par de gruesas puertas, tachonadas en cobre, sobre las que llamó su atención una aldaba en forma de mano femenina.
Roland T. Ely experimentó al sensación de ser “el Rip Van Winkle cubano” al descubrirse protagonista en aquella especie de viaje en la máquina del tiempo.
“Escupideras chinas ya agrietadas se mantienen aún al lado de los sillones con espaldar de junco. Las delicadas balanzas de bronce, diseñadas para pesar oro, reposan inmóviles bajo su cristal protector y su cubierta de caoba. Resaltando sobre la pared sur hay una enorme caja de caudales de hierro, una Salamander hecha en Nueva York durante los años cincuenta. El escritorio del cajero y una oficina de correos en miniatura para archivar la correspondencia que llegaba de tres continentes, pueden también encontrarse en la misma posición que ocuparon hace un siglo. El mismo Don Tomás aún supervisa el local, desde un grabado en acero que cuelga sobre la pared este. Sólo Yrizar y los empleados menores, encaramados ante los enormes libros de cuentas encuadernados en piel, serían necesarios para completar el cuadro tal como era en los tiempos de Terry”.
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lunes, 2 de junio de 2008
Jack Johnson en Cienfuegos: Rumbo a la componenda del siglo
El atraque en muelle cienfueguero del pailebot de bandera estadounidense Henry E. Kreger, a las diez y media de la mañana del sábado 21 de febrero de 1915, permanecería en el anonimato de los registros aduanales del entonces muy activo puerto de Jagua, si por su escala no hubiera bajado a tierra Jack Johnson, el primer boxeador negro campeón mundial de peso pesado.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
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República
Jack Johnson en Cienfuegos: Rumbo a la componenda del siglo
El atraque en muelle cienfueguero del pailebot de bandera estadounidense Henry E. Kreger, a las diez y media de la mañana del sábado 21 de febrero de 1915, permanecería en el anonimato de los registros aduanales del entonces muy activo puerto de Jagua, si por su escala no hubiera bajado a tierra Jack Johnson, el primer boxeador negro campeón mundial de peso pesado.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
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historia,
Jack Johnson,
República
Jack Johnsonen Cienfuegos: Rumbo a la componenda del siglo
El atraque en muelle cienfueguero del pailebot de bandera estadounidense Henry E. Kreger, a las diez y media de la mañana del sábado 21 de febrero de 1915, permanecería en el anonimato de los registros aduanales del entonces muy activo puerto de Jagua, si por su escala no hubiera bajado a tierra Jack Johnson, el primer boxeador negro campeón mundial de peso pesado.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
La noticia reseñada por el periódico El Comercio en la página cuarta de su edición dominical apunta que el transporte de 991 toneladas netas al mando del capitán Mr. I.W. Colbeth, procedía de Las Barbadas, donde el Gigante de Galveston lo había fletado por cinco mil dólares.
Rafael Siverio, segundo jefe de inspectores de la aduana de Cienfuegos, tuvo la gentileza de trasladar en la lancha Candita, al servicio de la institución arancelaria, a un reporter del periódico quien logró una breve entrevista a bordo con el hombre que ostentaba la corona mundial heavyweight desde 1908.
Por aquellos años de guerra en el Mundo y Revolución en México el negro de 97 kilos de músculos empaquetados en un metro 85 acaparaba casi tantos cintillos de prensa como las contiendas bélicas. Por tres sencillas razones: había apaleado a los blancos Tommy Burns (campeón defensor canadiense) en Sydney -1908 y Jim Jeffries (compatriota retador), en Reno, Nevada -1910; cometió la osadía de romper un tabú estadounidense al casarse con la anglosajona Etta Duryea y tras el suicidio de esta, flirtear con su también caucásica secretaria Lucille Cameron. Demasiadas afrentas para el puritanismo del país gigante con pies morales de barro.
El juez Kenesaw Mountain Landis, quien luego sería Comisionado de Béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel y multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con “propósitos inmorales”.
Aunque apeló la sentencia y se casó con su asistente, por si las moscas el peso completo abandonó el país. Cuando puso proa a Cienfuegos desde una isla de las Indias Occidentales ya habían desandado caminos de Canadá. México y Francia.
Al enviado de El Comercio le comentó sobre la imposibilidad de ser extraditado de Cuba porque la trata de blancas, el delito del cual se le acusaba en Estados Unidos, no figuraba en el convenio en esa materia entre La Habana y Washington.
Que no sabía si ofrecería algún match en escenario habanero aunque había recibido proposición al respecto del manager que regenteaba el parque del Maine. En caso de presentarse la oportunidad estaba dispuesto a defender la corona superpesada en la mexicana Ciudad Juárez.
Por aquella época la firma de los reporteros al pie de sus artículos era un ave rara en la prensa cubana. Pero aquel informador anónimo dio cuenta del desembarco de J.J. y su comitiva, quienes le acompañaron a las oficinas de Inmigración.
En la Aduana pagó 37.90 dólares por el derecho de unas cintas cinematográficas que llevaba consigo. Aquellos rollos de celuloide serían entonces como estuches de DVD o jueguitos de Play Station hoy. Lo que estaba de moda tras el invento genial de los Lumiere, 20 años antes.
Lucille Cameron, una gringa de grupas artesanales y rostro de ángel conspirador, debió conmocionar a la población masculina mientras pisaba los adoquines de estas calles rectas. De los 23 bultos que desembarcó su consorte, dos eran baúles repletos de sombreros elegantes para cubrir del sol tropical la cabellera rubia de la ex secretaria.
Esa misma noche los Johnson y compañía tomaron el tren rápido rumbo a la capital isleña. Cienfuegos quedaría en la historia del boxeo profesional como el punto de partida de la que en vez de pelea, sería la componenda del siglo.
Aconteció la tarde habanera del domingo cinco de abril del propio año 15. En un ring montado en el Hipódromo Oriental Park de Marianao, el negro John Arthur Johnson expuso la faja frente a Jess Willard, un tipo de 33 años de edad que sólo llevaba tres entre las cuerdas.
Como la Gran Esperanza Blanca había bautizado la prensa amarillista norteña al campesino de Kansas, de más de dos metros y 109 kilos, llegado a La Habana desde mediados de marzo con la encomienda de derrotar a como diera lugar a quien de niño fuera lavador de platos en Galveston, Texas.
La pelea fue pactada a 45 rounds, tres horas traducida en tiempo. Su desenlace es muy conocido en los corrillos deportivos cubanos. El campeón dominaba a la altura del décimo asalto cuando los espectadores vieron al promotor Jack Curley acercarse a su esquina y susurrarle algo al oído.
Terminado el asalto número 25 hubo intercambio de señas entre Johnson y Lucille, que asistía a la pelea desde una primera fila y en ese momento se retiró de la instalación hípica.
Al siguiente round la guardia del titular dejó abierta una brecha por donde se coló un derechazo del retador que lo tiró al encerado.
La escena captada por la cámara oculta del cineasta Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana, mostraría para la posteridad una mano enguantada de J.J. cubriéndose el sol de la primavera habanera mientras escuchaba la cuenta regresiva de los dígitos fatales. Por lo menos le había evitado a la bella Cameron el espectáculo de ver su ebánica anatomía en un plano horizontal que no fuera el del lecho.
El derechazo del “guajiro” Willard le había abierto las puertas del regreso a Chicago, y de paso metido 30 mil dólares en el bolsillo de su short blanco.
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sábado, 24 de mayo de 2008
¿Quién mató a Madrazo?
Bucear en las aguas de la historia convierte a veces al que se empeña en tales tratos con el pasado en algo parecido a un sabueso policial. El suspense creado por el final abierto de la última columna no entraba en los cálculos de su concepción original y tampoco desea el cronista usurpar funciones detectivescas.
Como recordarán el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón fueron los encargados por la justicia para encontrar el culpable del asesinato de Isidoro Madrazo, presidente de la Compañía Arrendataria del central Parque Alto, ocurrido en la madrugada del 9 de abril de 1941, cuando un hombre bien emboscado para la ocasión le descerrajó un escopetazo en la cabeza.
Hecho poco usual aquel que tuvo por escenario la fábrica azucarera en la vecindad de Congojas, porque a un dueño de central no lo ultimaban todos los días, por muy violenta que fuera la sociedad republicana.
Entonces no es de extrañar que el crimen bajo la fronda de los laureles de Parque Alto compartiera cintillos de portada en los diarios cienfuegueros con los avatares bélicos que volvían a destruir Europa. Sólo La Correspondencia le dio cabida en primera plana en doce ediciones de abril y en nueve de mayo. Pero la mayoría de los notas insistieron en la novela que se tejía alrededor de la herencia del hacendado.
Fue en la edición del 29 de mayo cuando el diario publicó un ¡Última hora! que anunciaba el descubrimiento del asesino del millonario Madrazo, pero sin soltar prenda, porque evidentemente no la tenía. Al día siguiente el periódico de la familia Velis titula con la acusación del teniente Garateix a los líderes sindicales del central como autores del hecho de sangre. Tan convencido está del resultado de sus pesquisas que ofrece 100 pesos de su peculio a quien sea capaz de destruir las pruebas aportadas.
Sostuvo el investigador que tras un sorteo macabro realizado por la directiva gremial le tocó en suerte a José “Cheo” Rodríguez Goytisolo, un mecánico mestizo de 28 años, ejecutar al industrial. La prueba más comprometedora resultó la declaración de Evaristo Abreu, empleado del central, quien aseguró que desde su habitación en el barracón del ingenio escuchó la trama urdida en un local contiguo.
Mientras el acusado principal declaraba su inocencia a reporteros que lo entrevistaban en la cárcel de Cienfuegos apareció otro testigo incriminador. En presencia de los detectives, Reinaldo Rivalta describió a Cheo Goytisolo como buen tirador y gran cazador de venados en fincas aledañas al ingenio. Para colmo de males aseguró que el susodicho le había comentado estar esperando una noche oscura para “matar al Mayor”.
En vista de que no apareció el arma homicida el Gabinete Nacional de Identificación envió al perito Eutasio Moreno López, con más de 30 años de experiencia en asuntos de herrería, comisionado para investigar en la fragua de los hermanos Rodríguez Goytisolo. Tomó muestras de escoria de la forja para comprobar si se correspondía con el tipo de acero empleado en la fabricación de escopetas de caza, pues existía la sospecha de que el trabuco hubiera sido derretido.
El 7 de junio en Santa Clara el coronel Gómez Gómez, jefe militar de la provincia, tuvo una entrevista con los dirigentes de la Federación de Trabajadores de Las Villas y el Buró Azucarero, Jesús Menéndez, Indalecio Acosta y Evangelino Pérez. “Estoy convencido de que en el asesinato no han intervenido las organizaciones obreras de la provincia, cuya función es otra muy distinta a la de preparar atentados personales”, aseguró el líder castrense.
El teatro de las investigaciones alcanzó también a la provincia de Camagüey, donde María Rosales, concubina de Cheo, testimonió que el acusado portaba mucho dinero cuando la visitó a principios de mayo.
Como aquello del árbol caído a Rodríguez Goytisolo terminaron achacándole un robo a Santos González, dueño de la colonia Convento, y lo peor, el asesinato en 1933 del chino José Achí, protegido de los Fowler, los antiguos dueños del ingenio. El asiático que vivía en un fortín de tiempos de España fue estrangulado para despojarlo de una bolsa con monedas de oro, según la versión popular del suceso.
Luego de mediado junio, cuando circularon las anteriores noticias, el tema Madrazo reaparece el 17 de julio para anunciar el fin de las investigaciones. La nota no aportaba casi ningún elemento novedoso, salvo que libros y documentos ocupados en la sede del Sindicato, en Congojas, probaban el planeamiento del escopetazo fulminador.
En juicio correccional celebrado en Rodas el 24 de octubre del mismo año 41 el juez Pérez Brenguier absolvió a la directiva sindical, incluido Cheo Goytisolo, acusada de desacato a los agentes del orden durante movimientos reivindicativos de los obreros con motivo de divergencias habidas con Madrazo. Otros acusados fueron el congresista Jesús Menéndez, exonerado de concurrir a juicio en virtud de su inmunidad parlamentaria, y el político cienfueguero Rolando Meruelo. La defensa estuvo a cargo de un joven abogado que 18 años después sería presidente de la república revolucionada: Osvaldo Dorticós.
Como recordarán el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón fueron los encargados por la justicia para encontrar el culpable del asesinato de Isidoro Madrazo, presidente de la Compañía Arrendataria del central Parque Alto, ocurrido en la madrugada del 9 de abril de 1941, cuando un hombre bien emboscado para la ocasión le descerrajó un escopetazo en la cabeza.
Hecho poco usual aquel que tuvo por escenario la fábrica azucarera en la vecindad de Congojas, porque a un dueño de central no lo ultimaban todos los días, por muy violenta que fuera la sociedad republicana.
Entonces no es de extrañar que el crimen bajo la fronda de los laureles de Parque Alto compartiera cintillos de portada en los diarios cienfuegueros con los avatares bélicos que volvían a destruir Europa. Sólo La Correspondencia le dio cabida en primera plana en doce ediciones de abril y en nueve de mayo. Pero la mayoría de los notas insistieron en la novela que se tejía alrededor de la herencia del hacendado.
Fue en la edición del 29 de mayo cuando el diario publicó un ¡Última hora! que anunciaba el descubrimiento del asesino del millonario Madrazo, pero sin soltar prenda, porque evidentemente no la tenía. Al día siguiente el periódico de la familia Velis titula con la acusación del teniente Garateix a los líderes sindicales del central como autores del hecho de sangre. Tan convencido está del resultado de sus pesquisas que ofrece 100 pesos de su peculio a quien sea capaz de destruir las pruebas aportadas.
Sostuvo el investigador que tras un sorteo macabro realizado por la directiva gremial le tocó en suerte a José “Cheo” Rodríguez Goytisolo, un mecánico mestizo de 28 años, ejecutar al industrial. La prueba más comprometedora resultó la declaración de Evaristo Abreu, empleado del central, quien aseguró que desde su habitación en el barracón del ingenio escuchó la trama urdida en un local contiguo.
Mientras el acusado principal declaraba su inocencia a reporteros que lo entrevistaban en la cárcel de Cienfuegos apareció otro testigo incriminador. En presencia de los detectives, Reinaldo Rivalta describió a Cheo Goytisolo como buen tirador y gran cazador de venados en fincas aledañas al ingenio. Para colmo de males aseguró que el susodicho le había comentado estar esperando una noche oscura para “matar al Mayor”.
En vista de que no apareció el arma homicida el Gabinete Nacional de Identificación envió al perito Eutasio Moreno López, con más de 30 años de experiencia en asuntos de herrería, comisionado para investigar en la fragua de los hermanos Rodríguez Goytisolo. Tomó muestras de escoria de la forja para comprobar si se correspondía con el tipo de acero empleado en la fabricación de escopetas de caza, pues existía la sospecha de que el trabuco hubiera sido derretido.
El 7 de junio en Santa Clara el coronel Gómez Gómez, jefe militar de la provincia, tuvo una entrevista con los dirigentes de la Federación de Trabajadores de Las Villas y el Buró Azucarero, Jesús Menéndez, Indalecio Acosta y Evangelino Pérez. “Estoy convencido de que en el asesinato no han intervenido las organizaciones obreras de la provincia, cuya función es otra muy distinta a la de preparar atentados personales”, aseguró el líder castrense.
El teatro de las investigaciones alcanzó también a la provincia de Camagüey, donde María Rosales, concubina de Cheo, testimonió que el acusado portaba mucho dinero cuando la visitó a principios de mayo.
Como aquello del árbol caído a Rodríguez Goytisolo terminaron achacándole un robo a Santos González, dueño de la colonia Convento, y lo peor, el asesinato en 1933 del chino José Achí, protegido de los Fowler, los antiguos dueños del ingenio. El asiático que vivía en un fortín de tiempos de España fue estrangulado para despojarlo de una bolsa con monedas de oro, según la versión popular del suceso.
Luego de mediado junio, cuando circularon las anteriores noticias, el tema Madrazo reaparece el 17 de julio para anunciar el fin de las investigaciones. La nota no aportaba casi ningún elemento novedoso, salvo que libros y documentos ocupados en la sede del Sindicato, en Congojas, probaban el planeamiento del escopetazo fulminador.
En juicio correccional celebrado en Rodas el 24 de octubre del mismo año 41 el juez Pérez Brenguier absolvió a la directiva sindical, incluido Cheo Goytisolo, acusada de desacato a los agentes del orden durante movimientos reivindicativos de los obreros con motivo de divergencias habidas con Madrazo. Otros acusados fueron el congresista Jesús Menéndez, exonerado de concurrir a juicio en virtud de su inmunidad parlamentaria, y el político cienfueguero Rolando Meruelo. La defensa estuvo a cargo de un joven abogado que 18 años después sería presidente de la república revolucionada: Osvaldo Dorticós.
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sábado, 17 de mayo de 2008
6 perdigonazos en Parque Alto
El homicida llevaba días esperando una noche tan oscura como esta madrugada sazonada por los olores dulzones de la molienda, cuando en el batey del ingenio sólo se escucha el ronroneo cansino de las máquinas. Y los pasos de la futura víctima, que está a menos de seis metros del cazador y a cinco de la escopeta apuntada con la habilidad de quien está acostumbrado a hacer diana en la testuz de un venado. El de la emboscada apretó el gatillo.
El cráneo de Don Isidoro Madrazo Torriente explotó como si fuera una güira seca y la masa encefálica chorreó sobre el cuerpo que ya era cadáver cuando cayó a tierra. Luego la autopsia contaría seis perdigones en la cavidad craneal del dueño del ingenio. Pablo Pereira, el administrador de la industria, decretó la suspensión de las labores tan pronto conoció la muerte del patrono.
La muerte del presidente de la Compañía Arrendataria del Central Parque Alto, S.A. sería primera plana en los diarios cienfuegueros del 9 de abril de 1941, miércoles de la Semana Santa para ser más preciso.
El coronel Abelardo Gómez Gómez, jefe militar de la provincia de Las Villas, y el licenciado Arturo López Madrazo, comandante inspector de la Policía Nacional se personaron en el cementerio de Rodas, lugar de la necropsia en las primeras horas de la mañana. El cuerpo de Madrazo que tenía su residencia oficial en la finca Platanical, en las cercanías de Jicotea, poblado del municipio villareño de Santo Domingo, fue sepultado al siguiente día en La Esperanza.
Los primeros detenidos como sospechosos de la encerrona homicida fueron Juan Castillo Ocampo, José Abreu Gómez y Emiliano Espinosa Pérez, todos obreros de la fábrica de azúcar. El último había tenido algún roce reciente con el dueño por cuestiones laborales.
Como investigadores principales del caso que sería radicado con el sumario 524 en la Sala de Gobierno de la Audiencia de Santa Clara, fueron nombrados el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix, designado por Gómez Gómez, y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón.
A los detenidos se sumó al segundo día el dueño de la colonia Convento, Pedro Bompío García. Los cuatro fueron sometidos a la prueba de los guantaletes de parafina, evidencias enviadas al Gabinete Nacional de Identificación, en al capital de la República.
Los primeros implicados quedaron en libertad, mientras Bompío era excluido de fianza. En esa zafra ardieron los cañaverales de su colonia y el dueño del ingenio se había negado a moler las cañas chamuscadas, hecho que provocó un duro enfrentamiento verbal entre los dos hombres.
El esclarecimiento del crimen demoraría hasta últimos de mayo y finalmente cubriría de gloria a los sabuesos Garateix y Paredes. Por lo menos la prensa cienfueguera los cubrió de halagos profesionales.
Pero en las 50 jornadas que mediaron entre el escopetazo madrugador tras los laureles a la entrada del central y la detención de los supuestos culpables hubo suficiente tiempo para tejer y destejer una historia digna de culebrón televisivo, de haber existido por entonces en la Isla la magia de la pequeña pantalla.
El nudo dramático del posible guión giraría en torno a la herencia del difunto, calculada en un principio y de manera extraoficial cercana a los 14 millones de pesos. Llamaba la atención la circunstancia de que el industrial cazado era soltero, no tenía hermanos y sus padres habían fallecido antes.
A sus tías maternas Isabel y Flora Torriente y Madrazo, viudas de Aguiar y Pumariega, respectivamente, y residentes en Cienfuegos, pronto le apareció una competidora: la niña Angela de las Nieves. Según, Anastasia Abreu, doméstica en la casa del dueño del central, la criatura nacida el 30 de noviembre del año anterior era fruto de sus relaciones carnales con el patrón, quien había elegido los padrinos de la bebita y la iba a reconocer como su hija a fines del propio mes de abril en Santa Clara.
El 15 de mayo se apareció en Cienfuegos la gringa Edith E. Sadiff con intención de reclamar la herencia de Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
e Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
El cráneo de Don Isidoro Madrazo Torriente explotó como si fuera una güira seca y la masa encefálica chorreó sobre el cuerpo que ya era cadáver cuando cayó a tierra. Luego la autopsia contaría seis perdigones en la cavidad craneal del dueño del ingenio. Pablo Pereira, el administrador de la industria, decretó la suspensión de las labores tan pronto conoció la muerte del patrono.
La muerte del presidente de la Compañía Arrendataria del Central Parque Alto, S.A. sería primera plana en los diarios cienfuegueros del 9 de abril de 1941, miércoles de la Semana Santa para ser más preciso.
El coronel Abelardo Gómez Gómez, jefe militar de la provincia de Las Villas, y el licenciado Arturo López Madrazo, comandante inspector de la Policía Nacional se personaron en el cementerio de Rodas, lugar de la necropsia en las primeras horas de la mañana. El cuerpo de Madrazo que tenía su residencia oficial en la finca Platanical, en las cercanías de Jicotea, poblado del municipio villareño de Santo Domingo, fue sepultado al siguiente día en La Esperanza.
Los primeros detenidos como sospechosos de la encerrona homicida fueron Juan Castillo Ocampo, José Abreu Gómez y Emiliano Espinosa Pérez, todos obreros de la fábrica de azúcar. El último había tenido algún roce reciente con el dueño por cuestiones laborales.
Como investigadores principales del caso que sería radicado con el sumario 524 en la Sala de Gobierno de la Audiencia de Santa Clara, fueron nombrados el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix, designado por Gómez Gómez, y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón.
A los detenidos se sumó al segundo día el dueño de la colonia Convento, Pedro Bompío García. Los cuatro fueron sometidos a la prueba de los guantaletes de parafina, evidencias enviadas al Gabinete Nacional de Identificación, en al capital de la República.
Los primeros implicados quedaron en libertad, mientras Bompío era excluido de fianza. En esa zafra ardieron los cañaverales de su colonia y el dueño del ingenio se había negado a moler las cañas chamuscadas, hecho que provocó un duro enfrentamiento verbal entre los dos hombres.
El esclarecimiento del crimen demoraría hasta últimos de mayo y finalmente cubriría de gloria a los sabuesos Garateix y Paredes. Por lo menos la prensa cienfueguera los cubrió de halagos profesionales.
Pero en las 50 jornadas que mediaron entre el escopetazo madrugador tras los laureles a la entrada del central y la detención de los supuestos culpables hubo suficiente tiempo para tejer y destejer una historia digna de culebrón televisivo, de haber existido por entonces en la Isla la magia de la pequeña pantalla.
El nudo dramático del posible guión giraría en torno a la herencia del difunto, calculada en un principio y de manera extraoficial cercana a los 14 millones de pesos. Llamaba la atención la circunstancia de que el industrial cazado era soltero, no tenía hermanos y sus padres habían fallecido antes.
A sus tías maternas Isabel y Flora Torriente y Madrazo, viudas de Aguiar y Pumariega, respectivamente, y residentes en Cienfuegos, pronto le apareció una competidora: la niña Angela de las Nieves. Según, Anastasia Abreu, doméstica en la casa del dueño del central, la criatura nacida el 30 de noviembre del año anterior era fruto de sus relaciones carnales con el patrón, quien había elegido los padrinos de la bebita y la iba a reconocer como su hija a fines del propio mes de abril en Santa Clara.
El 15 de mayo se apareció en Cienfuegos la gringa Edith E. Sadiff con intención de reclamar la herencia de Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
e Madrazo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.
Alegó que conoció al difunto en Nueva York en 1919 y desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.
Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que el tierno fruto había sido engendrado por los jugos del industrial emboscado.
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jueves, 8 de mayo de 2008
Traición en Siguanea y martirio en Marsillán
El piquete español coloca al reo debajo de un árbol de poca fronda y demasiada tristeza, de los llamados jaimiquí. En la marisma de Marsillán había otro casi gemelo, a 50 metros del que sirve ahora de patíbulo a Leopoldo Díaz de Villegas y Díaz de Villegas, a las siete en punto de esta mañana del 4 de abril de 1871. La descarga cerrada de la fusilería española le arranca de cuajo las últimas sílabas al hurra con que los patriotas cubanos se despiden de la vida en similares circunstancias.
Tenía el muerto 20 años, seis meses y tres días de exacta edad. Era martes santo.
Leopoldito nació en cuna blanda. Sus padres, Don Juan y Doña Adelaida eran primos. Ella, nieta de Agustín de Santa Cruz, el hacendado que ya fabricaba azúcares en su ingenio Candelaria cuando De Clouet vino a fundar y aceptó las 300 caballerías del hato Caunao donadas por el primer benefactor de la villa en ciernes.
Juan Díaz de Villegas fue el alma visible del movimiento separatista en Cienfuegos y los cronistas de la época coinciden en catalogar al dueño de la hacienda Santa Isabel como el hombre más querido de la comarca.
El único varón de los Díaz de Villegas y sus hermanas, Antonia y Rosalía, crecieron escuchando la anécdota del día de julio de 1848 en que el padre situó las riendas de Macepa, su caballo favorito, en manos del conspirador Narciso López, quien tras épica cabalgata puso tierra por medio de la persecución española hasta que pudo embarcar por Cárdenas rumbo a Estados Unidos.
La fortuna familiar, si emular con las nacientes dinastías de sacarócratas y comerciantes de Cienfuegos, la villa emergente de la centuria mediada, bastaba para ciertos lujos, como el de enviar al heredero adolescente a estudiar en unos de los colegios politécnicos de más alcurnia en Alemania.
Hasta tierras teutonas llegó el clamor de la revolución cespediana gritada en La Demajagua y el joven Leopoldo orientó la brújula de la existencia hacia el punto cardinal donde flameaba la libertad.
Desembarcó en Cienfuegos cuando su padre ya había sido protagonista del alzamiento villareño de principios de febrero del 69, a la cabeza de los complotados de Cienfuegos, entre ellos los hermanos Fernández Cavada y Howard.
Sólo 16 días permaneció en el hogar el hijo de ya general mambí Juan Díaz de Villegas. “Quizá sea muy niño todavía, mi padre tal vez no me aceptará; pero el general tendrá que aceptarme como recluta”. Así pensaba Leopoldo la noche antes de marchar a los campos de Cuba Libre, cuando escribía la esquela de despedida a Doña Adelaida: “Mamá Adela, perdóname las lágrimas que mi partida te causarán, voy a donde debo estar, al lado de mi padre”.
-Sólo lo siento por tu madre, fue el único reproche del progenitor al abrazar al nuevo soldado de la independencia.
Principios de febrero de 1871. Las fuerzas de la División Cienfuegos, sin pertrechos para hacer la guerra en su territorio, acampan en el cuartel general de Las Playitas, muy próximo a donde brota el primer manantial del Hanabanilla, mientras esperan para marchar al Camagüey en procura de bastimentos bélicos.
El Chico Valladares, antiguo arrendatario y protegido de Don Juan, pide autorización del mando para ir a la búsqueda de insurrectos dispersos por el valle de la Siguanea. Asegura que en tres días estará de vuelta con los rezagados. Las 72 horas le sobraron para consumar la traición. Presentado en el fuerte español de Plato de Palo, asegura a los colonialistas la entrega del general cienfueguero.
En la vereda del Novillo sorprenden al hijo en lugar del padre. Se inicia el Vía Crucis del muchacho candidato a mártir. El 23 de marzo lo traen a la cárcel de Cienfuegos. Rabioso por la derrota de los Chapelgorris en Sancti Spíritus a manos del general Villamil, mambí gallego por más señas, el Conde de Valmaceda telegrafió a Cienfuegos para que pusieran a Leopoldo en capilla.
La madre y las hermanas residían por la fecha en Kingston. Tiempo después cuando, enfermo, el general Don Juan arriba a la capital jamaicana, Doña Adelaida pregunta mientras besa:
-¿Y Leopoldo? ¿Cómo es que te separaste de él, Juanillo?
-Leopoldo se quedó en Cuba: nadie lo separará de su tierra. ¡Dichoso él!
Pasarían tres años para que la madre conociera del destino del hijo bajo un árbol escaso de fronda y generoso en tristeza, mientras el sol se avergonzaba de encender la mañana del martes santo en Marsillán.
Tenía el muerto 20 años, seis meses y tres días de exacta edad. Era martes santo.
Leopoldito nació en cuna blanda. Sus padres, Don Juan y Doña Adelaida eran primos. Ella, nieta de Agustín de Santa Cruz, el hacendado que ya fabricaba azúcares en su ingenio Candelaria cuando De Clouet vino a fundar y aceptó las 300 caballerías del hato Caunao donadas por el primer benefactor de la villa en ciernes.
Juan Díaz de Villegas fue el alma visible del movimiento separatista en Cienfuegos y los cronistas de la época coinciden en catalogar al dueño de la hacienda Santa Isabel como el hombre más querido de la comarca.
El único varón de los Díaz de Villegas y sus hermanas, Antonia y Rosalía, crecieron escuchando la anécdota del día de julio de 1848 en que el padre situó las riendas de Macepa, su caballo favorito, en manos del conspirador Narciso López, quien tras épica cabalgata puso tierra por medio de la persecución española hasta que pudo embarcar por Cárdenas rumbo a Estados Unidos.
La fortuna familiar, si emular con las nacientes dinastías de sacarócratas y comerciantes de Cienfuegos, la villa emergente de la centuria mediada, bastaba para ciertos lujos, como el de enviar al heredero adolescente a estudiar en unos de los colegios politécnicos de más alcurnia en Alemania.
Hasta tierras teutonas llegó el clamor de la revolución cespediana gritada en La Demajagua y el joven Leopoldo orientó la brújula de la existencia hacia el punto cardinal donde flameaba la libertad.
Desembarcó en Cienfuegos cuando su padre ya había sido protagonista del alzamiento villareño de principios de febrero del 69, a la cabeza de los complotados de Cienfuegos, entre ellos los hermanos Fernández Cavada y Howard.
Sólo 16 días permaneció en el hogar el hijo de ya general mambí Juan Díaz de Villegas. “Quizá sea muy niño todavía, mi padre tal vez no me aceptará; pero el general tendrá que aceptarme como recluta”. Así pensaba Leopoldo la noche antes de marchar a los campos de Cuba Libre, cuando escribía la esquela de despedida a Doña Adelaida: “Mamá Adela, perdóname las lágrimas que mi partida te causarán, voy a donde debo estar, al lado de mi padre”.
-Sólo lo siento por tu madre, fue el único reproche del progenitor al abrazar al nuevo soldado de la independencia.
Principios de febrero de 1871. Las fuerzas de la División Cienfuegos, sin pertrechos para hacer la guerra en su territorio, acampan en el cuartel general de Las Playitas, muy próximo a donde brota el primer manantial del Hanabanilla, mientras esperan para marchar al Camagüey en procura de bastimentos bélicos.
El Chico Valladares, antiguo arrendatario y protegido de Don Juan, pide autorización del mando para ir a la búsqueda de insurrectos dispersos por el valle de la Siguanea. Asegura que en tres días estará de vuelta con los rezagados. Las 72 horas le sobraron para consumar la traición. Presentado en el fuerte español de Plato de Palo, asegura a los colonialistas la entrega del general cienfueguero.
En la vereda del Novillo sorprenden al hijo en lugar del padre. Se inicia el Vía Crucis del muchacho candidato a mártir. El 23 de marzo lo traen a la cárcel de Cienfuegos. Rabioso por la derrota de los Chapelgorris en Sancti Spíritus a manos del general Villamil, mambí gallego por más señas, el Conde de Valmaceda telegrafió a Cienfuegos para que pusieran a Leopoldo en capilla.
La madre y las hermanas residían por la fecha en Kingston. Tiempo después cuando, enfermo, el general Don Juan arriba a la capital jamaicana, Doña Adelaida pregunta mientras besa:
-¿Y Leopoldo? ¿Cómo es que te separaste de él, Juanillo?
-Leopoldo se quedó en Cuba: nadie lo separará de su tierra. ¡Dichoso él!
Pasarían tres años para que la madre conociera del destino del hijo bajo un árbol escaso de fronda y generoso en tristeza, mientras el sol se avergonzaba de encender la mañana del martes santo en Marsillán.
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sábado, 26 de abril de 2008
Siembra de piedras en el Centenario
Faltan hoy cuatro mil 013 días para que Cienfuegos cumpla 200 años. Parece demasiado tiempo, pero ya podríamos dedicar algunas neuronas a pensar en el Bicentenario.
Mientras llega ese cuarto lunes de abril de 2019 quiero refrescar algunos detalles que marcaron las Fiestas del Centenario, sobre todo las primeras piedras sembradas en tierras de La Majagua en aquellos días de primavera y recuento.
En total fueron seis los actos simbólicos de colocación de la piedra inicial de monumentos dedicados a perpetuar el recuerdo de patricios o artistas cienfuegueros realizados entre el 19 y el 23 de abril de 1919. Por lo general bajo los cimientos de cada futuro obelisco se enterraba un cofre que contenía los diarios de la fecha y un acta del acontecimiento.
El parque Martí se benefició con la procreación de los monumentos al gobernador Ramón María de Labra, en la esquina de San Fernando y Santa Isabel; el patriota Antonio Reguera, en Santa Isabel y San Carlos; y los poetas Clotilde del Carmen Rodríguez y Antonio Hurtado del Valle, Hija e Hijo del Damují, en los ángulos formados por la calle Bouyón con San Fernando y San Carlos, respectivamente.
Antonio Monasterio, compañero de tormentos de Reguera en cárceles españolas, sufragó la honra material al amigo muerto en Madrid y la Colonia Española la del íntegro gobernante de la villa nacido en cuna asturiana.
En el Prado que por entonces era Paseo de Méndez, como lo había sido de Vives o de la Independencia, fue puesta la primera piedra del obelisco a Ceferino “Nene” Méndez, el alcalde-obrero asesinado el 11 de abril de 1913. Cuenta la crónica de La Correspondencia que Pedro Modesto Hernández tomó una cuchara de albañil y vertió cemento sobre la caja de plomo con los documentos de la ocasión.
Desigual suerte corrió el Fundador de Fernandina de Jagua. Cierto que en la esquina formada por San Fernando y la calle que honra su nombre la Asociación de Mecánicos y Fundidores colocó un medallón de bronce con el busto en relieve del homenajeado y una plancha del mismo metal con la inscripción “A Don Luis De Clouet, fundador de Cienfuegos. 1819 -22 de abril- 1919”.
La simbólica fuente monumental que el Ayuntamiento acordó situar en el Prado en honor al propio Don Luis también tuvo su piedra inicial, pero a todas luces fue una roca estéril, porque aquello se quedó en proyecto. Desde entonces Cienfuegos está en deuda con quien le dio la vida.
Los maestros de obra fueron más allá del acto protocolar e inauguraron en la esquina del parque Villuendas de donde nace la Calzada de Dolores un sencillo monumento en forma de atril que sostiene un libro abierto. En la primera página se lee: 100 / Esta página de la historia recordará que el Gremio de Albañiles ofrendó su recuerdo a los fundadores de Cienfuegos en su primer Centenario./ 22 de abril de 1919. La segunda hoja de mármol muestra el herramental propio de quienes edificaron la ciudad en un siglo: compás, escuadra, cuchara y plomada.
La revista Bohemia, que ya despuntaba como referencia periodística en Iberoamérica dedicó su número semanal a la ciudad de la centuria y Enrique Díaz, “notable impresionador de películas” filmaba cada detalle de los actos para dejar el centenario en celuloide.
En Hipódromo hubo juegos de pelota entre las novenas Minerva y Juventud y otro que enfrentó al team matancero Bellamar con el local Federales de Heredia. En el Club de Cazadores las damitas de alta sociedad disputaron el Ladies Trapshooting Team y los caballeritos afinaron puntería en pos de la Copa Crabb. Nila Núñez Mesa y Eduardo Mazarredo fueron los más certeros. La Calzada de Reina fue escenario de carreras de caballos y el teatro Terry de un baile de gala y otro de disfraces.
Hubo misa de campaña en el propio sitio donde acamparon los fundadores y por cuestación popular fue refundida por los Hermanos Alduncin la campana histórica de la Catedral.
Pedro Modesto Hernández había presentado su primer proyecto de las Fiestas del Centenario el 15 de octubre de 1915 en páginas del Diario de la Marina.
Concluido el jolgorio su organizador principal agasajó a los chicos de la prensa con un banquete en el Hotel Unión la noche del 23 de abril. Amenizado por la Banda del estado Mayor del Ejército que ejecutó entre otras piezas Marchemos a Berlín, el ágape premió con el siguiente menú: Entremés Centenario: sopa crema Reina Cienfuegos Haut Sauternes. Principales: filete de pargo a la Jagua, pollo Mariland, asado de ternera y perdigot Prensa. Postre: pudín Permentier. Champagne Viuda Chicot. Plus: café y tabacos.
Mientras llega ese cuarto lunes de abril de 2019 quiero refrescar algunos detalles que marcaron las Fiestas del Centenario, sobre todo las primeras piedras sembradas en tierras de La Majagua en aquellos días de primavera y recuento.
En total fueron seis los actos simbólicos de colocación de la piedra inicial de monumentos dedicados a perpetuar el recuerdo de patricios o artistas cienfuegueros realizados entre el 19 y el 23 de abril de 1919. Por lo general bajo los cimientos de cada futuro obelisco se enterraba un cofre que contenía los diarios de la fecha y un acta del acontecimiento.
El parque Martí se benefició con la procreación de los monumentos al gobernador Ramón María de Labra, en la esquina de San Fernando y Santa Isabel; el patriota Antonio Reguera, en Santa Isabel y San Carlos; y los poetas Clotilde del Carmen Rodríguez y Antonio Hurtado del Valle, Hija e Hijo del Damují, en los ángulos formados por la calle Bouyón con San Fernando y San Carlos, respectivamente.
Antonio Monasterio, compañero de tormentos de Reguera en cárceles españolas, sufragó la honra material al amigo muerto en Madrid y la Colonia Española la del íntegro gobernante de la villa nacido en cuna asturiana.
En el Prado que por entonces era Paseo de Méndez, como lo había sido de Vives o de la Independencia, fue puesta la primera piedra del obelisco a Ceferino “Nene” Méndez, el alcalde-obrero asesinado el 11 de abril de 1913. Cuenta la crónica de La Correspondencia que Pedro Modesto Hernández tomó una cuchara de albañil y vertió cemento sobre la caja de plomo con los documentos de la ocasión.
Desigual suerte corrió el Fundador de Fernandina de Jagua. Cierto que en la esquina formada por San Fernando y la calle que honra su nombre la Asociación de Mecánicos y Fundidores colocó un medallón de bronce con el busto en relieve del homenajeado y una plancha del mismo metal con la inscripción “A Don Luis De Clouet, fundador de Cienfuegos. 1819 -22 de abril- 1919”.
La simbólica fuente monumental que el Ayuntamiento acordó situar en el Prado en honor al propio Don Luis también tuvo su piedra inicial, pero a todas luces fue una roca estéril, porque aquello se quedó en proyecto. Desde entonces Cienfuegos está en deuda con quien le dio la vida.
Los maestros de obra fueron más allá del acto protocolar e inauguraron en la esquina del parque Villuendas de donde nace la Calzada de Dolores un sencillo monumento en forma de atril que sostiene un libro abierto. En la primera página se lee: 100 / Esta página de la historia recordará que el Gremio de Albañiles ofrendó su recuerdo a los fundadores de Cienfuegos en su primer Centenario./ 22 de abril de 1919. La segunda hoja de mármol muestra el herramental propio de quienes edificaron la ciudad en un siglo: compás, escuadra, cuchara y plomada.
La revista Bohemia, que ya despuntaba como referencia periodística en Iberoamérica dedicó su número semanal a la ciudad de la centuria y Enrique Díaz, “notable impresionador de películas” filmaba cada detalle de los actos para dejar el centenario en celuloide.
En Hipódromo hubo juegos de pelota entre las novenas Minerva y Juventud y otro que enfrentó al team matancero Bellamar con el local Federales de Heredia. En el Club de Cazadores las damitas de alta sociedad disputaron el Ladies Trapshooting Team y los caballeritos afinaron puntería en pos de la Copa Crabb. Nila Núñez Mesa y Eduardo Mazarredo fueron los más certeros. La Calzada de Reina fue escenario de carreras de caballos y el teatro Terry de un baile de gala y otro de disfraces.
Hubo misa de campaña en el propio sitio donde acamparon los fundadores y por cuestación popular fue refundida por los Hermanos Alduncin la campana histórica de la Catedral.
Pedro Modesto Hernández había presentado su primer proyecto de las Fiestas del Centenario el 15 de octubre de 1915 en páginas del Diario de la Marina.
Concluido el jolgorio su organizador principal agasajó a los chicos de la prensa con un banquete en el Hotel Unión la noche del 23 de abril. Amenizado por la Banda del estado Mayor del Ejército que ejecutó entre otras piezas Marchemos a Berlín, el ágape premió con el siguiente menú: Entremés Centenario: sopa crema Reina Cienfuegos Haut Sauternes. Principales: filete de pargo a la Jagua, pollo Mariland, asado de ternera y perdigot Prensa. Postre: pudín Permentier. Champagne Viuda Chicot. Plus: café y tabacos.
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Entonces llegó De Clouet
Los 325 años transcurridos entre la ojeada que le echó Colón a la bahía y la mañana fundacional del 22 de abril de 1819 por lo general ocupan unas pocas páginas en las historias de Cienfuegos. Mejor suerte han tenido los estudios arqueológicos en su afán de recomponer el puzzle de la vida aborigen en la comarca de Jagua.
Pero la historia escrita del período 1494-1819 mantiene demasiadas deudas con el lector acucioso.
Hasta donde conozco la posible entrada del Genovés a la bahía, durante su periplo por la costa sur cubana y su consiguiente metedura de pata al pretender inscribir a la ínsula en Tierrafirme, permanece en el terreno de la hipótesis. Aunque las guías turísticas se empeñen en vender al navegante como ingrediente del coctel de atracciones de la Perla del Sur. El escribano Fernán Pérez de Lara, participante en aquella expedición de La Niña o Santa Clara, la Juana y la Cordero, no certificó en sus apuntes de viaje la estadía en Jagua.
Cuando Don Pedro Oliver y Bravo, primer historiador cienfueguero, da cuenta de Colón atravesando el ancho golfo de Jagua en dos días, es de imaginar que la singladura no se refiera al interior de la bahía por muy asmático que fuera el andar de sus otras tres carabelas.
Luego acontecieron sucesos más conocidos en materia de presencia occidental en nuestro ámbito, como la del bojeador Sebastián de Ocampo en 1508 y la del náufrago Alonso de Ojeda dos años más tarde. En 1511 Diego Velázquez concedió una encomienda en el realengo de Auras, sito a orillas del Arimao a fray Bartolomé de Las Casas y Don Pedro de Rentería. El propio Adelantado en 1512 y el conquistador Pánfilo de Narváez (1527), tristemente célebre por la matanza de indios en el caserío camagüeyano de Caonao, dejaron sus nombres en los escuetos apuntes de la protohistoria cienfueguera.
La minería nunca estuvo llamada a ser el fuerte de la economía de esta zona. Tal vez sea la única explicación plausible de que con un marco geográfico tan de lujo no aparezcamos al menos como la octava villa. Oliver y Bravo reseña fallidos intentos de explotaciones mineras en 1560.
Faltó la villa con su iglesia, plaza y cabildo como mandaba la ley hispana, pero pobladores hubo. Así lo atestiguó Alejando Olivier Oexmolin cuando en 1574 visitó el pequeño mar interior y dejó constancia de encontrar poblado sus contornos por varios corraleros. Para 1736 el realengo situado entre las haciendas San Mateo, Urubí y Gavilán y la costa de la bahía fue conferido por el gobierno de la vecina de Trinidad a Don Antonio Pérez Cotilla.
Cuando el ingeniero militar Joseph Tantete termina en 1745 el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua levanta además una paradoja: una fortaleza para defender una ciudad que nacerá 74 años más tarde. Don Juan Castilla y Cabeza de Vaca, nombrado como primer gobernador de la instalación militar sólo espera al siguiente año para fomentar el ingenio azucarero Nuestra Señora de la Candelaria en tierras del hato de Caunao.
El navío español San Antonio, también conocido como Arrogante, entró a la bahía en 1762 con tropas peninsulares que tenían la misión de socorrer a La Habana sitiada por los ingleses. De paso el capitán obsequió a Castilla con la campana del barco para que la colocara en su ingenio, donde a decir de Oliver aún podía escucharse su repique en 1846, cuando en la imprenta de Don Francisco Murtra vio la luz su Memoria Histórica, Geográfica y Estadística de Cienfuegos.
De 1796 data el paso por estas tierras de una comisión de ingenieros que levantó el plano de la bahía y designó a la península de la Majagua como sitio ideal para asentar una futura población.
Mientras los negros rebeldes fundaban en Haití la primera república al sur del río Grande, en 1804 el brigadier Honorato de Bouyón y su hijo Félix, alférez de navío, fueron comisionados para encontrar un punto en la bahía donde fomentar un astillero. De su estadía lo más anecdótico resultó la tala de la famosa caoba de la hacienda Cartagena. El tronco medía 10 y medio pies de diámetro y luego de aserrado uno de sus tablones fue enviado como presente al Duque de Valois, más tarde Luis Felipe I de Francia.
La existencia del ingenio Candelaria, propiedad entonces de Doña Antonia Guerrero y Hernández, natural de Jagua y esposa del habanero Don Agustín de Santa Cruz y Cabeza de Vaca, el muelle de los Castilla (en La Majagua) por donde exportaban sus azúcares, y la cercanía de los pueblos de Yaguaramas, San Fernando de Camarones y Cumanayagua con sus necesarias interconexiones prueban que en 1819 la comarca ribereña de Jagua estaba pidiendo a gritos que le fundaran una villa.
En eso llegó De Clouet.
Pero la historia escrita del período 1494-1819 mantiene demasiadas deudas con el lector acucioso.
Hasta donde conozco la posible entrada del Genovés a la bahía, durante su periplo por la costa sur cubana y su consiguiente metedura de pata al pretender inscribir a la ínsula en Tierrafirme, permanece en el terreno de la hipótesis. Aunque las guías turísticas se empeñen en vender al navegante como ingrediente del coctel de atracciones de la Perla del Sur. El escribano Fernán Pérez de Lara, participante en aquella expedición de La Niña o Santa Clara, la Juana y la Cordero, no certificó en sus apuntes de viaje la estadía en Jagua.
Cuando Don Pedro Oliver y Bravo, primer historiador cienfueguero, da cuenta de Colón atravesando el ancho golfo de Jagua en dos días, es de imaginar que la singladura no se refiera al interior de la bahía por muy asmático que fuera el andar de sus otras tres carabelas.
Luego acontecieron sucesos más conocidos en materia de presencia occidental en nuestro ámbito, como la del bojeador Sebastián de Ocampo en 1508 y la del náufrago Alonso de Ojeda dos años más tarde. En 1511 Diego Velázquez concedió una encomienda en el realengo de Auras, sito a orillas del Arimao a fray Bartolomé de Las Casas y Don Pedro de Rentería. El propio Adelantado en 1512 y el conquistador Pánfilo de Narváez (1527), tristemente célebre por la matanza de indios en el caserío camagüeyano de Caonao, dejaron sus nombres en los escuetos apuntes de la protohistoria cienfueguera.
La minería nunca estuvo llamada a ser el fuerte de la economía de esta zona. Tal vez sea la única explicación plausible de que con un marco geográfico tan de lujo no aparezcamos al menos como la octava villa. Oliver y Bravo reseña fallidos intentos de explotaciones mineras en 1560.
Faltó la villa con su iglesia, plaza y cabildo como mandaba la ley hispana, pero pobladores hubo. Así lo atestiguó Alejando Olivier Oexmolin cuando en 1574 visitó el pequeño mar interior y dejó constancia de encontrar poblado sus contornos por varios corraleros. Para 1736 el realengo situado entre las haciendas San Mateo, Urubí y Gavilán y la costa de la bahía fue conferido por el gobierno de la vecina de Trinidad a Don Antonio Pérez Cotilla.
Cuando el ingeniero militar Joseph Tantete termina en 1745 el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua levanta además una paradoja: una fortaleza para defender una ciudad que nacerá 74 años más tarde. Don Juan Castilla y Cabeza de Vaca, nombrado como primer gobernador de la instalación militar sólo espera al siguiente año para fomentar el ingenio azucarero Nuestra Señora de la Candelaria en tierras del hato de Caunao.
El navío español San Antonio, también conocido como Arrogante, entró a la bahía en 1762 con tropas peninsulares que tenían la misión de socorrer a La Habana sitiada por los ingleses. De paso el capitán obsequió a Castilla con la campana del barco para que la colocara en su ingenio, donde a decir de Oliver aún podía escucharse su repique en 1846, cuando en la imprenta de Don Francisco Murtra vio la luz su Memoria Histórica, Geográfica y Estadística de Cienfuegos.
De 1796 data el paso por estas tierras de una comisión de ingenieros que levantó el plano de la bahía y designó a la península de la Majagua como sitio ideal para asentar una futura población.
Mientras los negros rebeldes fundaban en Haití la primera república al sur del río Grande, en 1804 el brigadier Honorato de Bouyón y su hijo Félix, alférez de navío, fueron comisionados para encontrar un punto en la bahía donde fomentar un astillero. De su estadía lo más anecdótico resultó la tala de la famosa caoba de la hacienda Cartagena. El tronco medía 10 y medio pies de diámetro y luego de aserrado uno de sus tablones fue enviado como presente al Duque de Valois, más tarde Luis Felipe I de Francia.
La existencia del ingenio Candelaria, propiedad entonces de Doña Antonia Guerrero y Hernández, natural de Jagua y esposa del habanero Don Agustín de Santa Cruz y Cabeza de Vaca, el muelle de los Castilla (en La Majagua) por donde exportaban sus azúcares, y la cercanía de los pueblos de Yaguaramas, San Fernando de Camarones y Cumanayagua con sus necesarias interconexiones prueban que en 1819 la comarca ribereña de Jagua estaba pidiendo a gritos que le fundaran una villa.
En eso llegó De Clouet.
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